Setenta e Três

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Andrea se estiró en la cama, revelando los cuerpos desnudos, piel contra piel. Era una maravillosa sensación que casi había olvidado. Echó un vistazo en el reloj y se quejó.

Obviamente el deber la llamaba, el fin de semana se le había pasado rápido y lo peor... las responsabilidades se erguían como un muro inexpugnable. Indecisa entre estudiar a la durmiente mujer o despertarla antes que llegara la ama de llaves. El placer y la lujuria se habían armonizado en su ser, qué por más que su conciencia le exigía su decoro, lo único que quería era pasar el resto de la mañana acurrucada junto a su amada Helene.

«Tengo el resto de nuestras vidas para mirarte dormir». Pensó. Y con levé toque en el hombro descubierto de Len, trató de despertarla. En medio del impulso del deber, otro pensamiento pasó por su mente. «Rebecca también habrá dicho lo mismo y ya no están juntas». Dejó su mano apoyada y dolor en el pecho se alojó ahí. «Pero Len me ama a mí». Movió su cabeza en signo de negación.

-Len, amor, es hora de despertar. – Una suave sacudida en el hombro acompañado de cariñosas palabras. – Mi vida es hora de levantarse. - El durmiente bulto gimió y se encondió en medio de las cobijas. – Nop, señorita, es hora de ser responsable. – Dijo Andrea riendo suavemente, observando como su amada trataba de esconderse y arroparse más en medio de la cama.

Andrea se movió un poco para tener el espacio suficiente. Enganchó sus dedos en el borde las sábanas y tiró levemente, al no haber resistencia y jugando de manera cruel, haló lo suficiente para exponer su desnudo cuerpo al fresco aire de la mañana. Rió al ver como la mano de Len automáticamente se estiró en busca de la tela que las mantenía abrigada, sin embargo, Andrea sujetó la mano y le dio un beso casto en dorso de la misma.

-Buenos días. – Pasó su pulgar sobre los nudillos. – Te amo Len, te amo mucho Helene Cabrera.

-Shuuu... - Protestó Len. – Yo también te amo, pero regrésame la cobija. – Contestó, levantado la cabeza y tratando de enfocar sus miopes ojos hasta poder ver a Andrea. – ¿No es mejor idea dormir hasta tarde hoy? ¿Hmm? – Se movió un poco hasta hacer ovillo en la cama.

-Sabes que me encantaría, pero Cecilia llegará aquí pronto junto a Douglas. – Recorrió con su dedo la mejilla de Len. – No pude decirle a tiempo que no viniera. – Se disculpó. – A ninguno de los dos.

-Y sí le dices al portero que no los dejé entrar.

-No sabía que la señorita Cabrera podría ser así de perversa. – dijo sonriendo.

-Está bien, - Se movió poniéndose boca abajo. - ¿Qué te pareció a noche? – Se ruborizó. – Tú sabes...

-Hacer el amor contigo ha sido de las mejores experiencias de toda mi vida Helene. – Andrea se acostó sobre el cuerpo desnudo dejando que sus pechos tocaran la espalda de su amante, sin resistir le dio un beso en la mejilla. – Te amo. – a regañadientes se hizo para atrás. – Pero yo si soy una criatura responsable y decente, no como cierta persona que quiere pasar todo el día en cama.

-No sé de quien hablas, aquí la única que me lleva al mal es una señorita que me tienta con su cuerpo. – dijo la joven.

-Vamos mi vida, levanté.

Andrea se levantó y Len rodó sobre la cama para tomar su prótesis, luego alcanzó sus muletas y se dirigió al baño. Cuando volvió, descubrió a Andrea medio vestida. Sintiéndose un poco incómoda por su propia desnudez, fue al ropero y comenzó a sacar las ropas que iba a usar. Se sentó al borde de la cama y estiró su mano para ponerse la ropa interior. Distraía en su labor, no se percató de la mirada inquisitiva de Andrea, quién doblegada al deseo no soportó verla.

IncertidumbreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora