Cinquenta e Sete

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-Sabes... – dijo Len mientras aún estaba acurrucada en los brazos de Andrea. – Estoy realmente feliz de que te gusten. Para mí, todo esto de la navidad es algo... como decirlo... nuevo para mí. Aunque tengo recuerdos borrosos, podría decir que nunca había comprado algo así antes.

-La verdad es que habría sido feliz no importa lo que tú me dieras, incluso si fuera solo una tarjeta de Super Selectos por diez dólares. – Bajó la mirada en el juego y sonrió. – Éstos están realmente hermosos. – Se inclinó para otro brazo.

Len más osada que de costumbre le tomó el rostro en sus manos. La mirada de sorpresa de Andrea la hizo tragar en seco, nerviosamente acercándose lentamente, aunque no estaba segura del por qué. Después de todo, era solo Andy. Pero aún con el miedo carcomiéndole el alma, Helene tenía la certeza que quería estar cerca de su amiga.

Acercó su rostro lo suficiente para que sus alientos se encontraran en el acto. Cálido y con olor a café con coñac. Cerró los ojos y se dejó llevar por el impulso más descabellado que había sentido en su vida. Sus labios se tocaron una vez... dos veces y una tercera vez, antes de que Andy se hiciera hacía atrás.

-Yo... um... supongo que mejor nosotras empezamos a comer. – Se levantó de inmediato y se dirigió a la cocina. No sin antes colocar a Len en su silla de ruedas.

A Andrea estaba nerviosa, pero más allá de eso, se sentía extasiada. Sabiendo completamente bien el por qué su corazón latía como el golpeteo de un tambor. Los labios de Len eran suaves, tan suaves que casi se había perdido en ellos, parando justo antes que su lengua pudiera salir. Sabiendo que no podía permitirse otro beso así, Andy hizo una nota metal... «Autocontrol».

Lastimosamente Len coincidió, girando su cabeza hacía adelante y esperando que el rubor que sentía en sus mejillas no fuera evidente para Andy. Fue dulce y suave, y se sentía culpable sobre la manera como le hizo sentir. Nadie había besado así desde hacía mucho tiempo y ciertamente no con tanta delicadeza y ternura. Sentía el interior caliente, como si hubiera tragado una fuerte bebida alcohólica. Vagamente se dio cuenta que Andy estaba hablándole.

-Lo siento, ¿Qué decías?

-Pregunté si quieres comer algunas galletas de vainilla.

-Ah... ¿Te gustan las galletas de vainilla?

-Pues sí, son ricas si las acompañas con un té de manzana con canela. – Andy abrió el refrigerador y sonrió. – Claro que tenemos un poco de pai de Manzana y unas cuantas galletas con chispas de chocolate también. – El tono de su voz dejó en claro que era lo que prefería.

-Entonces serán las galletas con el té.

Ninguna de las dos sabía lo que la otra estaba pensando acerca del beso. Pero parecía que no estaban tampoco muy interesantes en descubrirlo tan pronto.

Helene estaba confusa, nublada entre juicio de una relación inexistente con una mujer que ni si quiera recordaba. Cuando observó a Andy servir la comida, fue golpeada otra vez por lo hermosa que era su amiga. Ciertamente, su amiga significaba mucho para ella y por si fuera demasiado, tampoco podía imaginarse su vida sin Andrea en ésta. El besó había sido cálido y cariñoso, algo que deseaba experimentar otra vez.

Andrea tenía su propio dilema interno. Su mente y cuerpo gritaban por más. Quería sentir de nuevo su suavidad una vez más, para demostrarle a Len justo cuánto significaba para ella, el tomar a su hermosa compañera en sus brazos y nunca dejarla ir. Era tortura, simple y sencillamente, y el frío aire cuando salió para ir a la casa de su hermana no hizo nada para bajar la temperatura de su afiebrada alma.

IncertidumbreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora