Dois

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Beck subió a la habitación con el corazón latiendo a mil por hora. Hacía tiempo que no salían juntas, se habían distanciado lo suficiente como para que a ninguna de las dos les pareciera extraño su alejamiento. Compartían la misma vivienda, pero se movían en mundo diferentes.

Beck amaba a su esposa, daba por hecho que siempre y cuanto Helene se presentara como una mujer comprometida en matrimonio, nadie más podría quitársela.

Sin embargo, la noche anterior, la vida le dio un golpe de realidad.

***

Rebecca había llegado a casa pasadas las siete de la noche. El trafico desde la oficina de hacienda hasta su casa había estado fuerte. En el trayecto habían ocurrido dos accidentes, uno peor que el otro. No había cenado, esperaba poder ordenar algo mientras esperaba que Len regresara a casa.

Se cambió de ropa por un atuendo más cómodo, encendió el televisor y dejó corriendo la película de Orgullo y prejuicio. Llamó al Pollo Real y ordeno una cena para dos. Descansó un rato en el sofá, mientras veía la película favorita de su esposa.

La cena llegó después de casi 45 minutos, para entonces Beck estaba subiendo a la habitación a las diez en punto. En todo ese tiempo, no había recibido ningún mensaje de Helene. Tampoco sabía donde estaba. Seguramente le habría comentado donde podría encontrarla, pero como venía haciendo los últimos meses, la había ignorado. Se reprochó por su actitud infantil.

Se acostó en la cama matrimonial, que alguna vez compartió con Len. Se preguntó entonces cómo habían terminado tan sola, cuando hace menos de un año, ella tenía todo lo que jamás soñó. Cerró los ojos y se quedó dormida de inmediato.

Sintió como la cama se hundió a lado de ella. Sintió como unos pies fríos se abrían campo en medio de sus piernas y como un brazo la sujetaba fuertemente el abdomen. Sintió la calidez que emanaba aquel cuerpo, el busto que se acercaba en su espalda y el aliento que se asomaba en su cuello.

Beck no recordaba exactamente el día en que ellas dos habían dejado de dormir juntos. Simplemente pasó. No hubo peleas de por medio, ni siquiera un mal gesto. Solo habían sucedido las cosas de forma natural. Después de años de compartir la misma cama, Beck tuvo que acostumbrarse a dormir sola nuevamente.

Helene comenzó a dormir en el sofá. Por las mañanas hacían su vida con normalidad. Desayunaban juntas y conversaban de cualquier cosa que no las involucrara a ellas. Y por la noche se volvía a repetir el mismo patrón.

No había intimidad. Al principio de la relación tanto Helene como Beck, se les hacía difícil tenerse lejos una de la otra. Con el tiempo aquello no cambió, en el matrimonio se había intensificado, y cada uno se sentía plenamente.

Sin embargo, en el último año, las cosas se habían enfriado. Hasta que cierto día las cosas subieron de tono, a tal punto que Beck se sintió asqueada, de tocar y ser tocada por Len.

Beck se removió en la cama y se alejó de Helene para encender la lampara de noche.

-¿Helene? – preguntó fastidiada.

-Shuu – murmuró acercándose más hacía ella.

-Len apestas a alcohol. ¿Qué rayos hiciste? – dijo molesta, alejándose de ella y poniéndose de pie.

Helene la soltó y rodó al otro lado de la cama.

-No hice nada, solo quiero dormir. – acomodó la almohada en su cabeza.

Beck encendió la luz de la habitación. Se dio cuenta que Helene solo traía un par de pantalones. La camisa y sujetador habían desaparecido.

-Aja, son pasadas las once... apestas a alcohol...

IncertidumbreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora