Dezoito

892 71 86
                                    

Rebecca se encontraba acostada en el sofá. Perdida en la desesperación, en la incertidumbre y la desolación. Mientras sus pensamientos hacían más tortuosa su existencia, sin poder obtener alguna pisca de paz. Su propia somnolencia la estaba matando lentamente.

Beck estaba tumbada, cubriéndose los ojos con un brazo, a medio camino entre el sueño profundo y la vigilia, cuando notó un movimiento a su izquierda. Un cuerpo cálido avanzaba hacía ella y tiraba de las sábanas.

El cuerpo se metió en la cama y se pegó a su costado. Notó como unas hebras de cabellos largos y suaves le acariciaban los pechos, ahora desnudo. Oyó un suspiro satisfactorio cuando un brazo le cubrió el abdomen y se quedó descansando allí.

Beck besó la cabeza que estaba apoyada en su seno izquierdo y luego, con mucha cautela, le rodeó los hombros con un brazo y le apoyó la mano en la parte baja de la espalda, por debajo de la camiseta, hasta entrar en contacto con su piel suave y cálida. El cálido cuerpo volvió a suspirara y le dio a ella un suave beso en el mentón.

-He tratado de mantenerme apartada – murmuró -, pero no he podido.

-Y yo lo he tratado también – replicó Beck, con una voz que quería ser traviesa, pero no podía ocultar la tristeza de sus palabras – pero no he podido.

-Hummmm – dijo ella, medio dormida. - ¿Por qué no me has buscado?

Beck se movió inquieta.

-Porque me da vergüenza, soy una idiota.

-¿Y antes, no? ¿No eras una idiota?

-Lo era, pero desde que decidí llevar un ángel a mi cama, todo cambio.

Unas manos soñolientas, pero curiosas, le acariciaron el pecho, explorándolo con suavidad, castamente. Dos alientos se unieron en la noche, salpicado por algún suspiro ocasional. Los latidos de dos corazones se sincronizaron al reconocerse el uno al otro. Y dos mentes atormentadas por fin encontraron reposo.

Cuando Beck se despertó, bostezó y se estiró. Al alargar la mano no encontró nada. Se dio la vuelta, buscando el calor del cuerpo de Len. Se cayó del sofá. El suelo estaba frio. Una sensación de inquietud la invadió. No era una sensación nueva; la había notado antes. Le vinieron náuseas. Se dio cuenta que tan fría podía ser la sala. Aun cuando las ventanas estaban cerradas, y la puerta principal asegurada, la gélida brisa le calaba hasta los huesos.

Haló la cobija al suelo y se tapó con ella todo el cuerpo. La almohada, el edredón, la cobija... el sofá, en sí, todo tenía impregnado el olor de Len. Cada parte de su casa tenía la esencia de Len. Algunas con recuerdos crueles y tristes, otros con los más románticos y bellos.

Se torturaba a sí misma, su mente lo había hecho nuevo, había tenido el mejor de los sueños... pero no había sido sueño, si no la sombra de un recuerdo lejano. Una realidad qué quizás nunca iba a poder regresar.

***

Andrea se levantó alrededor de las seis. Habían sido dos noches seguidas durmiendo en aquel sofá. Regresó las ropas de la cama a su habitación y se cambió a su ropa casual antes de entrar nuevamente a la oficina para ver los signos vitales de Len. Helene, por su parte, estaba todavía durmiendo profundamente así que se sintió segura de dejarla sola un momento.

Andrea tenía una rutina, su entrenamiento diario era parte de ello. Sin embargo, algo normalmente significaba ruido, cansancio, fuerza y sudor. Se había transformado a una situación completamente silenciosa, a fin de no perderse de oír la voz de Len llamándola. Lo que habitualmente eran veinte repeticiones con cada máquina se tornaron en diez y algunas maquinas fueron ignoradas completamente.

IncertidumbreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora