Doze

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Len despertó, y por primera vez en los últimos tres días, se encontró sola. Presionó el botón de llamada.

-¿qué necesitas, querida? – preguntó la enfermera.

-Nada, en realidad – contestó avergonzada. Había presionado el botón solo para poder ver  otros rostros. Habían pasado cinco días desde que ingresó y las únicas personas que siempre veía era al Dr. Robbinson, a las enfermeras, personal médico, de limpieza y a Andrea.

-Pues me alegra que este despierta – dijo la enfermera – Comprobare sus signos vitales para la bitácora.

-¿Usted sabe a qué hora se retira la señorita Acosta? – preguntó antes que la enfermera le colocara el termómetro en la boca.

-¿Sería la chica que siempre la visita? – Len asintió – Se retira después de que usted se duerme. Le dejó una nota.

Fue entonces cuando Len vio el papel doblado por la mitad encima de la mesa a un lado de su cama. Quiso alcanzarlo, pero su brazo no era lo suficientemente largo. La enfermera se lo dio antes de envolver su brazo con el aparato de presión arterial alrededor de su antebrazo.

Len dejó la nota sobre su pecho hasta que la enfermera terminara, prefiriendo leerlo en privado. Gimió cuando el aparato se apretó más y más alrededor de su pequeño brazo. Cuando ella pensó que no podría estar posiblemente más apretado oyó el silbido del aire que era liberado.

-Bien, su presión es buena y su temperatura es normal. A este ritmo usted estará fuera de aquí en menos de lo que piense – La enfermera quitó el apretado velcro y escribio sus anotación en la tabla -Su cena estará aquí pronto y regresaré más tarde para chequearla nuevamente.

-Gracias.

Len sonrió, le habían dado alimento sólido desde el día anterior y su apetito no podía estar más agradecido. Su estómago estaba a un paso de comerse su hígado.

Una vez que la enfermera salió, Helene tomó la nota y la desdobló. Allí en el papel membretado «Acosta Corp.».

«Len

Tuve que volver a la oficina para ocuparme de algunas cosas. Estaré de regreso antes de la cena. Intenta descansar y no tengas miedo de pedir más medicamento si los necesitas. Por cierto, deja espacio en tu estómago. Espero que te guste la comida china. :D

Andrea».

Los dedos Len se deslizaron sobre la textura del papel. La letra de Andrea estaba llena de una caligrafía con estilo, perfecta y pulcra. Sonrió ante el comentario sobre dejar el espacio después de la cena.

Andrea se había tomado la tarea de llevarle algo extra para la cena, siempre y cuando Len quisiera algo más. Helene sabía que podría comer todo delante de ella y después incluso pedir más. Sonrió al saber que Andrea la consentía. Su corazón latía con esos actos.

Sujetó el control del televisor y presionó el botón de encendido. Estaban pasando la noticias de las seis de la tarde en el canal 19, eso indicaba que solo faltaba una hora antes de que Andrea volviera. Mientras escuchaba por el reportero hablar su un caso que involucraba a altos mandos políticos. Un tal Antonio Hass, presidente de un grupo de inversiones.

Helene tomó el peine de plástico de la mesa y lo pasó a través de su cabello, intentado mirarse un poco más decente y presentable ante su amiga.

«Amiga». Andrea había dicho que podían ser amigas. Sonriendo ante aquel pensamiento. Pensó sobre la manera en que había llorado tan duro y lo bien que se sintió ser sostenida por ella. En sus brazos, se sentía segura, cuidada, confortada. De manera extraña, Len se encontró deseando esa sensación otra vez, ser sostenida en esos fuertes brazos, para oler la ligera fragancia de perfume en su cuello, para sentir la compasión y la ternura dentro de su tacto y voz.

IncertidumbreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora