Vinte e Um

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Andrea abrió el folder de nuevo, con la intención de corroborar la información, pero se encontró con que su atención volvía a la mujer del otro lado de la mesa.

«Beck, Rebecca, la esposa de Len». Se repitió.

Sin duda, la intriga tenía que ver con la aparente contradicción entre aquella mujer y ella misma. Mientras que Beck abiertamente admitía que estaba enamora de Len, Andrea se limitaba de reprimirse más, más allá de lo que había hecho toda su vida.

En algunas ocasiones los razonamientos de su padre como de su hermano, ilógicos y anticuados, además de irritarla, la obligaban a dedicar tiempo y esfuerzo para quitárselo de la cabeza. «Está mal amar a alguien de tu mismo sexo, es enfermo». Andrea había amado a su padre, mucho más que a su madre, pero siempre estaba ese desdén en su mirada. Adoctrinado Moisés tampoco se había salvado, era vivo ejemplo de su padre, lo que diferenciaba era su fracaso como persona.

Había sido la muerte prematura de su padre, lo que había causado que Andrea se sintiera aún más reprimida. Había tenido que recordárselo, diariamente. Ella también era una mujer que podía amar, también trabajaba en un mundo de hombres.

«¿Tan raro es que necesite librarme de estas incongruencias, liberarme de Moisés, liberarme del prejuicio de una sociedad podrida, liberarme de estos dogmas impuestos, liberarme de la promesa de mi padre?». Una pregunta recurrente en sus pensamientos, casi tatuada en su alma.

La luz que se filtraba de los grandes ventanales, generaba destellos verdes en una sortija en oro que llevaba Rebecca en su mano izquierda. También lucía anillos en la mano derecha, pero el de la izquierda representaba exactamente la relación que, hasta entonces, Andrea Acosta había esquivado en su vida; un puente que salvara con éxito la distancia entre la intimidad de unas mujeres enamoradas; amantes que experimentaran el anhelo entre dos almas gemelas; la amistas; el sexo satisfactorio. El amor emergente en su ser no tenía nada que hacer.

Aunque tal vez nunca reconocería haberse enamorado, debía de admitir que Helene tenía buen gusto. Rebecca era hermosa. Parecía una diosa griega a quien la madre naturaleza en personas le hubiera aplicado maquillaje sobre las mejillas y color rosa tierno en los labios. Beck, era una mujer que parecía tenerlo todo: un aspecto impresionante, inteligente, una buena amistad y una mujer bastante especial para que ella quisiera pasar con ella el resto de su vida.

«Algunos sueños deben convertirse en realidad».

Andrea observó a Beck y recibió una sonrisa de agradecimiento y añadió.

- En cuenta esté listo, nos vamos.

***

Rebecca pidió la dirección de la casa de Andrea y decidió ir sola. Melissa quería acompañarla, pero al final la habían llamado de emergencia a la estación.

Condujo detrás de la camioneta de Andrea, el trayecto se sintió tortuosamente lento. El corazón le latía con normalidad aun cuando su estomago no estaba tan de acuerdo con esa tranquilidad casi superficial.

Llegó hasta una antigua casa de dos plantas hacía casi el mediodía, con la esperanza de encontrar a Helene. Mientras bajaba del carro, un hombre joven vestido solo con unos pantalones de pintor salió a buscar algo de una furgoneta en el camino de entrada.

- ¿Es aquí? – preguntó Beck.

- Sí, sígueme – le respondió Andrea observando cómo Beck salvaba la distancia a través del patio.

El hombre era guapo, delgado, con la piel morena de trabajar a la intemperie y un pelo castaño que recogía con una gruesa banda elástica para que no le cayera sobre el rostro. Los pantalones manchados de pintura se sostenían en sus caderas como por arte de magia.

Era uno de aquellos días en los que la humedad desafiaba cualquier tipo lógica. El viento tampoco estaba muy cooperativo. Solo unos minutos sin aire acondicionado y los pantalones de Rebecca empezaban a pegársele tercamente a los muslos. Se preguntó cómo alguien podía trabajar todo el día.

- ¡Hola, Jorge! – gritó Andrea saludo con una sonrisa, después se dirigió a la entrada principal.

Con la mano a modo de visera para protegerse del sol, Rebecca pudo ver la puerta principal y como una señora se asomaba la cabeza lentamente.

Andrea la guio a la hasta la sala principal y le presentó a Cecilia. También le solicitó que esperara pacientemente ahí mientras iba a prepara a Helene.

«Len».

Lo primero que Beck notó cuando entraron a la gran estructura que tenía altos techos, oscuras vigas contra un color crema de fondo. Giró su cabeza y sus ojos se ensancharon en las vistas. La sala era enorme, fácilmente más grande de lo que su casa era.

La alfombra de pared a pared era el mismo color crema que el techo, espesa y lujosa sin una sola muestra de decolorado o desgaste. Grandes armarios de madera oscura alineaban una pared; Beck supuso que sería cedro o roble. Un conjunto d escaleras ocupaba otra pared. El barandal era también del mismo intenso color que los armarios y las vigas del techo. Escuchó al fondo como murmura Andrea junto a la cálida voz de su esposa.

***

Se requirió traer la silla cerca contra la cama y colocar a Len en ésta. Pudieron hacerlo con una mínima cantidad de malestar. Afortunadamente, las renovaciones que Andrea estaba haciendo en la casa incluían una puerta bastante ancha.

- Ella te quiere ver. – dijo Andrea con un poco de angustia.

- Me has dicho que es Beck... ¿por qué se ha tardado tanto? – la desilusión en la voz de Len, le dolió hasta a ella.

- Ha tenido sus propios motivos, Len... lo importante es que ha venido solo por verte. ¿Estás lista para verla? – preguntó después de comprobar minuciosamente para asegurarse que la manta metida bajo la frajil  pierna y que no interfiriese con las ruedas.

- Absolutamente – contestó Len, alcanzando las ruedas solo para encontrar que la dirigían ya fuera del cuarto. Las manos de Andrea estaban colocadas en las manijas.

La oficina estaba apartada de la sala y ahora verticalmente, Len veía incluso más de la magnifica área. Las clásicas pinturas al óleo colgaban sobre las paredes. Una antigua librera situada cerca de la puerta junto con un soporte para sombrías que se miraba demasiado elegante para sostener alguna sombría. Cada pieza de mobiliario hacia juego, desde el decorado en el sofá de piel a las mesas del extremo a los muebles que alineaban las paredes.

- Es hermoso – susurró Len.

- Es pomposo – replicó Andrea – Únicamente dejé que mi madre y mi hermana decoraran, no quería escuchar quejas sobre mis gustos. A veces tenemos que hacer reuniones aquí y estoy seguro que el Monet es examinado mucho más que un Salarrúe. – Observó a Len sin obtener respuesta. – Realismo mágico, espero que un día podamos visitar el museo MARTE. Tengo algunos de sus trabajos colgados en el cuarto de juegos.

- ¿Tiene un cuarto solo para juegos?

- Es algo que acostumbraba tener mi padre. Es algo que yo tampoco pude cambiar. Tiene una mesa de billar, un bar, tiro al blanco, esa clase de cosas. Te mostraré luego de tu reunión con Beck

Entre la oficina y la cocina estaba una puerta, oculta debajo de las escaleras.

Llegaron a donde se encontraba esperando Rebecca. La mirada verde de Andrea se posó en los ojos de Len y con leve toqué en sus hombros le quiso transmitir ánimos.

- Las dejaré sola para que hablen.

Beck emitió un suave. – Hola. – antes de que Len empezara a mirar asustada hacía todos lados de la habitación. 


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Escribo cuando escucho tu voz, eres el que me inspira. Más que cualquier melodía, más que Clair de Lune de Debussy

IncertidumbreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora