Vinte e Quatro

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Recién duchada, atravesó desnuda la sala hasta llegar a la isla de la cocina. Los ventanales con vista al jardín, llegaban hasta el techo, no tenían cortinas, de forma que se divisaba el atardecer. Buscó en la alacena alguna botella perdida de Len.

Vertió un poco de whisky de malta en un pesado vaso de cristal de roca y se apoyó en la barra, contemplando cómo los últimos rayos de sol y como estos se mezclaban con las primeras estrellas en el firmamento.

En otro momento de su vida, la imagen de ese atardecer y su belleza la hubieran conmovido. En aquel tiempo pasado, muchas noches había dejado que la tensión del día se diluyese en los brazos de su esposa, las dos acostadas en el sofá de la sala, mientras simplemente contemplaban el horizonte, mientras sentían que el mundo les recompensaba el amor.

Solía ser lo último que, vía antes de irse a la cama, pero en ese entonces no estaba sola.

En aquel momento, al mirar por los ventanales, vio el reflejo de pasado que volvía a hostigarla como una mala penitencia. Un pasado inalterable, inmutable e intransigente. No deseaba contemplar lo que no podía reparar. No quería pensar en nada. Aquella noche no.

Cerró los ojos, pero los recuerdos que deseaba olvidar regresaban uno por uno, como una película. Nunca lo admitió, pero el bendito destino jugaba con ella de nuevo.

Iba a ponerse la bata de seda gris que se hallaba colocada en el respaldo de una silla cuando alguien llamó a la puerta. Tenía que ir a la clínica seis horas después y tenía una reunión con su nuevo equipo a las diez, y aún le quedaba la cena con su familia en la noche. No tenía mucho tiempo y sabía que no podría dormir.

Volvió a mirar el reloj al ir hacia la puerta; la una de la madrugada. Su invitada era puntual, como siempre. Como lo había hecho durante los últimos seis meses.

Abrió la puerta y entró una mujer de treinta y tantos años, vestida con costroso traje de lino beige, una camisa de se abierta, que dejaba ver el nacimiento de los pechos. Elegante, pero informal. La mujer la saludó con una sonrisa mientras se retiraba el cabello oscuro con una mano larga y fina.

-"Hola".

-"Hola. – Cuando cerró la puerta preguntó -. ¿Puedo ofrecerte algo de beber?"

-"Depende – respondió la mujer. Se quitó la chaqueta y la colocó con cuidado sobre el respaldo del sillón que miraba hacia los ventanales. - ¿Siempre te apetece hablar esta noche?"

-"Sí, como siempre."

-"Entonces tomaré esa copa otra noche – replicó dulcemente la invitada. Con una mirada experta, se fijo en los débiles círculos que se habían formado debajo de los ojos."

-"Siéntate delante de los ventanales."

Sin decir palabra la mujer se sentó, mientras que Beck apagó las luces antes de rodear el sofá y sentarse donde la otra persona se sentó. La habitación estaba casi a oscuras, salvo por las sombras que proyectaba la luz de la luna.

Era casi igual que antes, Beck y Len sentadas una al lado de la otras mientras bebían una copa de vino y contemplaban la evolución de las estrellas en lo alto.

Había estado así antes, en la tranquilidad de la noche, pero no de aquella forma. Nunca tan desprendida de la realidad, tan indiferente, tal singularmente aislada, a pesar de tener otro cuerpo caliente al lado de ella.

En su distanciamiento fue consciente del mal que eso significaba. Aunque solo lo hacía para no estar sola y que no la juzgaran.

***

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