Dezesseis

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El doctor Alfonso Gómez los hizo pasar a su despacho privado. Para el disgusto de Beck, el hombre sonreía demasiado y su actitud parecía más falsa que un billete de tres dólares. Esa amabilidad poco realista que mostraba, le hizo a Beck recordar al Sr. Collins.

"Cualquier dama de alta cuna, se vería encantada con palabras tan gratas, y para su deleite, yo soy propenso a decirlas". No fue hasta que Elizabeth Bennett, le dijo que sus frases más que genuinas parecían ensayadas y no espontaneas nacidas del momento.

A Len le gustaba mucho Orgullo y Prejuicio, había sido su película favorita desde que era niña. Había conocido a Jane Austen mucho antes de conocer cualquier película de Disney.

A los ojos de Beck, el doctor Gómez, solo era una copia exacta de Sr. Collins.

-Entonces oficial, ¿a qué se debe su visita? – La oficina era un espacio de 4 m². Beck no prestó mucha atención en lo que conversaba Melissa con el doctor, ella aún perdida en sus pensamientos, pensó y recordó sus tardes de cine con Len.

Ella la miró a los ojos antes de besarla. Sus labios se unieron con firmeza, juntando sus alientos, sus bocas húmedas y resbaladizas. Beck le acarició la mejilla y la oreja antes de sujetarla por la nuca. Mientras le aprisionaba la boca con la suya, le acariciaba la piel, para tranquilizarla. Sus labios flotaban juntos, deslizándose, devorándose entre sí. Tras unos instantes, ella le echó la cabeza hacia atrás rogándole sin palabras que separara los labios.

-... ¿Beck?

La voz de Melissa la hizo reaccionar.

-¿si?

-La hemos encontrado.

Rebecca miró con asombró a Melissa. Aún no podía creerse lo que había escuchado. En los últimos días, Beck había estado luchando contra la resaca y contra el impulso de sumergirse en una botella de whisky y no volver a salir a la superficie.

No la había buscado. No se había comunicado a la familia. No había sido valiente por dar todo por Len.

No. Se había tambaleado hasta su casa, donde se había dejado caer en el sofá donde ella dormida, para revolcarse en las náuseas y el odio hacia sí misma. Se maldijo por la brusquedad con la que la había tratado los dos últimos años, no solo esa mañana, sino desde el primer día luego de su accidente. Una brusquedad más odiosa por el hecho de que Len la había tolerado en silencio, con la paciencia digna de una santa, sabiendo en todo momento lo que significaba para Beck.

«¿Cómo pude haber estado tan ciega?». Pensó en la primera vez que vio a Len. Acaba de perder a su padre, deprimida y desesperada, había entablado una relación sexual con Olman, pero más allá de sus encuentros sórdidos, para Beck no significaba nada. Pero Dios había intervenido. Como un auténtico deus ex máchina, le había enviado un ángel para rescatarla del infierno. Un ángel delicado, de ojos oscuros, vestida de jeans y zapatos deportivos, con un hermoso rostro y un alma pura, que la había consolado en la oscuridad y le había dado esperanza. Un ángel que parecía apreciarla sinceramente, a pesar de todos sus defectos.

«Ella me salvó».

A veces, cuando la gente no obtenía respuesta a sus gritos, podía oír el eco de su propio odio. A veces, la bondad era suficiente para dejar en evidencia a la maldad.

-¿Dónde está? – el corazón de Beck latía a mil por hora, dispuesta a dar todo por el todo, se levantó en un movimiento. - ¿Dónde?

-Beck, tranquila... tenemos que esperad que el doctor nos diga.

Rebecca perdida en sus pensamientos no se había percatado que el doctor Gómez ya no se encontraba con ellos.

IncertidumbreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora