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Las gaviotas del puerto acompañaban a los sonidos relajantes de las olas tranquilas del mar. La brisa transportaba el aroma profundo al agua salada junto con las algas. El Imperio Alemán miraba hacia el barco al cual pronto se subiría para volver a casa nuevamente. 

De pronto, una figura de menor estatura se paró a su lado. Los brazos del Imperio Austro-Húngaro posaban frente a él, cargando con ambas manos la maleta. Usaba algo similar a un abrigo sin gorro, era una capa roja y elegante sujetada con broches dorados. El resto de sus prendas eran blancas, parecía estar preparándose para algún evento formal, pues en la academia siempre iba relajado. 

El pelirrojo miró hacia el Alemán y le dijo con una sonrisa intentando animarlo:

—No se preocupe. Encontraremos al responsable. 

Habían estado buscando pistas para saber la identidad de quién atentó contra el Imperio Alemán. Algunos decían que fue el fantasma, que aquel fantástico ser que no los deseaba en esas tierras. Pero en un círculo más pequeño, se sospechaba de algunos de los estudiantes. Lo único en común con estas dos ideas, era una pregunta, ¿por qué?

—No falta que haya sido usted. 

Bromeó el castaño, pero en respuesta, el Austro-Húngaro descendió la mirada entristecido. El Alemán al darse cuenta de que arruinó todo, alzó el brazo levemente para posarlo en el hombro del pelirrojo, pero fue interrumpido por alguien recién llegado. 

—Buongiorno! Qué coincidencia vernos aquí. 

Saludó el Reino de Italia quedando entre ambos y abrazándolos por los hombros. Cuando el Italiano miró hacia el muelle, comentó asombrado:

—Incredibile... ¿Esos son sus barcos? Se supone que solo son viajes cortos. 

El Imperio Alemán copió la acción, observando el transporte que usaría el pelirrojo. Las banderas eran distintas y sus tripulantes también. 

—¿Y el suyo?

Preguntó el Austro-Húngaro. 

—Llegué temprano, estimo que en una hora más arriba. 

Contestó despreocupado. El Reino de Italia era el que mejor fingía y ocultaba su disgusto hacia el pelirrojo, pero el Imperio Alemán notaba las micro expresiones que se le escapaban. 

La fuerte y gruesa sirena llamó la atención de los tres. El Imperio Austro-Húngaro se separó y se volteó hacia ellos un momento, dedicándoles una pequeña de sus comunes sonrisas de labios. 

—Nos veremos el lunes. Buen viaje. 

Antes de poder escuchar respuestas, se fue hacia su barco sin evitar sentirse desanimado. Una vez en la cubierta, miró de nuevo hacia el muelle, divisando la figura esbelta del Imperio Alemán subiendo a su propio barco. 


El viaje pasó rápido debido a que se había quedado dormido la mayoría del recorrido. Una vez de vuelta a las tierras coloridas de su imperio no pudo evitar sentirse acogido. Sus bosques, sus montañas, sus pueblos, sus grandes ciudades, las casa de campo, los palacios y las iglesias le brindaba asilo. 

Cuando finalmente llegó a su hogar, los sirvientes le atendieron . Cargaron su maleta por él, abrieron las puertas por él, rompía con la costumbre de atenderse sólo en la academia. 

Lieber Edelweiß | CountryhumansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora