Quarenta

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Rebecca se recostó en la mesa. Estaba cansada, además de las incontables noches de desvelos, el estrés del trabajo tampoco estaba ayudando. Al menos algo la reconfortaba y no era específicamente una cosa simbólica. Más bien era una idea que había germinado con mucha potencia. El insomnio había permito cuestionarse los últimos seis años... sin darse cuenta había replanteado hasta qué punto su felicidad había muerto para convertirse en una existencia deplorable que lo único que hacía era causarle dolor a la persona, que supuestamente, más amaba.

Tal vez los delirios nocturnos solo estaban advirtiéndole que estaba a un paso cometer la peor equivocación de su vida. Si no era que ya la hubiese cometido.

El estrés era una consecuencia de los problemas que no quería enfrentar directamente. Aunque tratara de justificarlo con el trabajo. Beck sabía que todo era una cadena consecuencias, nada había sido espontaneó y nada tampoco era una casualidad. Estaba ahí por tenía que estar ahí.

Sí, no había podido predecir el accidente de Len, pero si ella hubiera estado esa noche con su esposa en el restaurante... tal vez... quizá... su matrimonio estaría en buenos términos.

Pero lo subjetivo no iniciaba con: «El accidente». Ni tampoco iba a terminar allí. Era situaciones más compleja, más estructural, más arraigada a su propia ineptitud que a un "accidente". Y es que, aunque no lo quería aceptarlo, Beck comprendió que su matrimonio había tenido fecha de caducidad.

Un día simplemente había querido tener un vomito de sinceridad.

Las mañanas siempre eran algo complicada, al menos ella lo veía de esa manera, pero aquella mañana parecía aún más complicada que de costumbre y la razón principal era que no sabía cómo dirigirse a Len.

Había mentido, le había mentido a su esposa en la cara desde que se había quedado cohabitando la casa de su cuñada.

«Te sido infiel, he compartido mis pensamientos, mis sueños, mis anhelos, mis miedos más profundos con otra mujer. No he transgredido el lecho nupcial, pero me he abierto a ella como nunca lo he hecho contigo». – confesó.

La noche anterior le había pedido que lo intentara una vez más, pero no le había dado una respuesta. Tan solo dejo un besó en su mejilla y subió a la habitación sin decir una sola palabra. Nunca más tocaron el tema, lo único que cambió es que Len empezó a dormir en el sofá.

***

No había hablado con su esposa desde que había abandonado la casa de Andrea Acosta. No había hablado con Melissa, tenía miedo que reprochara su desinterés por su mujer. No había hablado con Velásquez ni si quiera había hablado con su familia, tanto consanguínea como política.

Metida de llenó en su caparazón de ermitaño, se había torturado sola como una forma absurda de expiar sus pecados.

«Sería más fácil si me encierro en una mazmorra». Pensó.

Perdida en sus pensamientos escuchó como Evelyn entraba a la cocina. Llevaba una sudadera color gris bastante ancha, su cabello recogido en una coleta y unos pantalones sencillos. Raro ya que siempre andaba con el uniforme del trabajo.

-Buenos días – dijo rápidamente.

-Buen día – asintió sin mirarla y se acercó a tomar taza. - ¿Qué estás haciendo?

-Oh, nada solo estaba pensando...

-Ah – se quedó en su lugar. – Creo que Gracia te anda buscando.

-¿Esta bien? – preguntó Beck.

-No sé, parece que te ha tratado contactar desde hace ratos.

IncertidumbreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora