Amo. ¿En qué puedo servirle?

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La hermana de Luke levantó la vista y sus ojos azules, tan parecidos a los de Luke, se clavaron en Clary. Parecía mareada, sorprendida y tenía una expresión un poco desconcertada, como si la hubieran drogado. Trató de ponerse de pie, pero Cartwright la empujó. Sebastian se dirigió hacia ellos, con la Copa en la mano.

Clary intentó avanzar pero Jace la atrapó por el brazo, tirándola hacia atrás. Ella lo pateó, pero él ya la había tomado entre sus brazos, con la mano sobre su boca. Sebastian le estaba hablando a Amatis en una baja voz e hipnótica. Ella negó con la cabeza violentamente, pero Cartwright tomó su largo cabello y tironeó su cabeza. Clary la escuchó gritar, un tenue sonido al viento.

Clary pensó en la noche en que se había quedado despierta observando el ascenso y descenso del pecho de Jace, pensando en como podría terminar todo esto con un simple golpe de cuchillo. Pero todo esto no había tenido una cara, una voz, un plan. Ahora que llevaba la cara de la hermana de Luke, ahora que Clary conocía el plan, era demasiado tarde.

Sebastian tenía una mano enredada en el cabello de Amatis, y la Copa apretada contra su boca. Mientras la obligaba a tragar el contenido, ella se retorcía y tosía y un fluido negro le chorreaba por la barbilla.

Sebastian le retiró la Copa de un tirón, pero había hecho su trabajo. Amatis hizo un espantoso ruido seco y su cuerpo se sacudió bruscamente. Sus ojos cambiaron y se volvieron tan oscuros como los de Sebastian. Se tapó la cara con las manos, dejó salir un lamento, y Clary observó con asombro que la runa Visión estaba desapareciendo de su mano, se iba haciendo más pálida, y luego ya no estaba.

Amatis dejó caer las manos. Su expresión se había suavizado y sus ojos, que eran azules otra vez, se fijaron en Sebastian.

―Suéltala ―dijo el hermano de Clary a Cartwright, su mirada estaba fija en Amatis―. Deja que venga hacia mí.

Cartwright cortó la cadena que lo unía a Amatis y dio un paso atrás, con una curiosa mezcla de recelo y fascinación en la cara.

Amatis permaneció quieta por un momento, sus manos se mecían a su lado. Entonces se paró y caminó hacia Sebastian. Se arrodilló frente a él, y cabello tocó la tierra.

―Amo ―dijo―. ¿En qué puedo servirle?

―Levántate ―ordenó Sebastian, y Amatis se levantó del suelo elegantemente. Parecía que de repente tenía una nueva forma de moverse. Todos los Cazadores de Sombras eran diestros, pero ella se movía con una silenciosa gracia que Clary encontró extrañamente fría. Se paró derecha frente a Sebastian.

Por primera vez, Clary vio que lo que había tomado por un largo vestido largo, era en realidad un camisón, como si la hubieran despertado y sacado de la cama. Que pesadilla, el despertar aquí, entre estas figuras encapuchadas, en este amargo lugar abandonado.

―Ven hacia mí ―ordenó Sebastian, y Amatis dio un paso hacia él. Era una cabeza más baja por lo menos, y por lo que tuvo que alzarse cuando él le susurró algo. Una fría sonrisa se extendió por su cara. Sebastian levantó la mano―. ¿Te gustaría luchar, Cartwright?

Cartwright dejó caer la cadena que había estado sosteniendo, su mano fue a su cinturón de armas a través de la abertura en su capa. Era un hombre joven, de cabello rubio claro, y una gran cara de mandíbula cuadrada.

―Pero yo...

―De seguro que una demostración de sus poderes es necesaria ―dijo Sebastian―. Vamos, Cartwright, es una mujer, y mayor que tú. ¿Tienes miedo?

Cartwright parecía desconcertado, pero sacó una larga daga de su cinturón.

―Jonathan... Los ojos de Sebastian brillaron.

―Lucha con él, Amatis. Sus labios se curvaron.

―Encantada ―dijo, y saltó. Su velocidad fue sorprendente. Saltó en aire y dirigió su pie hacia adelante, sacando la daga de su agarre. Clary miró asombrada cómo se lanzaba hacia el cuerpo de él, y clavaba la rodilla en su estómago. Él se tambaleó hacia atrás, y lo golpeó con la cabeza, luego lo rodeó para tironearlo de la parte posterior de la capa y lo tiró al suelo. Él aterrizó a sus pies con un doloroso crujido, y gimió de dolor.

―Y eso es por arrancarme de la cama en medio de la noche ―dijo Amatis, y se pasó el dorso de la mano por el labio, que sangraba ligeramente. Un leve murmullo de risas tensas se escuchó en la multitud.

―Y ahí lo tienen ―dijo Sebastian―. Incluso un Cazador de Sombras sin ninguna habilidad o fuerza especial (perdón, Amatis), puede llegar a ser más fuerte, más rápido, que su contraparte aliada seráfica. ―Se golpeó la mano con el puño―. Poder. Verdadero poder.

¿Quién está preparado para ello?

Hubo un momento de vacilación, y luego, Cartwright se puso de pie tambaleante, con una mano protectora sobre su estómago.

―Yo lo estoy ―dijo, lanzando una mirada venenosa a Amatis, quien se limitó a sonreír.

Sebastian alzó la Copa Infernal.

―Entonces, ven aquí.

Cartwright se acercó a Sebastian, y mientras lo hacía, los otros Cazadores de Sombras rompieron la formación, acercándose al lugar donde Sebastian estaba de pie, formando una línea irregular. Amatis estaba parada serenamente a un lado, con los brazos cruzados.

Clary la observó fijamente, incitando a la mujer mayor a que la mirara. Era la hermana de Luke. Si las cosas hubieran salido según lo planeado, hubiera sido la tía política de Clary ahora.

Amatis. Clary pensó en su pequeña casa junto al canal en Idris, la manera tan amable en
la que se había mostrado, la manera en que había amado tanto al padre de Jace. Por favor,
mírame
, pensó. Por favor, muéstrame que sigues siendo la misma. Como si Amatis hubiera escuchado su silenciosa plegaria, giró la cabeza y miró directamente a Clary. Y sonrió, no con una sonrisa amable o tranquilizadora; su sonrisa era oscura y fría y divertida. Era la sonrisa de alguien que te observaría mientras te ahogaras, pensó Clary, y no movería un dedo para ayudarte. No era la sonrisa de Amatis. No era Amatis en lo absoluto. Amatis se había ido.

Jace había quitado la mano de su boca, pero no sentía ningún deseo de gritar. Nadie aquí la ayudaría, y la persona de pie con los brazos a su alrededor, aprisionándola con su cuerpo, no era Jace. De la manera en que la ropa mantiene la forma de su dueño, incluso si no ha sido usada durante años, o como una almohada mantiene el contorno de la cabeza de la persona que dormía allí, aunque llevara tiempo muerto, eso era todo lo que él era. Una cáscara vacía que ella había llenado con sus deseos y su amor y sus sueños.

Y al hacerlo, le había hecho al verdadero Jace un terrible mal. En su búsqueda por salvarlo, casi había olvidado a quién estaba salvando. Y recordó lo que él le había dicho durante esos pocos momentos cuando había sido él mismo.

Odio la idea de que él esté contigo. Él. Ése otro yo.

Jace había sabido que eran dos diferentes personas, que su yo con el alma arrancada no era él en lo absoluto. Había tratado de entregarse a la Clave, y ella no lo había dejado. No había escuchado lo que él había querido. Había tomado la decisión por él, en un momento de huida y pánico, es verdad, pero lo había hecho, sin darse cuenta de que su Jace preferiría morir antes que ser así, y que no había salvado su vida, sino más bien lo había condenado a una existencia que él despreciaría.

Se hundió más en él, y Jace, tomando su repentino cambio como un indicador de que no lucharía más, aflojó su agarre. El último de los Cazadores de Sombras estaba delante de Sebastian, estirándose se buena gana hacia la Copa Infernal mientras él la sostenía.

―Clary... ―comenzó Jace.

Ella nunca se enteró de lo que iba a decir. Se escuchó un grito, y el Cazador de Sombras que iba a tomar la Copa se tambaleó hacia atrás, con una flecha en la garganta.

-Cazadores de Sombras: Instrumentos Mortales: Ciudad de Almas Perdidas

Amor diferente (Malec) - CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora