Sessenta e Cinco

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Andrea abrió la puerta principal y saludó a la familia, le dio un beso en la mejilla a Vanesa y saludó con la mano a Leonel. Los tres niños bajaron de range rover gritando de emoción.

-Fuera de mi camino, yo primero. – dijo Daniel, el de nueve años cuando pasó corriendo. Gerardo de siete años y Oscar de cinco años lo siguieron rápidamente, ambos hacían la misma cantidad de ruido que el casi preadolescente niño. Len rápidamente se hizo para atrás contra la plataforma para evitar ser atropellada por el trio.

-No corran en mi casa. – Andy gritó inútilmente.

-No sé... ellos nunca escuchan. – Dijo Vanesa cuando entró, seguida por Leonel. Vio a Len y sonrió. – Helene querida, Andy dijo que ya podías ocupar las muletas. – Se acercó y le extendió su mano. Len se equilibró en su pierna izquierda y le devolvió el gesto, - ¿Así que las cosas te van mejor?

-Si, todo va bien según el doctor Robbinson. Solo esperando que mi tobillo se cure completamente.

-Bueno bien, me alegra que estés mejor. Sin embargo, no deberías estar de pie tanto tiempo. – Lanzó a su hermana mayor una mirada de desaprobación y la acercó al sofá más cercano. – Tú solo siéntate justo allí. Si quieres algo, estoy segura que Andrew lo traerá para ti. – Len comenzó a protestar, pero decidió que era más fácil ceder de vez en cuánto. Para su sorpresa, Vanesa se sentó en el espacio contiguo. – Leo, ve a ver que están haciendo los niños. No deseo reemplazar algunas de las cosas de mi hermana.

Una vez que él salió del cuarto, Vane indicó a su hermana que también se sentara cerca de ellas.

-Andrew ven siéntate, yo no quisiera que los niños oyeran por casualidad esto. – Len y Andrea intercambiaron miradas confusas.

-¿Sucede algo malo? ¿Qué está pasando? ¿Sucede algo entre tú y Leo? ¿Está todo bien contigo? ¿Le pasa algo a Leonel? – Andrea frunció ceño. - ¿Leonel te ha hecho algo?

-Por su puesto que esa todo bien entre nosotros, y no Andrea, Leo no me ha hecho nada. Nosotros estamos felizmente casados desde hace diez años. – Contestó Vanesa.

-¿Entonces que sucede? ¿Por qué tanto misticismo? – Andrea recapacitó que era mejor no mencionar las aventuras sobra las que sabía, incluyendo la actual.

-¿Tú sabes de ese broche de diamantes y zafiros que papá le regalo a mamá en su vigésimo aniversario? – La Acosta mayor asintió. Su padre había gastado una extravagante cantidad, incluso para una familia tan rica como lo eran ellos. Era una de las posesiones más preciadas de Mariemm. Vanesa bajó la mirada al encaje del mantel. – Ha desaparecido.

-¿Desapareció? ¿Qué quieres decir con desapareció? – Los ojos de Andrea se ensancharon con incredulidad. – Ella lo guarda en su caja fuerte cuando no lo está usando.

-Ella dijo que lo puso allí adentro. Únicamente cuatro personas saben la combinación. Mamá, tú, yo... y Moisés. – Las hermanas se miraron la una la otra, entonces asintieron lentamente en acuerdo.

-Moisés Salvador. – Andrea empuñó las manos. Len nunca había oído un nombre dicho con tanto coraje y odio resentido, como si fuera una maldición. Sin pensarlo, estiró su mano y la puso sobre la más grande. Se dio cuanta de su error inmediatamente cuando sintió el encogimiento y la retiró. Intercambiaron miradas antes de que Andy hablara otra vez, - ¿Cuándo descubrió esto?

-Ayer. No te gustará esto. – Comenzó a relatar Vanesa. – Dijo que había ido a casa de su amiga, la señora Azenón para el jueves de chicas  en el club tecleño. Y cuando volvió notó que el marco de la pintura no estaba al ras contra la pared, pero no pensó nada de esto.

IncertidumbreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora