Setenta e Dois

564 47 0
                                    

Len se encontró sola en casa sin nada que hacer. Había estado leyendo por la última media hora Un mundo feliz. Encontrándose con el prólogo la descripción perfecta de la situación de Andrea.

"El remordimiento crónico, y en ello están acordes a todos los moralistas, es un sentimiento sumamente indeseable. Si has obrado mal, arrepiéntete, enmienda tus yerros en lo posible y encamina tus esfuerzos a la tarea de comparte mejor la próxima vez"

Su mirada se centro en las escaleras de la planta de arriba. Andrea no estaría de regreso hasta bien pasada la media tarde. Len ya había vagado de habitación por habitación en la planta baja, pero leer aquellas palabras le había calado la medula como el frio arrasador de la tundra.

Sabía de antemano sobre la promesa de Andrea con su padre. Una promesa, que conllevaba una vida de moralidad absurda. Para Len aquello solo mostraba, que su amiga y amada solo era presa de una demagogia demencial. Adoctrinada en ideales incongruentes, disparatados e ilógicos.

De ese modo, Len se encontró pensando en cómo su amiga se obligaba a desear vivir en una utopía, consagrando a la memoria de las posibles generaciones que la preservación del apellido, fue, es y será más importante que la felicidad. Una vida primitiva, regida por altos estándares morales y religiosos plagados de embaucadores. La misma cara de la monera, utópicos y primitivos del dilema moral, donde la cordura y la razón, rozaban la ridiculez. La curiosidad implacable de Len consiguió persuadirla, tomó sus muletas.

Aunque había estado en el dormitorio de Andrea antes, esa era la primera vez que realmente se atrevía entrar por voluntad propia.

La habitación era lo bastante grande, un apartamento entero cabía en ese cuarto. Un acolchado banco situado debajo de una impresiona ventana estilo francés. Una puerta abierta al lado que conducía al baño privado, donde una tina jacuzzi esperaba, Len hizo una nota mental de tomar un relajante de baño de espuma. Había una pequeña puerta que conducía al guardarropa. Un tocador de caoba que delimitaba con la pared antes de entrar al baño, así como un espejo de cuerpo entero haciendo juego con el mismo tocador.

Una cabecera acolchonada, con luces y entrepaños, complementada por una cama King sized. Había mesitas de noche de ambos lados también. Sobre la pared de frente, una pantalla de 50 pulgadas, con su teatro en casa conectado. Len tomó el control y encendido el televisor, no paso ni medio minuto cuando una película empezó reproducirse.

Se sentó al borde la cama esperando ver que era lo último que su amiga había visto. Para su sorpresa era una película de adultos. La verdad esperaba que fuera más erótica que cualquier otra cosa, pero realmente tenía un argumento sólido. Len no prestó atención al titulo en un inicio, sin embargo, no tardo en entender la trama. Dos amantes femeninas que no podían mostrar su amor públicamente, sin que ninguna de la dos terminara en la policía, muerta, violada o desaparecida. Parecía una película de la época, donde su amor, era uno de lo más grandes tabúes.

La primera escena de sexo apareció rápidamente, dos mujeres desnudas besándose la una a la otra. Eran caricias lentas y suaves, muy similares a las que compartía con Andrea. Fue entonces que los besos cambiaron. Llegando a ser más apasionados y una mujer comenzó a gemir cuando la otra apretó su pezón. De sus deseos más profundos tenían otra dimensión, cuando imaginó a Andy haciendo los mismos sonidos.

Miró a las dos amantes en su acto de placer y la imagen de Andrea haciéndolo con ella no abandonó su cabeza. La excitación fue inmediata, pero más allá de eso, el sentimiento acogido era de amor, no solo el acto físico, sino un papel de amor, donde el tacto fuese tierno, casi amado. En donde cada gemido y grito fuese acompañado con una declaración de amor. Era lo que llamaban hacer el amor.

IncertidumbreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora