¿Qué fue lo que le dije a Camille que tanto te preocupa?

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Después de lo que le pareció una eternidad de andar dando vueltas en lo que a su entender era una fiesta extremadamente aburrida, Magnus encontró por fin a Alec, sentado solo a una mesa en un rincón, detrás de un ramillete de rosas blancas artificiales. En la mesa había varias copas de champán, medio llenas en su mayoría, como si los invitados hubieran ido abandonándolas allí. Y Alec parecía también abandonado. Estaba sentado con las manos apoyadas en la barbilla y con la mirada perdida. No levantó la vista, ni siquiera cuando Magnus enganchó con el pie la silla que tenía enfrente, la hizo girar hacia él y tomó asiento, apoyando los brazos en el respaldo

—¿Quieres volver a Viena? —dijo.

Alec no respondió, y siguió con la mirada fija en el frente.

—O podríamos ir a otra parte —dijo Magnus—. A donde tú quieras. A Tailandia, Sudáfrica, Brasil, Perú... Oh, espera, no, me prohibieron la entrada en Perú. Lo había olvidado. Es una larga historia, pero graciosa, por si quieres oírla.

La cara de Alec daba a entender que no le apetecía en absoluto oírla. Se volvió con mordacidad y contempló la sala, como si el cuarteto de cuerda de hombres lobo le resultara fascinante.

Viendo que Alec lo ignoraba, Magnus decidió entretenerse cambiando los colores del champán de las copas que había sobre la mesa. Transformó uno en champán azul, otro en rosa y estaba en proceso de transformación de otra copa a verde cuando Alec extendió el brazo y le golpeó la muñeca.

—Deja ya eso —dijo—. La gente nos está mirando.

Magnus se miró los dedos, que emitían chispas de color azul. Tal vez fuera demasiado llamativo. Cerró la mano.

—Bueno —dijo—, ya que no me hablas, algo tengo que hacer para entretenerme y no morir de aburrimiento.

—Pues no —dijo Alec—. Que no pienso hablarte, quiero decir.

—Vaya —dijo Magnus—. Acabo de preguntarte si querías ir a Viena, a Tailandia o a la Luna, y no recuerdo que me hayas dado tu respuesta.

—No sé lo que quiero. —Alec, cabizbajo, jugueteaba con un tenedor de plástico. Aunque mantenía la vista baja y desafiante, el color azul claro de sus ojos era visible incluso a través de sus párpados, pálidos y finos como el pergamino. Magnus siempre había encontrado a los humanos más bellos que cualquier otro ser vivo de la tierra y a menudo se había preguntado por qué. « No son más que unos pocos años antes de su desintegración» , había dicho Camille. Pero era la mortalidad lo que los hacía ser como eran, esa llama que parpadeaba con fuerza. « La muerte es la madre de la belleza» , como dijo el poeta. Se preguntó si el Ángel se habría planteado alguna vez convertir en inmortales a sus sirvientes humanos, los nefilim. Pero no, a pesar de toda su fuerza, caían en batalla igual que los humanos siempre habían caído a lo largo de la historia del mundo.

—Ya vuelves a tener esa expresión —dijo Alec malhumorado, mirando através de sus largas pestañas—. Como si estuvieras mirando algo que yo no puedo ver. ¿Piensas en Camille?

—En realidad no —dijo Magnus—. ¿Cuánto escuchaste de la conversación que mantuve con ella?

—Prácticamente todo. —Alec pinchó el mantel con el tenedor—. Estuve escuchando desde la puerta. Lo suficiente.

—Creo que no lo suficiente.

Magnus miró fijamente el tenedor, que se soltó de la mano de Alec y cruzó la mesa en dirección a él. Lo detuvo con la mano y dijo:

—Y ya basta de jugar con esto. ¿Qué fue lo que le dije a Camille que tanto te preocupa?

Alec levantó sus azules ojos.

Amor diferente (Malec) - CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora