ℭ𝔞𝔭𝔦𝔱𝔲𝔩𝔬 𝔏𝔛ℑ

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𝔎𝔞𝔭𝔦𝔱𝔢𝔩 𝔏𝔛ℑ: 𝔈𝔯𝔥ä𝔫𝔤𝔱𝔢𝔯 𝔎𝔞𝔦𝔰𝔢𝔯

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—Yo soy la Sociedad de las Naciones, soy una organización internacional. He sido testigo de sus aberraciones por el transcurso de esta guerra, y como pueden intuir, este conflicto no se parece en nada a los que han provocado anteriormente, nunca habían sido testigos de tanta destrucción, golpes económicos, violencia, odio, muertes... Tengan claro que esto lo provocaron ustedes con sus ambiciones. 

Había un tono extraño en la voz de ese ser; como si el sonido que emitía era distorsionado mientras más se propagaba para después rebotar por las paredes e incrustarse en cada uno de los presentes. 

—Mi pensamiento original era proveer mecanismos a través de los cuales pudiesen resolver sus disputas por medios pacíficos en lugar de militares, evitando aquellas causas que llevaron a la guerra. Quise tener función de arbitraje y cumplir mi misión, establecer las bases para la paz y la reorganización de las relaciones internacionales. Pero su comportamiento tan... insatisfactorio, me ha forzado a venir y ser el dictamen final, juzgaré a cada participante por mi cuenta. 

Sus monedas plateadas recorrieron toda la sala, penetrando las defensas de cada uno al sentir como esos orbes los perforaban. 

—Les di advertencias, más de lo que deseé. Aún así ignoraron el instinto. Sepan que esto es culpa suya. 

Incluso los países más poderosos del mapa se sentían amenazados ante la severidad de sus palabras, forzándolos a no protestar. 

—Tan desesperados estaban por la victoria que crearon armas en todo lo que imaginaron. Submarinos, tanques, gas venenoso, ametralladoras, aeronaves, y el uso de la radio. Ocasionaron la muerte de alrededor de diez millones de civiles. Cabe añadir que incluso alcanzó a tomar la vida de algunos territorios. 

Sus palabras generaban nudos en el estómago. 




Lo primero era decidir lo que sucedería con el Imperio Austro-Húngaro; porque no había manera alguna de mantenerlo en pie, como aseguró la Sociedad de Naciones. 

—Cuenta, ¿cómo ves las ciudades ahora?

Interrogó la organización. Austria estaba en el podio, insegura, afectada por las miradas incomprensibles, aún vestida de negro. 

—Las calles están desiertas, salvo colas de gente esperando raciones de leña y pan agrio, todos ellos, mujeres y niños, y hombres también,  acurrucados en viejos abrigos militares remendados... Todos pálidos, hambrientos, fríos, silenciosos...

Narraba mientras jugaba con las manos puestas sobre el podio, evitando ver a la cara al resto de los territorios. 

—Siempre intenté ayudar, desde que comenzaron las crisis. Pero los bloqueos empleados por los Aliados solo empeoraron las cosas, no producimos lo suficiente en el campo. 

—Eso es ser derrotado. Así termina un gran imperio, no con un estallido, eso ni siquiera  es un quejido. Aquí no hay nada más que hambre, frío y desesperanza.

Señaló aquel ser alado. En el pasado, Viena era una de las ciudades europeas más deslumbrantes y admiradas, pero ahora carecía de esa misma viveza; describir ambos paralelos hacía a uno imaginar que no hablaban del mismo lugar. 

La Sociedad de Naciones le pidió a cada uno de los territorios que formaban parte del imperio que dijera su punto de vista, lo que veían y opinaban. Los que deseaban separarse, hacían lo posible para demostrar que Austria-Hungría era malo. 

Lieber Edelweiß | CountryhumansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora