Se movió incomoda en el sofá, le dolía el cuello y unas cuantas costillas. El brazo derecho lo tenía entumecido y la pierna izquierda... Pues no tenía pierna izquierda, así que dolor solo era psicológico. Su doctor lo llamaba el «el dolor fantasma».
Trató de incorporarse, pero su mente seguía dando vueltas. Estómago se revolvió en su interior y, aunque no recordaba que había cenando, parecía que su organismo estaba dispuesto a enseñárselo. En un intentó de contener las nauseas terminó sintiendo el reflujo gástrico en su garganta. La sensación no fue para nada placentera.
Se sentó al borde de sofá, frotó sus ojos en un vago intentó de recobrar la visión, o la poca que poseía, sin lentes, era un topo ciego nariz de estrella.
Buscó sobre la mesa estar algún indicio de sus gafas, pero no las encontró.Lo que sí descubrió fue su prótesis, pulcramente colocada aún lado del sofá. Reconoció al menos, con un poco de alegría que la noche anterior, sí guardo un poco de decoro y sentido común. Debí de felicitarse a sí misma.
Tomó la prótesis en sus manos. Se la colocó, despacio, delicadamente, como todas las mañanas en los dos últimos dos años. Una rutina, que al principio la fastidió hasta más no poder. «Amo mi pierna, la amo como a nadie en el mundo». Al principio había sido difícil, todo lo que conllevaba la pérdida de una extremidad, era demasiado complicado de asimilar. Incluso tuvo que necesitar ayuda psicológica para aceptarse nuevamente. Había sido duro para ella, pero más duro fue darse cuenta que nada sería igual otra vez, ni ella podía reconstruirse a sí misma para volver a ser lo que era antes del accidente. No podía, aunque quisiera. Pero solo ella parecía notarlo, nadie más aparte de ella entendía eso. Ella era la única que no fingía. Por eso dormía en ese sofá, como lo había hecho los últimos meses. Mejor dicho, el último año.
Se puso de pie y empezó a verificar alrededor de la sala. Necesitaba sus lentes. Buscó en la librera, en la mesa de la entrada, en el perchero de llaves, en sus propios bolsillos. En su cartera. Hasta fue al baño de invitados para estar segura.
No fue hasta que oyó la voz de su esposa que se dio cuenta donde los había dejado. Helene podía ser idiota, pero ni ella se podía imaginar la estupidez que había cometido la noche anterior. Debió estar fuera de sus cinco sentidos.
-Helene – Los vellos de su cuerpo se erizaron. Su voz aún poseía un efecto sobre ella. Siempre amó la forma de cómo se sentía al estar cerca de Rebecca. Sin embargo, en aquel preciso momento solo le causaba estrés. – Buscas... esto – dijo, extendiendo su mano con el par de anteojos desgastados.
- Gracias, Beck -. Su esposa solo iba vestida con una bata corta. Tenía los cabellos alborotados, no llevaba maquillaje y aún así se veía malditamente hermosa. «Enternecedoramente adorable». Siempre la había amado, siempre la había visto bella, siempre la había respetado, siempre y por siempre. Para Helene, Rebecca era todo. Siempre fue así, hasta que Beck decidió por sí misma que ya no quería ser nada de ella. - ¿Dónde los dejé? – preguntó nerviosa. – Los busqué y no me acordaba dónde los había dejado.
- A noche mientras yo estaba dormida, subiste a la habitación...
Helene sabía la respuesta. Lo había hecho de nuevo. Como un perro sin raza, la habían echado a la calle de una patada. Por qué no aprendía.
- Lo siento, me pase de cerveza. Me excedí, siento haber incomodado, ya no volverá a pasar. – Como de costumbre, y casi como un dogma Helene se disculpaba.
Su madre decía que había escogido el nombre de Helene, porque había nacido a las doce del mediodía. El día más caluroso del mes de noviembre de aquel año. Helene significaba Helios, la personificación de sol. Helene, venía del latín, que significaba Helios en griego. Un nombre elocuente, para una persona elocuente.
- ¿Desde cuando sales a tomar los jueves? Me parece raro viniendo de ti. – Cuestionó, apoyándose en un solo pie, mientras reposaba el resto del cuerpo en el pasamano de las escaleras.
- Desde ahora – dijo rascándose el cuello. – Velásquez y Julio me invitaron, así que dije que sí. Solo fue una, pero... tú sabes que con una ya estoy al tope -. Respondió avergonzada.
-¿Quién te trajo?
- Vine en taxi, dejé el auto en la empresa. Así que no te preocupes. El auto está sano y salvo.
Rebecca la observó con indignación, como si en vez de apaciguar su enfado, con cada palabra que decía la ofendía más. Nada de lo que hiciera parecía ayudar a su relación. Llevaban más de un año así. Le dolía y ya no sabía que más que hacer.
- Sabes muy bien que lo del carro me tiene sin cuidado... no me dijiste que vendrías tarde. Sí me lo hubieras dicho que saldrías, yo te hubiera ido a traer. Al menos te hubiera esperado despierta.
- La verdad es que ya no se creer esas cosas...
- Helene no te comportes como una niña, tú como yo, sabes que la culpa es de las dos.
-¿Cómo las veces que yo te espere todos los días?
- Esos es diferente, lo mío era trabajo, lo tuyo es libertinaje
Helene la miró, y trató de encontrar un poco de sensatez en su mirada. Pero no había nada. «Me odia, por odiar».
- ¿Acaso yo no tengo derecho de salir?
- Mejor no digas nada, solo harás que me enfade más.
Las dos se retaron con la mirada, y como era costumbre Helene cedió ante Beck.
-Lo siento, lamento haberme colado en la habitación anoche. No era mi intención, solo... - «Solo quería estar en tus brazos nuevamente». Pensó. - ¿Quieres cenar conmigo esta noche?
-¿Qué?
-Si quieres cenar conmigo esta noche, déjame recompensarte por esto que te he hecho pasar y sentir.
Helene ya no estaba muy segura en que punto se encontraba su matrimonio. Pero de algo estaba si estaba segura, no quería que los últimos seis años se fueran como si nada. Amaba mucho a Beck, y haría todo lo necesario para demostrarle que ella valía pena.
- Esta bien, hace tiempo que no salimos – dijo Beck sonriendo de lado – y me contaras que hiciste ayer con Velásquez y Julio.
Había días en los cuales Helene y Beck no cruzaban palabras. El trabajo de las dos era muy demandante y cada una había puesto en primer lugar el existo personal. No fue hasta hace dos años cuando Helene, en el campo de experimentación sufrió un accidente en la planta de procesamiento de maíz.
Helene entró en una gran depresión al darse cuenta que nunca podría regresar ser como era antes. Beck la había apoyado en ese proceso de cambio y aceptación. Pero después de un año de asistir a terapia, donde el tiempo, el dinero y los recursos eran desperdiciados, decidió que era suficiente para ella. Dejándola sola.
- Nos vemos en Pabellón Dorado a las siete de la noche. ¿Quieres que pasé por ti?
-No, tengo una reunión con el alcalde a las cinco y como las seis con los concejales. Así que mejor nos vemos allá.
-Te amo Beck.
Rebecca solo sonrió y subió las escaleras.
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Incertidumbre
RomanceSu matrimonio se desmorona apedazos. Tal vez era necesario dejar el orgullo a un lado. De su amor sólo quedó humo: una nueva existencia para una vida de eterna ceniza.