A las ocho y cuatro exactamente llamaron con los nudillos a la puerta abierta de la oficina de Andrea.
-Disculpe – la voz llegó desde el umbral – Señorita Acosta, la esperan en la sala de juntas.
Andrea respondió distraídamente y, antes de levantar la vista, acabó con la columna de números en su computadora. Entonces, sus ojos se alzaron para encontrarse con la mirada de su secretaria.
-Si es para la cita con la oficial Melissa Caravantes, estoy disponible. Pero si es un representante comercial de Oswaldo Castillo, no estoy disponible. – La sonrisa con que la saludó, tan deslumbrante con de costumbre, hizo a Elsa tener miedo. – Con una adquisición y un departamento nuevo hace que salgan representantes de debajo de las piedras. – se justificó Andrea.
Acosta no tenía cabeza para estar pensando en negocios, para estar pensando en su hermano y su aparente desfalco de bienes, ni para estar pensando la visita de la oficial. Lo único en lo que tenía la cabeza era en la joven mujer en manos de una enfermera en su casa.
Andrea ingresó a sala de juntas, percatándose de dos mujeres sentadas una al lado de otra. Se deslizó con elegancia en la silla al frente de ellas, Acosta reflexionó sobre los muy distintos escenarios que la esperaban, se había prometido ser lo más sincera posible.
-¿Les apetece una taza de café? – preguntó Andrea por cortesía.
-Un vaso de agua fría sería perfecto.
Elsa avanzó con un taconeo firme desde detrás de su pequeño lugar en la esquina inferior de la sala de juntas, consciente de todo lo que hablara su jefa quedaría registrado en la bitácora. Les tendió un vaso de agua a cada una, con una elegancia natural casi envidiable. La sonrisa resultante fue una reacción personal, cargada de ya de un adoctrinamiento de prejuicios sobre las mujeres. Serviciales y hermosas. Sino sonríe es lesbiana.
Andrea se acordó de su hermano, de haber sido él quien estuviera con esas mujeres en esa sala, no hubiera dejado de ver el fondo del escote en forma de «V» de la mujer sin uniforme de policía. Un triste pensamiento de Moisés.
-Señorita Carabantes, - dijo Andrea tendiéndole una mano. – Soy Andrea Acosta, ¿en qué le puedo ayudar?
-Un gusto señorita Acosta, puede llamarme Melissa. Estamos aquí extraoficialmente. No hay que ser tan formales en este caso. – Carabantes se acomodó en su silla. - La verdad señorita Acosta, hay un asunto peculiar que a las tres nos concierne y espero de su colaboración para responder cualquier inquietud.
-¿Y usted es...? – la voz de Andrea fue cálida, pero su expresión impasible no permitía asegurarlo. Parecía ligeramente intrigada.
-Rebecca Henríquez... - Acosta levantó un poco la ceja sin entender realmente que hacía ahí. - ... Mi presencia aquí tiene que ver con nuestra cosa en común.
Andrea se acomodó en su silla sin apartar la mirada de las dos mujeres.
-No sé qué cosa, podría yo tener en común con ustedes señoras, pero cualquier inquietud que surja, estoy disponible. – Andi hizo un ademán a Elsa para que saliera de la sala. Esbozó una sonrisa. – Ya que es una cita extraoficial espero que no sea larga.
-Y no será si... - Melissa le acercó un folder manila. - ... si usted es tan amable de colaborar con nosotras. Estamos aquí para saber sobre la señora Helene Cabrera,- Andrea abrió un poco sus ojos, dejando a la vista su leve sorpresa. - según tenemos entendido usted la socorrió el día del accidente. Estamos buscando su paradero.
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Incertidumbre
RomanceSu matrimonio se desmorona apedazos. Tal vez era necesario dejar el orgullo a un lado. De su amor sólo quedó humo: una nueva existencia para una vida de eterna ceniza.