Sessenta e Quatro

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En el mes que siguió, ambas mujeres se ajustaron a la nueva faceta de su relación y todo lo que esta conllevaba. La relación y el reconocimiento de sus sentimientos les permitió más libertad a la hora de demostrar cariño la una por la otra. Había mucho más contacto y ambas fueron bastante creativas cuando definieron el término de "amigas".

Para Andy, no había nada más placentero y agradable que pasar las noches intercambiando suaves caricias y tiernos besos con Len, acurrucada en sus brazos. Continuó diciéndose que no estaba rompiendo su promesa a su padre dado que ella y su hermosa Helene no eran amantes, sin embargo, con la mirada, cada tacto, Andy sabía que estaba mintiéndose a si misma. Estaba cautivada por Helene con su tierna sonrisa y su actitud tan relajada, y no había nada que pudiera cambiar lo que sentía.

-Un céntimo.

-¿Ah? – Bajó la mirada y vio la sonrisa alegre de Len.

Estaban sentadas en su posición favorita. Sentadas en el sofá con Len apoyada en su regazo. Había pasado casi una semana y media desde que el molde había sido acortado justo debajo de la rodilla y la prótesis de la pierna izquierda fue colocada. Parecía que la memoria física era muy efectiva para la conveniencia de Helene. Para Andrea eso significaba más tiempo cerca del cuerpo de su compañera. Una bendición absolutamente bienvenida.

-Te doy una cora por tus pensamientos. – Dijo Len. – Parecías lejos de aquí, muy lejos de aquí.

Andrea levantó su mano para ahuecar la mejilla de su amiga. – Nada, solo pensaba.

-¿Sobre qué? Espero que no sea nada malo.

-Sobre ti, - dijo simplemente, sacando una sonrisa de oreja a oreja de Len. – Me importas mucho... - Su pulgar remontó sobre la fina cicatriz en la mejilla, un severo recordatorio de su macabro secreto. – Estoy tan contenta de que estés conmigo. Soy una mujer afortunada.

Len sonrió y tomó la mano de Andrea y le dio un cálido beso en el dorso de ésta.

-Yo soy la afortunada de tenerte en la mía. – Vaciló un poco antes de continuar. – Nunca entenderé por qué me recibiste en tu casa, una completa extraña, y hacer todo lo que puedas para ayudarme, me parece aún más sorprendente. – Se arrimó más cerca, apoyando la cabeza en el pecho de Andrea. – Estaré toda la vida agradecida por ello, es un placer vivir a tu lado.

-Para mí también Helene.

El sonido de reloj acompañó el momento, antes de que Andrea continuara.

Había demasiadas cosas por las cuales Andrea Harem Acosta se reprimía sentir, más allá de la promesa absurda de su padre. Jamás se perdonó el hecho que lo había defraudado. Además de prometerle nunca enamorarse nuevamente de una mujer, también prometió cuidar a sus hermanos. Sobre todo, a Mo, el hijo pequeño.

Pensó que estaba honrando a su palabra, pero no se percató que se estaba desviando de sus propias convicciones. ¿A costa de qué? ¿De su propia integridad? ¿O de su miserable vida?

Andrea sabía la respuesta, la había estado ignorando por un largo tiempo. Como la caja de pandora, juró no abrirse nunca. Sino las calamidades harían acto de presencia... y siendo sinceros, era lo que menos quería. Así qué dejó de importarle, adoctrinada, ella sabía que todo eso derivaba de una manipulación estratégicamente maniobrada por parte de su familia.

El padre de Andrea ya sabía que Moisés tenía más madera de vago que de un hombre empresario. Siempre se lo había recalcado a su hija mayor, su orgullo.

«Cuídalos, hija». Fue lo único que repitió su padre en su lecho de muerte.

De cierta forma, Andrea, tratando de darle una explicación lógica y con sentido coherente que talvez, solo tal vez, aquella preferencia innecesaria había generado los roces en la relación de hermanos, y todo se agravó cuando su padre dejó como heredera en la mayor parte de acciones a su hija. Más nadie sabía que la condición era renunciar a sus sentimientos y emociones.

Un acuerdo cruel y silencioso.

En un principio Andy estaba de acuerdo, su fracaso con Mareth le había enseñado a no ser tan idealista. Además, se conformaba con su suscripción anual en una web para adultos. No tenía mucha prisa en aclarar sus sentimientos con Helene, estaba segura de lo que sentía, especialmente después de algunos bastante acalorados besos intercambiados entre ambas.

-Se que no hablamos acerca de esto mucho, pero... - Vaciló un poco, no muy segura se quería sacar el tema a colación. El objeto de sus deseos aún estaba plácidamente sobre su regazo. – Esto es algo que no me incumbe... Pero no quiero que sientas que me debes algo y por eso debes de recompensarme con algo más. No quiero hacerte sentir de esa forma.

-Nunca, - dijo Len. – Nunca haría algo como eso, si te muestro mi afecto es porque lo siento, no por ningún tipo de valor de cambió.

-Sé que no tú no podrías. Sé eso.

La cara de Len se volvió y apartó un poco. – Se que ese día no te le dije, y apuesto que deseas que me de prisa y te diga lo que pasó aquella tarde con Rebecca. – Len respiró profundamente antes de continuar. – Sí te lo oculto no es por hacerte el mala, solo que no...

-No me incumbe- Andrea apartó la mirada de Len. – Ya lo había dicho. – Puso un dedo para silenciar la protesta de la mujer. – Pon tus sentimientos sobre mí a un lado por un minuto. Piensa acerca de lo que significa...

-¿Ser una lesbiana?

-No era lo que iba decir.

-Andrea estuve casada con una mujer, ¿crees que mi importa lo que lo demás piensen?

-Pero te olvidaste de ella. Quizá es para que no te vuelvas enamorar de mujer.

-Amé a Rebecca tanto como se permitió en esta vida. Y hay cosas que no entiendo, por qué la olvidé, por qué dejé de sentir lo mismo por ella, por qué nos alejamos, por qué nos hicimos daño. Hay tantos ¿por qué? En este lapso de mi vida, que sería tonto malgastar mi tiempo en tratar de buscarles una respuesta. Se me está dando una oportunidad nueva de comenzar. – Len se alejó del regazo de Andrea. - ¿Te avergüenza de quién eres Andy? ¿O te avergüenzas de los sentimientos que yo siento por ti? – suspiró. – Esto es más aceptado actualmente. – dijo suavemente.

-No en mi mundo. – Dijo las palabras más duramente de lo que era su intención, la amargura se apodero de ella. En una voz más baja agregó. – No en mi familia. – Su mente destelló de nuevo a ese fatídico día en el estudio de su padre cuando la forzaron a aceptar su castigo de por vida.

Bajó la mira a su amada, Andrea decidió que si esa fuera la única cosa que la restringía, podría marcharse por una oportunidad de esta con su Helene. La fina blanca cicatriz en su rostro y el yeso restante le cayeron como un balde agua fría.

-Nada tiene que cambiar. – dijo Len. – Ambas somos felices y nadie está siendo lastimado. – Andy sintió los suaves brazos envolverse alrededor de ella y un ligero apretón lo acompañó. Feliz devolvió el abrazo. – Vamos, no te preocupes. Todo estará bien. – dijo sonriendo. – Tu hermana esta por llegar y estoy segura que no querrás que nos viera así. – Intentó apartarse, pero se encontró resistencia.

-No deseo dejarte ir. – Las palabras llevaban mucho más significado que solo ese momento y Len lo sabía. Se inclinó hacía adelante y besó a la mujer de cabello oscuro.

- No me iré a ninguna parte. – Sus labios rozaron juntos otra vez y el miedo se perdió en la cara del amor. Como siempre le gustaba hacer al reloj viejo sonó a la hora y rompió el momento. Con la ayuda de Andy, Len se levantó en su pierna izquierda y deslizo las muletas en sus brazos. - ¿Dónde pusiste los plumones? A los niños les gusta pintar mi yeso.

-Creo que están en un cajón en la oficina.

-¿Podrías ver si hay galletas en la cocina?

-Probablemente hay algunas para todos.

-Entonces creo que estamos preparadas.

La ejecutiva agachó su cabeza y dio una avergonzada sonrisa.

IncertidumbreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora