Quarenta e Um

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-Vamos a intentarlo otra vez. – dijo Alexandra suavemente, poniendo las manos en posición.

-No, espere, por favor. – lloró Len. - ¿No podemos hacer esto más tarde?

-Srta. Cabrera, usted tiene que estirarlas por lo menos dos veces al día.

-Lo sé, - dijo, limpiando una lágrima de su mejilla. La puerta se abrió y Andy entró con varias bolsas de compras en sus manos.

-¿Qué está pasando?

-Yo, todo está bien, - murmuró Len, avergonzada por las lágrimas que continuaba bajando por sus mejillas. Levantó la mirada y vio la preocupación en el rostro de Andy. – Tengo que estirarlas y eso duele.

-Déjame intentar, - dijo Andy, substituyendo las manos de Alexandra por la suyas. La joven mujer miró cuando la enfermera explicaba como estirarlas correctamente. Satisfecha sabiendo lo que estaba haciendo, la ejecutiva miró de nuevo a Len. - ¿Crees estar lista ya?

Ella asintió, sus ojos trasmitían su miedo del dolor. - ¿Serás suave? – Estaba aún indecisa, pero había algo tranquilizador sobre el calor de las manos de Len en su pie.

-Lo prometo. – Las delicadas palabras la bañaron con un sentimiento de confianza. Ella cerró los ojos y se concentró en la sensación de los fuertes dedos en su piel. Despacio levantó su pierna al punto donde sintió subir la parte trasera de su muslo. – Vamos, Len... eso es, solo un poco más. – Sentía su miembro ser levantado más alto y luchó con el impulso de pelear contra eso. – Muy bien. Estás haciéndolo estupendamente, Len. ¿Crees que podemos ir un poco más arriba? Solo un poco.

Incluso tan lentamente levantó su pierna hasta que pudo aguantar el dolor más. Débilmente se dio cuanta que era la más alto que había podido llegar antes, pero eso era intrascendente en ese momento. – Por favor...

-Esta bien, ahora relájate. Nosotras estaremos volviendo abajo ahora. – Los ojos de Len estaban cerrados y se aferró fervientemente en las palabras y al calmante tono de voz de Andy. – Allí vas, casi... - Pronto la sábana saludó a su talón y soltó una profunda respiración. - ¿Cómo te sientes?

Len abrió los ojos con sorpresa en la proximidad de la voz y se encontró mirando fijamente en los interminables verdes intensos. – Esto duele.

Shh, esto acabó ya. – Andy levantó la mirada a Alexandra. – Pienso que hemos terminado por hoy. Tengo una fiesta aquí esta noche nosotras tenemos que prepararnos. ¿Hay algo más que tenga que hacerse?

-Solo bañar a la Srta. Cabrera.

-Oh. – Len miró de una mujer a la otra. – Puede lavarme solo si alguien puede conseguir el agua y toallitas para mí. – Trataba de decirle a su amiga con sus ojos que esto era lo que prefería hacer sola. Andy asintió comprendiendo.

-Ok. Supongo que podemos manejar todo, Alexandra. La veremos mañana.

Len se relajó con las palabras de Andy, hasta que recordó lo que habían hablado en la mañana... la fiesta... Beck.

-Cierto, la fiesta.

-No te preocupes sobre eso. – La mujer de cabello oscuro dijo, caminando al cuarto de baño. – Conseguí reunir las cosas que necesito.

Len guardó silencio y pensó en lo poco que conocía a Andrea. Todavía no podía descifrarla por completo.

-No te preocupes sobre eso. – Acotó Acosta, caminando al cuarto de baño. – Te ayudaré a bañarte y esperaremos que llegue Rebecca. – El sonido del agua corriendo en el lavado se mezcló con las palabras. – Iré a traer todo lo que necesitamos. – Volvió con las toallitas, el jabón y el trapito. – Creo que es lo más esencial. ¿Necesitar algo antes de irme?

IncertidumbreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora