Sessenta e Oito

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-Hola

-Hola, tu amable madre se fue.

-Gracias a Dios. – Echó un vistazo, su alta figura le permitía ver pasar la masa de gente. - ¿Piensas qué podrían ser un poco más ruidosos?

-¿Quién es de traje formal y corbata de deshecha?

-Federico, uno de los primos. – Dijo Andrea cuando miró al joven hombre. Una sobre actuación paupérrima.

-Oh

-¿Por qué lo preguntas?

-Estaba diciéndome que él y Moisés eran unidos

-Lo eran, "unido" a papá, hasta que murió. Entonces no consiguió nada y desapareció. Como una vil cucaracha aparece de nuevo.

-Quiere decir que está actuando así porque quiere dinero.

-Estoy sorprendida que esté aquí y no saqueando el apartamento de Mo. Debe haber estado tan cerca a él que olvidó la dirección de tanto dolor. – Oculta de la vista curiosas, la mano de Len empezó hacer un recorrido por la espalda de Andrea. Suave caricia y reconfortante.

-Se irán pronto, ¿no es así?

-Claro, no hay razón para se queden. Ya todos dieron sus condolencias, y ya le dijimos lo necesario. Solo están aquí para beberse mi licor. – Un fuerte estruendo del cuarto de juegos atrajo su atención. – Vuelvo enseguida.

El estruendo resultó ser una botella de vino derramada en el suelo.

-Oh, hola ahí. – El borracho hombre arrastró las palabras- Dos de la media docena de hombres que estaban parados alrededor se movieron para ayudar a mantenerlo en pie.

-Fer, ¿qué estás haciendo?

-Estamos levantando una copa por Moisés. – Se tambaleó de nuevo.

-Dos botellas de escocés, la mitad de una botella de vodka, más un vino. Creo que han estado brindado lo suficiente por esta noche. – Caminó detrás de la barra. – Es hora de que se vayan con sus esposas y que ellas se hagan cargo de ustedes.

Apagó todo desde el interruptor en la barra y una a una las luces fueron apagándose. Dejando la habitación a oscuras, solo iluminada por la luz que se filtraba de la puerta. Uno por uno los hombres molestos y refunfuñando salieron del cuarto, no todos sin ayuda.

El grupo de mujeres no estuvo muy de acuerdo al ver a sus maridos en ese estado tan deplorable. Si las miradas dirigidas a Andy hubieran podido matarla, ella estaría enterrada a 30 metros debajo de la tierra. Cuando el último pariente se retiró, llegó Cecilia con sus ardimientos de limpieza.

-Pero mira como han dejado. – Comentó la ama de llaves incrédula de lo que observaba.

-No es necesario que te quedes a limpiar, hoy ha sido un día agotador. Dile a Douglas que te llevé a casa.

-Si así lo deseas. Estaré a primera hora de la mañana. ¿Debo traer algo en especial?

-Contrataré un equipo de limpieza, así que no es necesario que mañana te presentes, tomate el resto de la semana. No te preocupes por las compras.

-Cinco paquetes de galletas de chocolate y dos galones de sorbete de chocolate con menta. – Intervino Len. – Umm, tú sabes que a los niños les encantan las galletas y el sorbete de chocolate con menta. Eso los mantiene ocupados. – La sonrisa de Andrea fue bien recibida.

-Entonces que sea eso más un galón de sorbete de café. Dile a Douglas que te pase a traer por la mañana, y después que vengas te retiras Cecilia. Tomate estos días para descansar.

IncertidumbreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora