Cinquenta e Quatro

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- Preciosa Abigail – murmuró Rebecca, tambaleándose, - dulce como un caramelo.

Se pasó la lengua por los labios como si la estuviera saboreando. Cualquier rastro de lucidez había desaparecido. Con los ojos cerrados, se desplomó contra la pared, a punto de desmayarse.

Cuando Abigail recobró el juicio, cosa que le llevó más de un minuto, lo arrastró hacía la habitación. Todo habría acabado bien si en ese momento ella no le hubiera vomitado encima.

Ella ahogó un grito y reprimió sus propias náuseas ante la visión y el olor. Tenía un estómago sensible y delicado.

Abigail estaba enamorada de Beck desde que habían compartido una casta noche en el huerto, pero al despertarse a la mañana siguiente, Rebecca había desaparecido. Confusa por el alcohol, Rebecca la había olvidado.

Pero nada de eso tenía sentido en ese momento, lo único cercano que había conseguido esa noche, además de ese beso, fue el vómito. Horrible y repugnante.

«¡Lo tengo hasta en el pelo! Oh, por la gran zanahoria. ¡Ayúdame, rápido!»

-Lo siento, Abigail. Siento haber sido una mala niña – se disculpó Beck.

Su voz le recordó aquella memoria lejana, tan lejana que casi quedaba en el olvido. Abigail contuvo el aliento y negó con la cabeza.

-No pasa nada. Vamos. – La arrastró hasta el baño y se admiró por ver una prótesis colocada en la esquina inferir de la habitación. Sin entender el por qué, Abigail logró alcanzar a Beck cerca del váter antes de la siguiente erupción estomacal. Mientras vomitaba, Abigail se tapo la nariz con dos dedos y miró a su alrededor intentando distraerse. El cuarto de baño era elegante y muy espacioso.

¿Había una bañera donde cabían cómodamente dos personas o más? Correcto. ¿Una ducha para dos personas con una decadente función de lluvia tropical? Correcto. ¿Toallas blancas, grandes y esponjosas, perfectas para limpiarse el vómito? Correcto. ¿Una prótesis de una pierna pulcramente colocada irguiéndose como un elefante rosa? ¿Raro? Si. ¿Peculiar? Sí. ¿Y extraño?... Seee... todo correcto.

«¿De quién sería la prótesis? ¿De Rebecca o de su esposa?»

Cuando Beck acabó, ella le ofreció una toalla pequeña pero absorbente para que se secara la cara. Beck gruñó e ignoró su ofrecimiento, así que Abigail se inclinó hacia ella y lo limpió con delicadeza antes de darle un vaso de agua para que se enjuagara la boca.

Se quedó observándola, tan débil y convaleciente a la merced, incauta... vulnerable. Abigail, a pesar del desastre que había sido su familia y de su medio al matrimonio, a veces se preguntaba cómo sería tener un bebé, niño o niña, que se pareciera a ella y a su pareja. Mirando a Beck, que seguía fatal, se imaginó lo que supondría ser madre y cuidar de un niño enfermo. La vulnerabilidad de Rebecca le llagaba al alma. Solo la había presenciado una vez anteriormente, no hacía tanto, en su oficina del estudio, cuando la vio con las manos cubriéndose el rostro y llorando, quien sabe por qué.

-¿Estarás bien si te dejo solo un minuto? – preguntó apartándole el cabello de la frente. Beck volvió a gruñir, sin abrir los ojos, y Abigail lo interpretó como un sí.

Sin embargo, le costó separarse de ella. Mientras Beck gemía, ella siguió acariciándole el pelo y hablándole como si fuera un bebé.

-Está bien, Beck. Todo está bien. Siempre he querido cuidar de ti, preocuparme por ti, aunque tú nunca te preocupes por mí.

Cuando se convenció de que podía dejarla solo unos minutos, rebuscó en sus cajones algo, cualquier cosa que pudiera ponerse. Se apoderó de los primeros calzoncillos femeninos que encontró. Eran negros y estaban estampados con los dibujos de Hora de Aventura. Le pareció un poco (demasiado) infantil, además que eran muy pequeños para el trasero bien formado de Rebecca.

IncertidumbreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora