Sessenta

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-Buenas días, Cecilia. – Len rodó sobré su silla de ruedas dentro de la cocina, siguiendo el olor de los panecillos de canela recién horneados.

- Buenos días a ti también, Len. ¿Quieres un poco de café?

-Me encantaría una taza, gracias.

-La traeré aquí a la mesa. – La ama de llaves se acercó al armario y sacó una taza sin mirarla. Para el momento en que se dio cuenta cual había agarrado, ya había añadido la crema y azúcar. – Bien, supongo que Andy tendrá que usar otra taza.

-Usted me dio su taza favorita, ¿no es así? – Len preguntó con una sonrisa. Esta era otra de los pequeños caprichos de Andy. Su café de la mañana era siempre servido en una taza negra mágica. La palabra "JEFE" aparecía en letras rojas con destellos en llamas.

-Me temo que lo hice. Te serviré en otra, permíteme.

-No, no se preocupe. Andy puede vivir sin su taza por un día. – A Len todo eso le parecía divertido; con la decena de tazas de porcelanas y unas cuantas incluso con enchape de oro; que su amiga estuviera empedernidamente encariñada con esa taza en particular, era demasiado absurdo.

-Ya sabes que le gusta su café en esa taza. – amonestó Cecilia.

-Es bueno que cambie su rutina de vez en cuánto. – dijo Len riendo por su travesura.

-¿Y qué está pasando con ustedes dos? – Andy preguntó cuando entró en la cocina. Tomó el periódico y echó un vistazo en el titular antes de notar la cruel realidad. - ¿Robando mi taza favorita? – Le dio un beso en la mejilla a Cecilia y rodeó a Len por detrás para sentarse a un lado de ella.

-No te preocupes, yo sé quién es realmente el jefe aquí. – Len contestó cuando tomó un sorbo.

-A veces me lo preguntó. – Andrea regresó la broma. - ¿Cree que puedas ir sola con Douglas a la oficina?

-Sí, hablé con Velásquez, ya sé que debo hacer. ¿Lo anotaste?, ¿no es así?

-Sip, me gustó conversar con él, parece emocionado de haberte escuchado. – Levantó la mirada para ver a Cecilia venir con su café. Miró la taza burlonamente. - ¿De dónde vino ésta? – Era una taza blanca con la cara del candidato presidencial de las últimas elecciones.

-Ves, el cambio es bueno, ahora tus labios están besando el rostro de un guapo hombre. – Dijo Len con los labios sobre su taza. Cecilia trajo su desayuno junto con una jarra de café.

-¿Guapo? – Andrea observó al regordete hombre calvo con un bigote blanco. - ¿Quién era?

-No sé, no lo recuerdo. – respondió alegóricamente Len encogiéndose de hombros.

-Si las señoras me disculpan, iré a comenzar en la lavandería.

-Cecilia, ¿Tú lo conoces? – preguntó Andrea mostrándole la taza.

-Mmmm, creo que se llamaba Roberto Contreras.

-Ah, sí, lo recuerdo.

-Bueno, señoras me retiro.

-Gracias, Cecilia.

Ya solas, ambas mujeres comenzaron a comer su desayuno. Andrea tenía el tenedor en una mano y el periódico en la otra. Aunque ojeaba la sección de negocios, su atención estaba en estudiar a la inadvertida Len. La quebrada pierna estaba oculta debajo de la mesa redonda.

Andrea tenía una vista sin obstáculo de la suave cuerva de la mejilla de Len, la pequeña nariz, los ojos oscuros concentradas en comida. Repentinamente Len la miró. Arrugando las páginas y bajando la mirada al periódico, Andrea esperó que el rubor que se sentía no fuera demasiado visible.

IncertidumbreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora