Setenta e Cinco

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Había estado en esa situación hacía mucho tiempo, pero parecía tan lejano que casi se convertía en un olvido. Esperaba que al final eso sucediera... nunca pasó.

Así que allí estaba, otra vez, por extraño que parezca. Para nada complacida por la situación, Rebecca, tenía tortícolis, tenía migraña y estaba sumergida en la peor depresión de su vida.

Melissa por su lado, le hacía gracia la escena.

-¿No piensas comer? Ahora te vas quedar tirada en ese sofá como si tu vida dependiera de ello. – Dejó el plato de carne asada en la mesa junto con un vaso de cebada.

-No tengo apetito.

-Si, sigues con esa actitud vas a terminar famélica.

-Ya, déjame. ¡Vete!

Rodó sobre el sofá hasta dejarse caer en el suelo de la sala. Con su cuerpo tocando la fría cerámica, se dio cuenta que se sentía más reconfortante en esa posición.

-Nunca me contaste qué pasó... ¿Sabes? – Melissa cubrió la comida y tomó los papeles del sobre manila. Los sacó y leyó detenidamente. -No sabía que Leni tuviera tanto dinero...

-No lo tiene. – dijo Beck sin más.

-Pero aquí dice que su capital es de cien mil dólares...

-Es esta casa. – Beck todavía echada en el suelo preguntó. - ¿para qué estás aquí Mel?

-Solo quiero asegurarme que no cometas una estupidez. – Melissa colocó de nuevo los papeles en el sobre y caminó hacia el sofá, apartando en proceso las cosas esparcidas en el piso.

-¿Qué estupidez podría hacer? – Preguntó Rebecca levantándose.

-No lo sé, bajo tu margen de comportamiento... pues tienes la tendencia de apartar a las personas que les importas. – Melissa sacó su celular y respondió un mensaje. – Tuviste que haber sido sincera con ella.

-¿Cómo tú lo eres con Irene?

-Mi relación con Irene no está en discusión por hoy. – Acotó Melissa.

-¿Por qué no puedo tener una Irene en mi vida?

-No creo que quieras una, todavía es complicado.

Solo habían pasado unas cuantas horas desde que Melissa había abandonado sus aposentos que compartía con su novia. Pero ya la extrañaba. Había sido difícil llegar hasta donde ellas se encontraban, sin embargo, valía cada maldito día de sus vidas.

-Melissa...

-¿Qué?

-La verdad es que si soy una idiota.

-¿Habrías predicho que las cosas terminarían de esta manera? ¿Literal y figurativamente?

Rebecca miró su anillo de casada y se dio cuenta que ya no tenía sentido llevarlo puesto. Ya no significaba nada. Nada para ella, nada para Len, nada para nadie. Bajó los ojos de la sociedad y medía vez firmara los papeles de divorcio, su esposa y ella, no serían nada. Más que solo unas completas extrañas, separadas.

-A veces me gustaría haber hecho las cosas de otra forma. ¿Sabes? Sin complicarnos la vida en proceso. – Agarró un cojín y lo puso sobre sus piernas. – Ojalá me hubiera dado cuenta de mi error desde un inicio, tal vez así no estuviera como estoy. – Dejó escapar un suspiró y continuó. – Al menos sé que ha encontrado alguien que la comprende mejor que yo.

IncertidumbreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora