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La oficina de Andrea estaba en el primer piso cerca de las escaleras. Acosta se dirigió arriba a cambiarse en sus cómodas ropas, en una sudadera vieja y un pants de gran tamaño. Echó un vistazo en su reloj y gimió. Tenía una reunión a primera hora de la mañana. No le gustaba trabajar los domingos, pero uno de los jefes de departamento, había viajado desde Tegucigalpa por ello. Tenía que repasar los informes mensuales. «Pienso que será una noche larga».

Se arrastró hacía su escritorio y encendió su computadora, teniendo en la mente el pavor de pasar las próximas horas fluyendo sobre las hojas de los balances y los informes. Por supuesto, los jefes de cada división departamental harían las mismas cosas con ella mañana, pero Andrea se enorgullecía de saber exactamente lo bien o mal que cada departamento estaba haciendo antes de oír la versión lustrada de sus parientes.

La computadora encendió con el logotipo de corporativo de Acosta, cubrió la pantalla. Mecanografió su contraseña y logotipo desapareció, revelando la pantalla principal. Los formularios del seguro fueron enviadas por correo cinco minutos más tarde y la mujer giró su atención al primer informe.

«Acosta Urbánica Desarrollos Inmobiliarios». Moisés, el hermano más joven de Andrea estaba a cargo de esa división. Varios terrenos habían sido comprados a lo largo de la región en anticipación de urbanización para la construcción de viviendas, pero estaban seriamente atrasados en sus proyecciones de crecimiento.

El calendario estipulaba que cien hogares fueran construidos y vendidos, aún cuando a finales del mes pasado, solo 30 habían sido realmente terminadas y apenas la mitad de esas tenía ofertas de compras. Andrea estaba molesta.

«¿Qué voy a hacer con él?». Se recargó en la confortable piel de su sillón y se frotó los ojos. El movimiento pareció hacerle recordar que Helene necesitaba un par de antojos.

Después de leer cada informe, nota y archivo, el reloj de la maquina marcaba 2:30 a.m., para el momento en que Andrea se levantó y apagó todo. Salió de la oficina para poner la alarma. El último pensamiento cobró su desgaste cuando el agotamiento finalmente salió ganando y el sofá una vez más se convirtió en la cama de la rica mujer.

***

Para Beck era el peor sábado de su vida.

No había comido nada desde que se dio cuenta que Helene estaba desaparecida. Melissa había hecho una cena modesta para todos, pero Velásquez no quedó a comer. Su jefe le había llamado con urgencia para saber dónde estaba Helene.

-Lo siento, me gustaría quedarme, pero necesito explicarle la situación a Manuel – dijo mientras respondía un mensaje.

-No te preocupes, cualquier cosa te avisamos – espetó Melissa con los brazos cruzados sobre el pecho.

-Gracias, lamento no haber sido de ayuda y también gracias por quedarte con ella. – Beck lo miró acostada en el sofá dónde solía dormir Len.

-Lo sé, no pienso dejarla sola. Haré todo lo necesario para poder encontrar a Len, igual si tu puedes encontrar más información en la oficina sería de utilidad.

-Le diré a Julio que ayude, somos los tres mosqueteros. – dijo algo triste, ya que era así como se llamaban los tres amigos. A Len siempre le había gustado Alexandre Dumas, su libro favorito siempre había sido El Conde de Montecristo.

Incluso Rebecca lo leyó por ella.

Beck se levantó del sofá con inyectados en sangre, con la nariz roja y mejillas enrojecidas. Se acercó a Velásquez y lo abrazó con todas sus fuerzas, mientras sollozaba en su pecho.

IncertidumbreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora