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Los días después de la reunión con  Suiza, la cual no terminó como un éxito total, fueron demasiado tranquilos para ser verdaderos. Fueron días hechos personalmente para Prusia; cielos nublados y sin lluvia, brisa moderada, sin papeleos, dando paseos a caballo hasta que se hartara el animal, podría llegar a ser un sueño lo pacífico que estuvo.

Prusia estrechó el brazo hacia Gustav para recibir el correo diario durante su desayuno simple con vista hacia el bosque.

—Señor, no ha recibido cartas hoy, todo parece ir en orden... Debería tomar este día libre de nuevo.

Explicó su asistente con cierta alegría escapándose de su boca. El alado frunció el ceño pensativo, llevaba días sin recibir cartas de la Confederación Germánica. Eso podría explicar su paz inesperada, pues no tenía que mantenerse sentado leyendo las hojas continuas de narrativas y elogios por parte de la fusión.

—Gustav, ¿han llegado todas mis cartas a su destino?

Preguntó el Reino de Prusia mirando hacia su asistente. Este lo pensó y terminó respondiendo después de unos cortos segundos:

—Estoy asegurado de que así es, señor. Nuestro mensajero a partido y regresado puntualmente, las cartas que ha enviado en efecto debieron ser recibidas por el destinatario. ¿Existe alguna preocupación de la cual debo enterarme?

Cuestionó Gustav atento. Él era muy intenso en su labor. Si las cosas no resultaban en su mejor servicio para su amo; se aseguraba de volver a revisar los planos y que las cosas fueran hechas al pie de la letra. Prusia estaba honrado y orgulloso de haber elegido a Gustav como su asistente personal. El azabache negó con la cabeza y respondió tranquilo:

—No Gustav, no se preocupe. Puede retirarse.

Su asistente dió una reverencia y se fue silenciosamente. Estando de nuevo en soledad, Prusia no pudo evitar cuestionarse la razón de la repentina desaparición de la Confederación Germánica.

Al día siguiente sucedió la misma extraña ausencia de contacto con el menor. A la mañana siguiente de aquel día no hubo diferencia. Algo estaba sucediendo.

—Gustav, ¿no ha llegado una carta hoy?

Su asistente nuevamente negó con la cabeza y se disculpó:

—Lo lamento señor. Me temo que hoy tampoco llegará una carta.

Prusia se tomó el mentón pensativo. No era que extrañase el contacto con la Confederación Germánica. Pero lo que le consternaba realmente era que algo pudiese haber sucedido; cualquier cosa que le evite ganarle al Imperio Austríaco significaba peligro. Cabía recalcar que tanta paz y tranquilidad en su reino le provocaba cierto tipo de desasosiego; hace mucho tiempo no se encontraba en aquel estado, sentía la necesidad de trabajar en algo u ocuparse en lo posible.

—Señor, le seguiré recordando que no se estrese. Tome este tiempo como un regalo y descanse todo lo posible, su esfuerzo y labor están rindiendo frutos, pero debe reposar. Si es muy importante para usted alguna carta a nivel personal, yo mismo me dedicaré a investigar, señor.

El Reino de Prusia lo observó con detenimiento. Siguió pensando en su situación y la propuesta que le dio su asistente, pero terminó negándose. Un suspiro le relajó y dirigió la palabra a Gustav:

—No, así está bien. Ya puede retirarse.


"Estimado Bläulich,

Suceden momentos en la vida en los que uno finalmente descubre lo que es la tranquilidad, en donde la mente se libera y nos da la ansiada inspiración. Una ideología que surge iluminando la mente. Cuando le inspiran las cosas a su alrededor, ¿en qué piensa usted?

Lieber Edelweiß | CountryhumansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora