Así que estás diciendo que lo que te trae paz es la guerra

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Una roca se levantaba cerca de ellos. Se dividía en cantos rodados grandes y pequeños, y sobre una de las rocas más grandes se encaramaban Alec e Isabelle Lightwood. Mientras Jace alzaba la vista, Isabelle le llamó la atención y le hizo un gesto alentador. Alec notando su gesto, le golpeó el hombro. Jace podía verlo hablándole a Izzy, probablemente para no romper la concentración de Jace. Sonrió para sus adentros —ninguno de ellos realmente tenía una razón para estar aquí, pero habían ido de todos modos, "como apoyo moral". Aunque Jace sospechaba que tenía más que ver con el hecho de que Alec odiaba estar libre en estos días, Isabelle odiaba que su hermano estuviera solo y ambos evitaban a sus padres y el Instituto.

Jordan hizo chasquear los dedos bajo la nariz de Jace.

—¿Estás prestando cualquier atención?

Jace frunció el ceño.

—Lo estaba hasta que nos preguntábamos en el territorio de los anuncios personales malos

—Bueno, ¿qué tipo de cosas te hacen sentir tranquilo y sosegado?

Jace se quitó las manos de las rodillas —la posición de loto le estaba dando calambres en las muñecas— y se apoyó en los brazos. El viento frío hacía temblar las pocas hojas muertas que todavía se aferraban a las ramas de los árboles. Contra el cielo pálido de invierno, las hojas tenían una sobria elegancia, como un boceto de pluma y tinta.

—Matar demonios —dijo—. Una buena y limpia muerte es muy relajante. Las sucias son más molestas, porque tienes que limpiar después.

—No. —Jordan levantó las manos. Por debajo de las mangas de la camisa, los tatuajes que envolvían sus brazos eran visibles. Shaantih, shaantih, shaantih. Jace sabía que significaba "la paz sobrepasa todo entendimiento," y se suponía que tenías que decir la palabra tres veces cada vez que pronunciaras la mantra para calmarte la mente. Pero nada parecía calmar la suya en estos días. El fuego en sus venas hacía que su mente corriera también, con pensamientos demasiado rápidos, uno tras otro, como la explosión de fuegos artificiales. Los sueños eran tan reales y saturados de color como pinturas al óleo. Había intentado entrenándose, horas y horas dedicadas a practicar en la habitación, sangrando y con moretones y sudor y, una vez, incluso, con dedos rotos. Pero no había logrado hacer mucho más que irritar a Alec con las solicitudes de runas de curación y, en una ocasión memorable, prendiendo accidentalmente fuego a una de las vigas transversales.

Fue Simon quien había señalado que su compañero de habitación meditaba todos los días, y quien había dicho que ese hábito era lo que había calmado los ataques incontrolables de ira que a menudo eran parte de la transformación de un hombre lobo. Desde allí había sido un salto corto antes de que Clary sugiriera que Jace "bien podría intentarlo," y allí estaban, en su segunda tanda de sesiones. La primera sesión había terminado con Jace dejando una marca de fuego en el suelo de madera de Simon y Jordan, por lo que Jordan había sugerido que lo llevarán afuera en esta segunda sesión para evitar un mayor daño a la propiedad.

—Matar no —dijo Jordan—. Estamos tratando de hacer que te sientas tranquilo. Sangre, muerte, guerra, todas esas no son cosas pacíficas. ¿No hay ninguna otra cosa que desees?

—Armas —dijo Jace—. Me gustan las armas.

—Estoy empezando a pensar que tenemos una cuestión problemática de filosofía personal aquí.

Jace se inclinó hacia delante, con las palmas sobre la hierba.

—Soy un guerrero —dijo—. Fui criado como un guerrero. No tenía juguetes, tenía armas. Dormí con una espada de madera hasta que tenía cinco años. Mis primeros libros fueron demonologías medievales con páginas iluminadas. Las primeras canciones que aprendí fueron cantos para desterrar a los demonios. Sé lo que me trae la paz, y no son playas de arena o el canto de los pájaros en bosques tropicales. Quiero un arma en la mano y una estrategia para ganar.

Jordan le miró desapasionadamente.

—Así que estás diciendo que lo que te trae paz es la guerra.

Jace levantó las manos y se puso de pie, quitándose la hierba de sus jeans.

—Ahora lo pillas. —Oyó el crujido de la hierba seca y se volvió, a tiempo para ver a Clary pasar a través de un hueco entre dos árboles y emerger en el claro, con Simon sólo unos pasos detrás de ella. Clary tenía las manos en los bolsillos de atrás y se reía.

Jace los observó por un momento—había algo en observar a personas que no sabían que estaban siendo observadas. Se acordó de la segunda vez que había visto a Clary, a través de la sala principal del Java Jones. Ella se había estado riendo y hablando con Simon como lo hacía ahora. Recordó el giro poco familiar de los celos en su pecho, quitándole el aliento, la sensación de satisfacción cuando ella había dejado detrás de Simon para venir y hablar con él.

Las cosas cambiaron. Había pasado de ser devorado por los celos de Simon a respetarle a regañadientes por su tenacidad y valentía a considerarlo realmente un amigo, aunque dudaba que alguna vez lo dijera en voz alta. Jace observó mientras Clary lo miraba y le lanzaba un beso, con su pelo rojo rebotando en su cola de caballo. Era tan pequeña, delicada, como una muñeca había pensado una vez, antes de que haber aprendido lo fuerte que era.

Ella se dirigió hacia Jace y Jordan, dejando a Simon correteando por el suelo rocoso donde estaban sentados Alec e Isabelle y desplomándose al lado de Isabelle, quien inmediatamente se inclinó para decirle algo, con la cortina de pelo negro ocultándole la cara. Clary se detuvo frente a Jace, balanceándose sobre sus talones con una sonrisa.

—¿Cómo va?

—Jordan quiere que piense en la playa —dijo Jace con tristeza.

—Es terco —le dijo Clary a Jordan—. Lo que quiere decir es que lo aprecia.

—En realidad, no —dijo Jace.

Jordan soltó un bufido.

—Sin mí estaría rebotando por Madison Avenue, disparando chispas por todos sus orificios. —Se puso de pie, encogiéndose de hombros en su chaqueta verde—. Tu novio está loco —le dijo a Clary.

—Sí, pero está bueno —dijo Clary—. Así que eso es todo.

Jordan hizo una mueca, pero tenía buen carácter.

—Voy a salir —dijo—. He quedado con Maia en el centro. —Le dio un saludo burlón y se fue, deslizándose entre los árboles y desapareciendo con la suavidad silenciosa del lobo que tenía bajo de la piel. Jace lo miró irse. Salvadores inverosímiles, pensó. Hacía seis meses no habría creído a nadie que le dijera que iba a terminar tomando lecciones de comportamiento con un hombre lobo.

-Cazadores de Sombras: Instrumentos Mortales: Ciudad del Fuego Celestial

Amor diferente (Malec) - CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora