Tú eres mi primero en muchas cosas, Alec Lightwood

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Alec  se  sentó  en  el  borde  del  techo,  colgando  de  sus  pies  por  el  borde. Supuso  que  si  cualquiera  de  sus  padres  regresaba  a  lacasa  y  miraba  hacia arriba, se daría cuenta de él y conseguiría un grito, pero dudaba que Maryse o Robert volvieran pronto. Habían sido llamados a la oficina del  Cónsul después de  la  reunión  y  estaban  probablemente  todavía  allí.  El  nuevo  tratado  con  el
Pueblo  de  las  Hadas  se  elaboraría  durante  la  próxima  semana,  en  la  que  se quedarían  en  Idris,  mientras  el  resto  de  los  Lightwood  regresaban  a  Nueva York y celebraban el  Año Nuevo sin ellos.  Alec estaría, técnicamente, llevando el funcionamiento del Instituto durante esa semana. Se sorprendió al descubrir que era algo que estaba esperando.

La  responsabilidad  era  una  buena  manera  de  dejar  de  pensar  en  otras cosas.  Cosas  como  la  manera  en  que  Jocelyn  se  había  mirado,  cuando  su  hijo había  muerto,  o  la  forma  en  que  Clary  había  ahogado  sus  sollozos  en  silencio contra el suelo cuando se dio cuenta de que  habían de regresar de Edom, pero sin Simon. La forma en que Mangus se veía, triste por la desesperación, cuando había dicho el nombre de su padre.

La pérdida era parte de ser un Cazador de Sombras, tenías que esperararla, pero eso no ayudó a la manera en que Alec se había sentido cuando había  visto  la  expresión  de  Helen  en  el  Salón  del  Concejo,  mientras  ella  era exiliada a la Isla Wrangel.

—No  podrías  haber  hecho  nada.  No  te  castigues  a  ti  mismo.  —La  voz detrás  de  él  era  familiar,  Alec  cerró  los  ojos,  tratando  de  calmar  su  respiración antes de responder.

—¿Cómo  llegaste  hasta  aquí  ?  —preguntó.  Hubo  un  susurro  de  tela cuando  Magnus  se  dejó  caer  junto  a  Alec  en  el  borde  de  la  azotea.  Alec  se arriesgó a mirarle de reojo.

Había  visto  a  Magnus  sólo  dos  veces,  brevemente,  desde  que  habían regresado  de  Edom,  una  vez  cuando  los  Hermanos  Silenciosos  los  habían liberado  de  la  cuarentena,  y  una  vez  más  hoy  en  el  Salón  del  Concejo.  En ningún  momento  habían  sido  capaces  de  hablar.  Alec  lo  miró  con  un  anhelo que sospechaba estaba mal disimulado. Magnus había recuperado su color, tras el drenado que había sufrido en Edom, sus heridas se curaron en gran medida, y sus ojos eran brillantes de nuevo, brillando bajo el cielo oscurecido.

Alec recordó haber lanzado sus  brazos alrededor de Magnus en el reino de  los  demonios,  cuando  lo  había  encontrado  encadenado,  y  se  preguntó  por qué ese tipo de cosas  siempre eran mucho más fácil  de hacer cuando pensabas que estabas a punto de morir.

—Debería haber dicho algo —dijo Alec—. Yo voté en contra de expulsarla.

—Lo sé —dijo Magnus—. Tú y otras diez personas. Fue abrumante estar a favor. —Negó con la cabeza—. La gente se asusta, y echan a cualquiera creen que es diferente. Es el mismo ciclo que he visto una y mil veces.

—Me hace sentir tan inútil.

—Tú  eres  cualquier  cosa  menos  inútil.  —Magnus  echó  la  cabeza  hacia atrás,  sus  ojos  buscando  el  cielo  cuando  las  estrellas  comenzaron  a  hacer  sus apariciones, una por una—. Me salvaste la vida.

—¿En  Edom?  —dijo  Alec—.  Ayudé,  pero  en  realidad,  te  salvaste  tú mismo.

—No sólo en Edom —dijo Magnus—.  Yo  tengo... tengo casi cuatrocientos  años,  Alexander.  Los  brujos,  a  medida  que  crecen,  comienzan  a calcificarse.  Dejan  de  ser  capaces  de  sentir  cosas.  De  preocuparse,  de  estar emocionados o sorprendidos. Siempre me dije que nunca me pasaría a mí. Que iba  a  tratar  de  ser  como  Peter  Pan,  nunca  crecer,  siempre  manteniendo  un sentido de la maravilla de las cosas.

Amor diferente (Malec) - CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora