Cinquenta e três

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-Hola, Abigail. Gracias por venir y por ayudarme. – Dijo Olman.

-¿Qué tal? ¿Cómo van las cosas? – Cuestionó simplemente.

Me ha costado convencerla de salir y ahora no se quiere ir.

-Vaya, eso suena amenazador.

Olman negó con la cabeza.

-Nunca la había visto tan borracha. El camarero se niega a seguir sirviéndole copas y eso significa que debemos irnos. – Olman angustiado continuó. – He intentado todo y casi me ha dado un puñetazo. La única manera que he hallado para sacarla es diciéndole que vendrías tú. Ni si quiera a su mejor amiga me ha dado permiso de notificarle. – Negó con decepción. – Creo que podrías convencerla de que salga voluntariamente.

-¿Estás bromeando? No me haría ningún caso. Ni si quiera somos amigas.

-Si no fuera el caso, no habría venido... pero aquí estas. Esa es la impresión que me dio, pero no pasa nada. Lo entiendo. – Se encogió de hombros.

«¿Y si no hago nada y Rebecca acaba en la cárcel? Ella se ha esforzado por ser amable conmigo esta semana. No puedo ignorarla. Me traería mal karma». Pensó Abigail.

-Okey, esta bien, voy a intentarlo. A ver si quiere salir por las buenas – dijo, no muy convencida. – No me gustaría que acabara detenida.

-A mi tampoco, ni tampoco escuchar el sermón de Melissa por su culpa.

-Bom... vejamos que aconteçe.

Olman la tomó del brazo antes de entrar al bar.

-Escucha, si esta demasiado borracha y si no te ves capaz de tratar con ella, vuelve en seguida.

Abigail no sabía de lo que era capaz Rebecca cuando estaba borracha, pero se recordó que con ella había sido muy dulce aquella noche, años atrás.

No le costó mucho localizarla. Estaba sentada en el bar, charlando con una atractiva morena que quedaba de espaldas a Abigail. Rebecca no estaba mirando a la mujer que tenía una mano enredada en su cabello y que la estaba atrayendo hacía ella, sino el vaso vacío. No parecía contenta, pero eso probablemente tuviese más que ver con el estado de su copa que con otras cosas.

Desde su observatorio privilegiado, a varios metros de distancia, vio que la mujer que prácticamente estaba sentada en su regazo y metiéndole los pechos en la cara.

«Merda».

Abigail supo que, en ese momento, la única que podía cuidar de Beck, era ella. Respiró hondo y enderezó la espalda antes de sujetar a Rebecca por el brazo. Sin embargo, algo le había hecho mucha gracia, porque estaba riéndose a carcajadas, con la cabeza echada hacía atrás y sujetándose el estómago con las manos.

Abigail tuvo que admitir que todavía estaba más hermosa cuando se reía. Llevaba una elegante camisa de un tono verde pálido, con los dos botones superiores desabrochados, lo que dejaba a la vista un poco de su escote. Además, se había quitado la chaqueta del traje, que hacía juego con sus pantalones de vestir negros, bastante ajustados, y unos zapatos asimismo negros brillantes y acabados en punta.

En resume, Rebecca estaba bebida, pero iba impecable.

-¡Vaya! Qué casualidad, ¿no? Tengo que hablar contigo. – dijo Abigail.

Con un gesto exagerado, como si fuera su dueña, la mujer empezó a acariciar lentamente la espalda de Rebecca, sus caderas y muslos y, sonriendo a Abigail, dijo:

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