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Era un gran día para los soviéticos, pues se celebraba la proclamación de la Constitución de mil novecientos dieciocho durante el Quinto Congreso Panruso de los Sóviets. Todos aplaudían fuertemente al ver a Rusia firmar la última hoja de reconocimiento; tantos meses de trabajo para que finalmente estuviese finalizado. 

—¡Esta Constitución salvaguardará los valores verdaderos de nuestra nación! 

Exclamó el líder de piel roja. 

—¡Camaradas, ya no es cuestión de imaginarse lo que pudiera ser un lugar en donde los trabajadores son los verdaderos gobernantes de Rusia, en donde hay igualdad de derechos entre trabajadores y campesinos, en donde se le concede el derecho al voto a mujeres y hombres mayores de dieciocho años, y que el poder supremo esté destinado hacia los consejos locales de todo el territorio! ¡Negamos el regreso de la burguesía y enterraremos a todo que apoye al Ejército Blanco, traidores a la fuerza! ¡Esos usurpadores no comprenden que acabó su época, rechazan la idea de que yo acabé con el reinado oscuro del Imperio Ruso, y que yo mismo lo maté por el bien de todos nosotros! 

Rusia observaba a todos a su favor. Desafortunadamente, existían algunas sillas vacías, en donde pertenecían otras zonas que ahora se han puesto de lado de Petrogrado, el testarudo. Aunque de todos modos, esa ciudad ya no poseía poder sobresaliente, pues ya existía una nueva capital, Moscú. 


Después de charlar con algunos miembros importantes, llegó Moscú detrás de Rusia, carraspeando para llamar su atención. Éste, se disculpó con sus camaradas y se excusó. La capital lo guió hasta alejarse de la multitud en el salón y habló en voz baja:

—Siguen insistiendo en verlo, no sé qué más retardos poner. Mientras más les hacemos esperar, sabrán que estamos cubriendo algo. 

Rusia se relamió los labios y disimuladamente miró hacia los que llenaban el lugar, esperando que no fuesen escuchados. 

—Lo sé... 

Siseó en respuesta, se masajeó el mentón y después de pensarlo un rato, bufó y  no tuvo de otra. 

—Tendré que ir yo mismo. Ugh, ¿dónde están?

—No han salido del hotel en donde los tenemos hospedados. 

Rusia asintió con la cabeza comprensivo; era mejor poner todo tipo de trabas, no era preferible tener sus presencias con el nuevo panorama. 

—Que mi presencia no se haga de extrañar, distrae a todos en cuanto pregunten por mí. 

Ordenó, escabulléndose para salir apurado de aquella residencia que solía pertenecer al zar ejecutado. Caminó rápidamente por las calles empedradas con un cigarro en su boca, ahora cada vez que se estresa, opta por fumar

Pronto llegó al hotel en donde forzaron la espera de los visitantes inesperados... e indeseados. Dejaron a Rusia pasar y fue directamente en busca de ambos territorios a sus habitaciones vecinas. Tocó en ambas puertas y a los pocos segundos, fueron abiertas. 

—Vaya, por fin da la cara. 

Comentó Francia en un tono burlón.

—Realmente lo siento, saben que reordenar una nueva nación es sumamente tedioso. No deseo ser grosero, pero tengo mis prioridades. Por eso la tardanza, aunque espero Moskva no les haya hecho incómoda su estancia. 

Lieber Edelweiß | CountryhumansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora