Cinquenta e Nove

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-Prepárate para encontrar la muerte, arg, arg, arg. – Dijo Daniel el hijo de Vanesa. – Voy a pulverizarte.

- ¿No dejaras huesos para un funeral? – preguntó Len.

-Nop, lo haré polvo, tendrá que reconstruir tu cadáver. – Daniel movió los dedos sobre el joystick, matando de una forma brutal el personaje de Len. – Ey, tía Andrea, venga a ver como maté y pulvericé a Helene.

-¿No pudiste encontrar algo más agradable para jugar? ¿Se puede saber que le sucedió al Pac-Man? – Dijo Andrea cuando entró a la sala.

-¿Pac-Man? – El niño de nueve años se rió y presionó varios botones en rápida sucesión, expulsando al hombre de Len del cuadrilátero. – Eso ya nadie lo juega a menos que se haga una reseña de juegos retos de la época de Tutankamón. Tía Andrea tienes que seguir las tendencias, ahora es Fornite. – miró a su tía antes de proseguir. – no jugamos ese, porque parece que Helene se marea con los giros de la cámara. – Daniel bajó su voz para que solo Len pudiera oírlo. – Es mejor decirle esas cosas antes de que saque sus viejas consolas y nos ponga juegos de los ochenta.

-A mí me gusta la música de los ochenta. – protestó Len.

-En ese caso tú también eres vieja como tía Andrea y mamá.

-¿Vieja? Tendré que decírtelo Daniel, pero tener treinta años no es ser viejo.

-¿Treinta? Jue, eso es ser viejo. – hizo un gesto de desagrado. – Vamos, regresa tu hombre dentro del cuadrilátero antes de que el conteo te saqué y me dé la victoria.

-¿Para qué? Cada vez que lo regreso dentro, tú lo expulsas otra vez.

-Ese es el chiste, - contestó el niño, moviendo su personaje dentro de la posición. Len miró a Andrea y le dedico una tímida sonrisa, haciendo a la mujer mayor sonrojarse levemente antes de salir de la sala.

Andrea encontró a Vanesa en el jardín, supervisando los filetes y las hamburguesas cocinándose sobre la parrilla. Los otros dos hijos de Vanesa, Gerardo y Oscar estaban disfrutando del sol brillantes, montando las bicicletas guardas en almacén de la casa.

-Daniel parece disfrutar esos juegos, ¿no es así? – Dijo Andrea cuando se acercó y olió la carne asándose.

-No puedo quitárselos, - contestó Vanesa. - ¿Crees que nosotras debamos comenzar a servir ya?

-No, no dentro de unos diez minutos. – Fueron interrumpidas por Oscar, el niño de cinco años montado sobre su bici, las lágrimas salían de sus ojos.

-¿Qué sucedió mi vida? ¿Te caíste? – Vanesa entró en su carácter de madre, levantando a su hijo en brazos para buscar algún rasguño. El niño negó con su cabeza, aún llorando ruidosamente.

-Gerardo no para de burlarse de mí, dice que soy un bebé porque mi bici tiene rueditas. – sollozó.

-Me ocuparé de eso. – Dijo Andrea, extendiendo su mano para tomar la más pequeñas en la suya. – Vamos, Oscar. Hay algunas herramientas en el garaje y estoy segura que Jorge nos ayudará. Quitaremos las ruedas y le demostraras a tú hermano que tan bueno eres. ¿Eso estará mejor? – Recibió un débil cabeceo en respuesta. Andrea se dirigió hacia el garaje.

Satisfecha que la carne pudiera cocinarse con la supervisión de Cecilia. Vanesa entró a la casa por un rato y comprobó que hacía su hijo mayor. Lo encontró todavía jugando Mortal Kombat con Len, quién únicamente hacía esfuerzos simbólicos para tratar de hacer algo. - ¿Divirtiéndose?

IncertidumbreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora