Dezenove

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(Capitulo 33, Estigma) Ahí sale Bast.

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Durante una época de su vida, si hubiese tenido que enfrentarse a un acontecimiento tan grande como ese, Rebecca se habría echado al suelo y habría adoptado una posición fetal, probablemente para siempre. Pero a los treinta y tres años ya estaba hecha de otra leña. Así que, en vez de quedarse tirada todo el día en el sofá, contemplando cómo su vida ardía y quedaba reducida a un montón de cenizas a sus pies, hizo rápidamente lo que había ido a hacer.

Primero, tomó un poco de dinero del fondo para emergencias que guardaba en calcetín debajo de la cama.

Segundo, fue a la tienda de licores más cercana y compró una botella muy grande de vodka muy barato.

Tercero, volvió a casa y escribió un largo y sentido mensaje de pésame para Erika. Olvidó a propósito comentarle qué estaba haciendo y dónde estaba Helene, y lo envió desde su cuenta de Gmail.

Cuarto, se fue.

Beck tenía la costumbre de caminar por horas sin detenerse; una costumbre adquirida de parte de Len, a quien se acompañaba a sus caminatas en el campus universitario. Había sido sorprendente cuando la dos había coincidido, no solo en sus clases de portugués, sino que también en sus clases universitarias, aunque con diferentes carreras, en diferentes facultades, tanto Len como Rebecca hallaban el tiempo para compartir juntas.

-"¿Sabes? – había dicho Len un día. - ¿Sabes cuál es el mejor obsequio que me has dado? - Eran las tres de la tarde cuando se habían sentado debajo del árbol de fuego en frente del edificio de Filosofía".

-"¿Obsequios? Te he dado muchos, amor, pero creo que las flores siempre han sido tus preferidas. – dijo Beck sujetando su mano, con una sonrisa que describía mejor su amor que mil palabras".

-"No, bebé, ese no es el mejor presente, ¿cómo puedes no saberlo? – Articuló Len riéndose levemente".

-"Dudo mucho que sea la ves que... - Len se tiró taparle la boca a su novia".

-"Obviamente no es eso... - espetó Helene toda sonrojada. – Pervertida".

-"¿Cómo dijiste qué se llamaba «Ian»? Si no es ese, entonces no sé".

-"¡Rebecca! – farfulló alterada Len. – No, no es eso... O bueno...un poco así... pero debería ser más romántico. – Len sentada a horcajadas sobre las piernas de su novia, se inclinó para robarle un beso.

-"Me rindo... no sé qué te he entregado que valga lo suficiente para mantener este amor que te tengo".

Len se sonrojo un poco.

-"El tiempo, el tiempo es algo que no se puede detener, que no se puede regresar, que no se puede adelantar. El tiempo es el bien más preciado del hombre. Y tú... sin miedo a nada... me lo das, como si me derecho se tratase. El tiempo perdido hasta los santos lo lloran".

Rebecca no sabía porque lloraba, pero por algo lo hacía. La estaba perdiendo. Cuando se le agotaron las lágrimas y las tiendas cerraron, regresó a casa lentamente y empezó a torturarse diciéndose que había sido una mala esposa, un desastre de novia, un fracaso como amiga y una boba insensible a la que no se le justificaba su comportamiento.

Se planteó hacer el equipaje y tomar el primer bus que se dirigiera a Santa Ana, no quería enfrentarse a su hermana, pero era un mal menor en comparación de decirles la verdad a la familia de su esposa. Se sentía avergonzada por no haberse dado cuenta de que Helene estaba sufriendo. Pero no se le había pasado por la cabeza la posibilidad de que algún día su mayor pilar, desaparecería de su vida. Y mucho menos que podría estar muerta.

Su hostilidad la había tomado por sorpresa, pero como buena compañera Len había soportado en silencio. Hasta cierto punto, todavía estaba sorprendida no haberla visto llorar. Nunca se le ocurrió consolarla, aun sabiendo que sus palabras la herían más que mil navajas.

Regocijarse en la su propia frialdad, era algo común en su comportamiento que ya era natural. Ni si quiera cuando un «Te amo» salía a gritos con dolor de la boca de Len. El comprenderla, apoyarla, cuidarla y estar para ella, no era parte de su comportamiento. Algo en ella había muerto, desde que se dio cuenta, que su Len... ya no sería la misma.

La idea de amarla sin sentir pena por sí misma, había muerto. Esa idea había esfumado a todas las demás y ni siguiera le había dejado preguntarle por la causa de su dolor. Lo daba por hecho... que más mal podía tener. Sumergida en su propia miseria depresión.

No había bastado con que acabarle el corazón, no, tenía que ir más lejos no volverle a decirle que la quería y la amaba. No había sido suficiente con que alguien, probablemente su hermana Erika, hubiera discutido con ella por no haber estado para Len. No.

***

Rebecca había hablado con la secretaria de Andrea. Había sido difícil subir, hasta los altos mandos de Acosta Corporaciones. Al principio todo parecía tan surreal, que la secretaria de Acosta no estaba muy convencida. Y puso renitencia, para contactar a su jefa.

No fue hasta que Melissa regresó con su placa y una cita policial, para hacerle unas cuantas preguntas a la Ms. Andrea Acosta, que la humilde secretaria concreto una cita para el lunes a primera hora.

Así que, ahí estaba ella, formal, con una falda azul a juego con su jaqueta. Sentada, en el hermoso vestíbulo. A su lado Melissa con su característico uniforme. Sería y fría. Inmutable. Les habían ofrecido café, pero Beck tomó solo un vaso de agua. Mel, por su parte, no tomaba café, sólo dos tazas al día. Y la primera ya la había compartido con Irene.

La secretaria de Andrea, quién se había presentado como Elsa, era mujer educada y gentil, con leve un embarazo, casi desapercibido. Rebecca recordó que con Helene, habían acordado que tendrían hijos hasta que las dos no estuvieran seguras. Ni una, ni la otra podría ser obligada. También recordó otros acuerdos y promesas... Pero cada memoria parecía más lejana que la otra.

El reloj marcó las ocho de la mañana, el sonido del tic, se escuchó estrepitosamente, o al menos, así lo percibió Beck. Entre en el inmenso; y francamente intimidante; vestíbulo de vidrio, acero y piedra blanca, se sintió aliviada que su mejor amiga la acompañará. Desde el otro lado de un sólido mostrador de piedra le sonrió amablemente una chica castaña, atractiva y muy arreglada.

Beck pensó que ella desentonaba en ese ambiente. Su labor era no menos profesional, pero sí menos formal. Se preguntó hasta qué punto su jefe, le permitió ser tan flexible.

Elsa se acercó a ellas, con una sonrisa, que en vez de darle paz, le dio una terrible tortícolis.

-La señorita Acosta, las atenderá en breve. Solicita que la acompañen a la sala de juntas - hizo un ademan con su mano- por favor, síganme. - Beck se levantó estirando su falda.

Siguieron a Elsa en silencio, era raro para ella ser tan taciturna. Si el silencio lo hubiese querido matar, ella ya habría estado muerta.

Elsa les abrió una puerta de vidrio, y les indico donde deberían sentarse.

IncertidumbreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora