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El Reino de Serbia intentó hacer todo lo posible para evitar caer en las garras de la guerra, pues un rayo de conciencia le electrocutó y le dio la claridad de que ese enfrentamiento podría ser fatal para él. Cuando su gente se enteró de estas circunstancias, la mayoría entró en pánico al ver que serían atacados por el imperio de Europa central. 

"Desde el momento que la disputa deje de estar involucrando exclusivamente a Austria-Hungría y Serbia, y se convierta en una en donde otra gran potencia se involucre, no podrá demorar en convertirse en una de las mayores catástrofes que el continente haya visto antes". 

Leyó el Imperio Austro-Húngaro de aquel periódico internacional nuevo que tenía en sus manos. Los apartados que antes estaban llenos de cotilleos y comentarios novedosos escritos por las propias naciones, ahora eran un muro infestado de preocupaciones y opiniones respecto a la guerra. A su punto de vista, los británicos eran los mejores comentaristas, como aquello que su antiguo rector, Inglaterra, escribió. 

Pero la guerra ya había sido declarada. Cientos de cartas se apilaban en sus bandejas; cada una de ellas escritas a mano por las naciones y sus servidores, pidiéndole que volvieran las negociaciones. 

Dentro de pocas horas, ordenó a que bombardearan la ciudad de Belgrado, y lo que separaba a ambos territorios en aquella región, era un río potente por el cual Mano Negra cruzó. Aquellos ataques rápidos muy pronto ocasionaron temor en territorio Serbio. 

La puerta de su oficina en aquel edificio gubernamental a la frontera sonó con tres suaves toques. 

—Pase. 

Ordenó el pelirrojo tomando de su té antes de que se enfriara. 

—Su Majestad. Le ha llegado una carta especial. 

Un general del emperador arribó y sostenía en sus manos un sobre de carta peculiar. Extendió su mano para tomar el mensaje y le agradeció por su servicio... Era muy extraño no tener un asistente personal. Él siempre filtraba las cartas y ahora se sentía incómodo sabiendo que varios secretarios debían hacer lecturas rápidas de sus papeles antes de pasar a sus manos. Pero aquel sobre no había sido abierto como todos los demás. 

Cuando su servidor se fue, el pelirrojo soltó un suspiro y abrió el sobre para sacar la hoja doblada que emitía un aroma especial. Había sido perfumado con... rosas. 

"Mein lieber Ehemann,

La guerra ha comenzado, lo sé. Sé que es difícil... y lo es más para mí sabiendo que no lo puedo acompañar por el momento. Oí que sus hombres se mueven rápido, y los bombardeos han generado sorpresa inminente. 

A pesar de que esto aparenta estar a su ventaja, la voz corre y ha llegado a mis oídos que el Imperio Ruso no será un simple espectador más. Sus tropas han comenzado a movilizarse, y sé que usted comprende la razón de esto. Necesito que vuelva a Viena lo más pronto posible. 

No es solo por su seguridad que tanto me atrevo a mantener, sino porque debemos hablar cara a cara para que estos temas queden claros... Escribirle por estos medios me es complicado... ¿Qué estará haciendo mi queridísimo esposo allá afuera?... 

Ihr treu, Deutsches Kaiserreich."

Una sonrisa diminuta iluminó el rostro del pelirrojo. Todos los días recibía cartas de su amado. En estas, le escribía preguntando por su bienestar, dándole consejos, diciéndole qué sucedía en las pláticas ponzoñosas del resto del mundo. Hasta aquel momento pudo recibir un simple periódico. 

Lieber Edelweiß | CountryhumansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora