Três

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Helene había terminado el último control de calidad. Había hecho las dos rondas anteriores para matar el tiempo. Se sentía ansiosa por la cena. Había comprado un anillo para Beck, y estaba segura que le iba encantar.

Lastimosamente cuando contrajeron matrimonio no pudo darle un anillo adecuado. Sus finanzas no estaban en números verdes para poder brindarle el anillo perfecto. Pero ahora, había ahorrado lo suficiente.

Cuando llegó a casa eran las cinco de la tarde. Fue a tomar un buen baño, para después empezar a arreglarse. No sé tardo, estaba feliz, quizá todo parecía en su matrimonio que estaba mal, pero estaba segura que si ponía un poco de parte las cosas podían solucionarse.

Len amaba mucho a Beck, lo que más temía era darse cuenta que su felicidad indicara la desgracia de Rebecca, si ese fuera el caso, entonces ella daría un paso atrás y la dejaría. Pero si no, lucharía con todo para poder estar siempre con ella.

Su celular vibró sobre la mesa. Era un mensaje de Erick, avisándole que el envió de caña había sido un existo. Le respondió con un «Excelente».

En el caminó al restaurante, llamó a Beck y ella no contestó. Le pareció extraño porque siempre atendía sus llamadas.

Estacionó el carro al frente del restaurante y trató de llamarla de nuevo. Entró al restaurante, seguramente estaba conduciendo. «Solo viene manejando». Se dijo.

Esperó lo suficiente como para poder haber cenado ahí. Empezó a preocuparse, entonces decidió ir hasta la oficina de Beck. Sí tenía suerte, algunos de sus colegas aún estarían laborando.

Sentía una pulsada en el pecho, quería pensar que solo se debía al nerviosismo de no saber de su esposa. Pero en su subconsciente, sabía muy bien que pasaba. Le estaban rompiendo el corazón.

Dejó el auto estacionado al frente del edificio, siendo tan tarde, el estacionamiento era lo que más sobraba esa noche. Al llegar se topó con algunos compañeros de Beck, nadie la había visto por ahí desde que había salido temprano. No fue hasta que uno de ellos, le dijo que la secretaria de Beck aún estaba arriba.

«Tal vez ella sepa algo». Había dicho uno de los internos.

Subió a la oficina, y se encontró con Gracia. La chica estaba leyendo algunos informes, cuando fue interrumpida por una angustiada Helene.

Grecia le explicó que Rebecca había reservado una cena con algunos empresarios que tenía un proyecto con la firma. Que había sido urgente y no podía dejar. Cuando Helene escuchó aquello, se enfadó.

-Hablas en serio, no te dejó algún otro recado. – preguntó conteniendo las lágrimas.

-No, la señora no dejó nada más.

«Ni si quiera tuvo la decencia de avisarme».

Salió del edificio con rabia, de nuevo era cambiada por el trabajo. Dinero, recursos y tiempo... «El tiempo perdido, hasta los santos lo lloran». Se dijo.

***

Andrea Acosta echó un vistazo a su reloj con diamantes por enésima vez en una hora. De todas las miserables noches tenía que hacer una aparición en Mesón de la Goya, la casa del gourmet, que hacía también de lugar para las reuniones sociales de los ricos y poderosos de San Salvador. También estaba el restaurante La Hacienda, que para ella era mucho mejor.

Cualquier noche uno podría ir allí y ver al alcalde, a diputados, a los ministros, y agente común que deseaba gastar cientos de dólares en una cena, demasiado minúscula para su gusto.

IncertidumbreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora