Quatro

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Durante varios segundos Andrea no pudo hacer nada sino agarrar el volante y mirar fijamente la telaraña que ahora constituía su parabrisas, mientras que su corazón palpitaba con fuerza despiadada.

La realidad de lo que había sucedido finalmente penetró en su mente y con las manos temblorosas abrió la puerta. Echó un vistazo rápidamente por si había algún testigo, pero a las 12:45 a.m., era sábado por la madrugada y el huracán tocando tierra, seguramente todo el mundo estaba en cama.

La sangre estaba ya comenzando a juntarse en el suelo debajo del cuerpo, la lluvia hacía que la escena se viera peor. Un rio de sangre comenzó a corre por la calle. Andrea se arrodilló junto a la desplomada forma y con su mano giró a la víctima al otro lado.

Jadeó cuando vio la maltratada cada una joven mujer. «¡Oh mi Dios!». Se asustó. Había matado a alguien.

Echó un vistazo sobre el cruce de las Naciones Unidas. Estaba solamente a tres calles de hospital privado Dr. Menjívar. Abrió rápidamente la puerta del pasajero y tiró de la palanca que reclinaba el asiento. Andrea sabía que la mejor cosa era intentar inmovilizar a la mujer, pero no había alguna manera que pudiera hacer eso en ese momento y el charco de sangre estaba continuamente creciendo.

El hospital estaba demasiado cerca para pensar en llamar a una ambulancia y perder preciados minutos. La decisión fue tomada, Andrea deslizó sus brazos debajo de los hombros de la inconsciente mujer y la arrastró al carro. Menos de un minuto más tarde estaban corriendo hacia el centro médico.

***

Helene estaba llegando al final del sendero. Pudo visualizar a lo lejos las luces de la calle. Corrió todo lo que pudo, tenía que pasar los cuatro carriles para llegar a la otra cera. De pronto un rayo atravesó el cielo, distrayéndola unos segundos. Cuando de pronto... todo se perdió.

Su cuerpo salió despedido sobre el aire hasta golpear violentamente el parabrisas. Sintió como el vehículo trataba de disminuir la velocidad, hasta que se detuvo. En el acto su cuerpo rodo por el capo hasta estamparse en suelo de la calle.

Intentó moverse, pero todo lo que sentía fue dolor por todo el cuerpo, su visión estaba borrosa y la lluvia solo empeorada, tenía dificultad para respirara y cuando comenzó a toser, salió sangre. Llevó su mano al bolsillo, sintió la cajita de terciopelo donde estaba el anillo que iba a dar a Beck esa noche.

No tenía fuerzas para gritar por ayuda, se sentía mareada, cerró los ojos al sentir como su cuerpo se iba adormeciéndose. Volvió abrirlos y lo único que pudo ver fue una figura oscura acercándose.

***

Mientras conducía marcó a «emergencia», un pensamiento surcó su mente. No solo había estado corriendo velozmente y golpeado a una mujer, sino que si un policía decidía hacerle prueba del alcoholímetro no había manera alguna que pudiera pasarlo, no después de todo el vino que había consumido.

Giró el auto a la derecha en el último momento y giró en el que era el espacio del estacionamiento de cirujanos. En la oscuridad con solamente la parte trasera del Mercedez proyectándose, nadie la cuestionaría por que estaba estacionada allí. Salió del auto y caminó hacia la entrada de emergencias, intentado desesperadamente pensar en qué hacer.

La respuesta vino a cuando distinguió una camilla colocada justo en el interior de las puertas de cristal. Andrea agarró la camilla y la empujó hacía el auto. Las horas pasada en su gimnasio privado hicieron que levantara fácilmente a la inconsciente mujer arriba sobre la camilla. Durante la transferencia, una pequeña cajita cayó del bolsillo y aterrizó en el suelo. Andrea la recogió, metiéndola en su chaqueta, y corrió tan rápido como podía empujar la camilla hacia la entrada de emergencia.

-¡Necesito algo de ayuda! ¡Esta mujer fue golpeada por un auto! – gritó tan pronto como las puertas internas se deslizaron abriéndose. La enfermera a cargo y el interno de la noche corrieron al otro lado de la camilla para comenzar las pruebas.

-Tenemos lesiones múltiples, comprobaremos el tablero. – Dijo el castaño doctor.

Una enfermera se fue inmediatamente a buscar al cirujano y llamar por ayuda mientras otra enfermera comenzó a tomar la presión arterial de la inconsciente mujer.

Apartándose del caminó, Andrea miró con horror cuando el doctor cortó la chaqueta y las ropas de la joven mujer quitándolas de su cuerpo. Todo parecía estar cubierto con sangre, especialmente los pantalones. Un viejo doctor llegó al lugar, su cabello despeinado del sueño lo delataba.

-¿Qué tenemos?

-Golpe y fuga. Se compone de una fractura de tibia y peroné. No hay pierna izquierda, Doctor Robbinson – el joven doctor explicó – Probables lesiones internas también. Quienquiera que la goleó iba a máxima velocidad, es un milagro que siga viva.

-Haga que ellos preparen el quirófano. El tipo de sangre y análisis para coincidir seis unidades de sangre y busquen a los doctores Cobar y Martínez para operar. – El resto de la conversación fue perdida por Andrea cuando puso las manos en sus bolsillos y sintió la cajita metida adentro. Abrió la cartera, sorprendida por un anillo alegante.

Andrea se guardo la cajita nuevamente y se acercó a la recepción. Cuando oyó a dos mujeres detrás del escritorio hablando.

-Parece una indigente para mí. Regístrala como... déjame ver – arrastró los papeles sobre el escritorio - ... numero 77. Una vez que ella esté fuera de peligro la trasladaran al San José de todos modos.

- Disculpe – Andrea interrumpió – Ella fue golpeada por un auto y gravemente lesionada. ¿por qué ellos la trasladarán a otro hospital?

-Miré- dijo la enfermera a cargo, que en su placa simplemente se leía señora Torres – Como hospital estamos obligados proporcionar todo al que venga aquí que necesite asistencia médica. Una vez que ya no corran peligro son traslados a otro hospital, en este caso público.

-Bueno, pagaré todo su tratamiento en este hospital – Andrea no quería que fuera trasladada, entres menos personas se vieran involucradas mejor.

-¿Esta segura de eso?

-Miré, soy Andrea Acosta, presidenta y CEO de Acosta Corporaciones - metió su mano en su chaqueta y sacó una tarjeta - ¿Ahora hay algún formulario o algo que tenga firma para autorizar esto?

Ahora se daba cuenta que pudo haber incurrido en una equivocación, la enfermera a cargo dio marcha atrás. Ella estiró su brazo y agarró uno de varios sujetapapeles ya instalados con una pluma inmovible.

- Llene las secciones del uno al diez dentro de sus posibilidades. ¿Usted sabe cómo entrar en contacto con sus familiares?

-Uh, no... estoy segura... puedo llamar para eso mañana.

-Bien – la enfermera volteó para dirigirse a su compañera de trabajo – Cambia la tabla para numero 77. Su nombre es ... - miró de nuevo a alta mujer inquiridoramente.

Andrea no tenía la menor idea de la identidad de la mujer. Así que dijo un nombre al azar que se le vino a la mente.

-Lilian Pérez

-Lilian Pérez, escribe eso en los registros.

Andrea se alejó del escritorio, y se desplomó en una de las silla de vinillo anaranjadas para completar la nula información que sabía de «Lilian Pérez». Sería una larga espera.

Solo deseaba, que «Lilian Pérez», no delatara su sucio secreto. 

IncertidumbreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora