Trinta e Oito

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Todo estaba oscuro, Beck se encogió en la oscuridad. Desde lo alto, resonó el eco de una gota estrellándose contra un lago en calma. «Estoy sola», fue lo primero que pensó, pero ella sabía que era su culpa. La oscuridad era demasiado asfixiante, demasiado grande, demasiado profunda.

Un crisol de luces se veía en la distancia. No estaba segura que era, parecía una fogata en medio de la estancia. Las llamas titilaban y giraban, formando un sinfín de formas. El fuego estaba cada vez más alto, creando largas sombras en la densa penumbra, sombras de incontables bestias brincaban alrededor del fuego: monos, ratas, pájaros... todo tipo de criaturas, y ninguna como las que salen en los libros, eran demasiado grandes, cona las pieles rojas, y negras, y azules. Giraban en un torbellino, alzando sus cabezas y agitando sus brazos al aire. Esto le hizo pensar en un Carnaval, donde la gente se azotaba en un fervor extático.

Beck no podía apartar la mirada de las confusas sombras, «Cuando ellos lleguen», pensaba sin ninguna duda, «me matarán». ¿Qué era la muerte, si la vida se sentía tan sola? Sería más fácil si la vida le fuese arrebatada.

Rebecca despertó sobresaltada. Pestañeó intentando borra aquella imagen de sus ojos, respiró hondo.

-Sólo un sueño... - dijo con un suspiro.

Oyendo su propia voz quiso confirmar queso confirmar que estaba despierta. Ella no se relajaría hasta que no estuviese segura.

-Sólo un sueño... - repitió. Un sueño. Un sueño que la agobiaba desde varias semanas atrás.

Se preguntó entonces, qué tipo de sueños habría tenido Helene. Las incontables noches que la había dejado sola, enfrentando sus pesadillas solas. Las veces que la encontró con los ojos hinchados y enrojecidos. El desdén que mostraba su mirada al ponerse la prótesis, el miedo que le causaba los sonidos fuertes... el recuerdo del campo de experimentación.

Había empezado a tener ese sueño hacía un mes. Al principio, no veía más que oscuridad, y no escuchaba otra cosa que el agua cayendo. Ella estaba de pie, quieta, y el miedo se acrecentaba, estaba desesperada por huir, correr a cualquier parte, per parecía estar petrificada y no se movía.

Hacía cinco noches, había despertado gritando, perseguida por luces rojas y sombras danzantes, y la oscuridad asfixiante seguir inexpugnable. Durante la tercera noche, vio la figura de las aterrorizantes criaturas que danzaban alrededor del fuego, provenientes del mismo infierno. Dos días, hacía dos días que las bestias se habían distinguidos y separado de las sombras. Ella se había levantado, inestable, y frotó sus brazos.

Por más que el sueño se repitiese una y otra vez durante un mes o más, éste no era más que un sueño. Pero intentar convencerse de eso no la tranquilizaba. Su pulso seguía acelerado, la sangre latía en sus oídos, su respiración le quemaba en la garganta. Beck apretó el peluche que le había arreglado Len, como si su vida dependiese de ellos.

Se quedó acostada en la cama, con la sangre bombeando en sus venas, rugiendo en sus oídos como si del mar se tratase.

Quita, en la penumbra de su habitación, con la soledad que la rodeaba desde hace un mes, con el dolor en el pecho y con certeza que su vida nunca iba a regresar como era antes. Quizá, sólo quizás, su pesadilla era un tipo de catarsis cruel o un tipo de venganza del destino por toda la vez que dejó a su amada enfrentarse sola a sus demonios.

El tiempo había pasado, pero los problemas no se habían solucionado.

Len estaba con Andrea, Rebecca...

***

-Vete a tú casa y duérmete. – Andy se movió entre él y la oficina, intentando dirigirlo nuevamente hacia la puerta. Puso su mano en su brazo únicamente para tenerlo alejado.

IncertidumbreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora