En alguna parte en la distancia un teléfono empezó sonar. Andrea se dio vuelta, cayéndose de golpe al suelo. Los timbrazos se hicieron más y más fuertes, penetrando en el mundo de sus sueños y sacándola de él.
«Bendito...».
Aún con la cara estampada en el suelo, alzó su brazo y torpemente buscó el aparato sobre la mesa del café.
-Mmm... Acosta al habla.
- ¿Andi?
-Aja – dijo ininteligible contestación. Con la mitad del cuerpo en suelo y la otra mitad en el sofá.
-Andrea, ¿tienes idea qué hora es? – El sonido de la voz de su hermana ayudó a despejar las telarañas de su mente. En un rápido movimiento se irguió para sentarse – Son cuatro para las diez.
-Oh, bendito sea. – Andrea tenía la costumbre de no decir malas palabras. Abriéndose pasó entre el desorden que tenía en la habitación se dirigió a la ducha. Su hermana Vanesa no la llamaría sino supiera la importancia de esa reunión – Bendito sea, me quede dormida en el sofá. Estaré allí tan pronto como pueda – Casi se cae en las escaleras – Vane, ni una palabra de esto. Tengo una llanta pinchada, ¿lo entiendes?
-No puedo creer que te quedaras dormida – Vanesa rió suavemente – Pensé que tenía construido dentro de ti un despertador – dijo burlonamente – Espera a que mamá se entere de esto, seguro no se lo cree.
-Vane... - gruñó, llegando a la parte superior de las escaleras y corriendo dentro de su dormitorio – Estaré allí, retenlos o algo.
Cortó la llamado y tiró el aparato sobre la cama. Mientras se metió a la ducha, extremadamente fría para quitarse cualquier rastro de sueño. Quince minutos más tarde estaba en su Jeep y de camino para Ciudad Futura. Puedo haber presionado el pedal a fondo, pero el recuerdo de Helene le impidió sobre pasar los limites de velocidad.
A las diez y treinta, las puertas dobles de vidrio se abrieron de par en par cuando Andrea entró en la sala de reuniones.
-Lo siento, un percance en la vía. – Dijo mientras tomaba su asiento al final de la larga mesa rectangular. Era la cabeza de la compañía - ¿Vamos a comenzar? – El silencio que recibió la hizo dudar. - ¿Dónde está Moisés?
-No lo sé, Lo he estado llamando desde que hablé contigo y no hay respuesta en ningún de sus números.
Vanesa, sentada justo a la derecha de su hermana mayor, la jefa de seguros Acosta nunca podría confundirse con Andrea. Eran totalmente diferentes, pequeña y con los ojos marrones, no tenía nada en común con su hermana. Aunque casada desde que tenia 21 años con un exitoso político, se negó a dejar llevar el nombre de la familia. Eso había generado tensión en su matrimonio. Era obvio que el estatus que le proporcionaba el apellido "Acosta" era mucho mejor que el común Rivera.
Las hermanas podían compartir un apellido, pero nunca compartirían nada más que eso. Andrea era dos años mayor que Vanesa.
Por otro lado, el hermano menor, Salvador Moisés era totalmente diferente a ellas. No solo físicamente, sino también de carácter. Al ser hijo de la cabeza principal de la familia Acosta, había nacido con el privilegio de ser heredero de una de las ramificaciones mas lucrativas de todas las corporaciones que era dueña Acosta Corporaciones.
Acosta Urbánica Desarrollos Inmobiliarios. Ni si quiera el Grupo Sosanmi, se podía comprar al poder adquisitivo que poseían.
- ¿Llamaste a su casa? – Era una pregunta estúpida, pero necesaria. Durante los últimos meses, su hermano más joven había hecho cada vez más difícil su trató. Abandonaba las reuniones o simplemente no se presentaba. Para Andrea eso solo significaba más trabajo. Mirando su reloj, decidió no esperar más al rebelde. – Bien, estamos gestionando bastante tarde, vamos a comenzar.
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Incertidumbre
RomanceSu matrimonio se desmorona apedazos. Tal vez era necesario dejar el orgullo a un lado. De su amor sólo quedó humo: una nueva existencia para una vida de eterna ceniza.