¿Dulzura?

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―Tenías razón, Jace ―dijo una voz desde abajo, fríamente entretenida, y horriblemente familiar―. El lugar está desierto.

El hielo que había estado en las venas de Clary pareció cristalizarse, congelándola en el lugar. No se podía mover, tampoco respirar. No había sentido una conmoción así de intensa desde que su padre había pasado una espada a través del cuerpo de Jace. Muy lentamente, avanzó al borde de la galería y miró hacia abajo.

Y se mordió el labio salvajemente para no gritar.

El inclinado techo de arriba se alzaba hasta un punto en donde había una claraboya de cristal. La luz del sol se vertía a través de la claraboya, alumbrando una parte del suelo como un foco en un escenario. Podía ver que los fragmentos de cristal, mármol y pedazos de piedras preciosas que estaban incrustadas en el suelo formaban un diseño: el Ángel Raziel, la copa y la espada. De pie justo sobre una de las alas desplegadas del Ángel, estaba Jonathan Christopher Morgenstern.

Sebastian.

Así que así se veía su hermano. Como de verdad se veía, vivo, en movimiento y animado. Un rostro pálido, todo ángulos y planos, alto y delgado usando un traje negro. Su cabello era de color blanco plateado, no oscuro como había sido la primera vez que ella lo había visto, teñido para parecerse al color del verdadero Sebastian Verlac. Su propio color pálido le iba mejor. Sus ojos eran negros y se movían con vida y energía. La última vez que lo había visto, flotando en un ataúd de vidrio como Blanca Nieves, una de sus manos había sido un muñón vendado. Ahora esa mano estaba entera de nuevo, con una pulsera de plata brillando en su muñeca, pero nada visible mostraba que había sido dañada alguna vez, y más que dañada: que había desaparecido.

Y ahí, a su lado, cabello dorado brillando bajo la pálida luz del sol, estaba Jace. No Jace como ella tanto lo había imaginado durante las últimas dos semanas: golpeado, sangrando, sufriendo o muriendo de hambre, encerrado en alguna oscura celda, gritando de dolor o llamándola. Este era Jace como ella lo recordaba, cuando se dejaba recordar: ruborizado, saludable, vibrante y hermoso. Sus manos estaban de manera indiferente dentro de los bolsillos de sus jeans, sus marcas eran visibles a través de la camiseta blanca. Sobre ella estaba una desconocida chaqueta marrón de gamuza que hacía resaltar los matices dorados de su piel. Él inclinó la cabeza hacia atrás, como si estuviese disfrutando la sensación del sol en su cara.

―Siempre tengo razón, Sebastian ―dijo él―. Ya deberías saber eso de mí.

Sebastian le dio una mirada deliberada, y luego sonrió. Clary se lo quedó viendo. Tenía toda la apariencia de ser una sonrisa auténtica. Pero, ¿qué sabía ella? Sebastian le había sonreído antes, y eso había resultado ser una gran mentira.

―Entonces, ¿dónde están los libros de evocación? ¿Hay algún orden en este caos?

―En realidad no. No está en orden alfabético. Sigue el sistema especial de Hodge.

―¿No es él el tipo que maté? Inconveniente, eso ―comentó Sebastian―. Tal vez yo deba ir al piso de arriba y tú al de abajo.

Él se movió hacia la escalera que llevaba a la galería. El corazón de Clary empezó a palpitar con miedo. Asociaba a Sebastian con asesinato, sangre, dolor, y miedo. Sabía que Jace había luchado con él y había ganado, pero casi había muerto en el proceso. En una pelea cuerpo a cuerpo ella jamás le ganaría a su hermano. ¿Podía lanzarse desde la barandilla de la galería al suelo sin romperse una pierna? Y si lo hacía, ¿qué pasaría entonces? ¿Qué haría Jace?Sebastian había puesto su pie en el primer escalón cuando Jace lo llamó.

Amor diferente (Malec) - CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora