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Los sollozos ahogados de una pequeña criatura eran interrumpidos por impactos fuertes y secos contra el tejido llamado piel. El niño permanecía de pie sobre un pequeño banco de madera, con los brazos a los costados y una postura recta imposible de mantener debido al dolor. Su respiración alterada le imposibilitaba detener las densas lágrimas que pasaban por su rostro y nublaban su visión. 

Cuando el autor infligió un severo azote con la fusta de equitación, el príncipe no pudo evitar sobresaltarse, queriendo mover las piernas como forma de retorcerse. 

—¡Ya! Bitte, bitte, bitte...!

Tras su lloriqueo, recibió uno aún más fuerte. Sus pantorrillas habían sido el espacio destinado para su corrección, pero habiendo sufrido azotes continuos y sin cesar, aquellas partes ya estaban enrojecidas e hinchadas. 

—Quédate quieto. No hemos terminado. 

Ordenó el tutor sin piedad alguna por el niño. El dolor de cada impacto en la piel sensible lo volvía loco, le hacía llorar, sentía que su piel se quemaba. Tras otro golpe, las manos de Alemania se retorcieron para terminar formando puños temblorosos, y ahogó una queja con el labio inferior mordido debido a la tortura que parecía ser eterna. 

—Eres un chiquillo sin intelecto, semejante torpeza no puede ser nuestro príncipe, ¿acaso eres un imbécil? ¿Hay algo siquiera en esa pequeña cabeza tuya, eh? ¿Tienes alguna idea de lo que es un cerebro? Esa cosa que se encuentra dentro de tu cráneo. Quizás deberíamos encerrarte con todos esos tarados en los asilos, parece que la peste de ellos ha llegado a nuestros palacios. 

Las palabras hirientes del tutor destruyeron en mil pedazos el corazón del pequeño príncipe. Todos los niños se equivocaban, ¿pero por qué él siempre recibía los peores insultos? En sus lecciones de danza, no logró aprenderse ni una sola pieza correctamente. Pisó los pies de su acompañante, sus zapatos le molestaban, no conocía las piezas, no prestaba atención, parecía un demente perdido viendo las aves por la ventana. 

Nadie nunca entendía lo que pasaba por la mente de ese niño. No comprendían como ese príncipe tan solitario podía ser tan distraído por su propia causa, era imposible descifrar lo que causaba que fuera tan... blando en una corte tan seca y meticulosa cuando en realidad eran ese tipo de ambientes los que formaban a uno a ser igual. 

—Perdón... Lo intentaré otra vez, lo haré mejor... ¡Ya deténgase por favor!

El llanto débil de Alemania se tornó en una exclamación desesperada cuando otro azote fue tan jodidamente doloroso que sus piernas por instinto quisieron bajarlo del banco. Sin embargo, su alarido simplemente generó otro azote más fuerte que el anterior, haciéndole gritar más fuerte. 

—Los príncipes no lloran. 

Algo en ese príncipe le hizo reaccionar. Rápidamente se bajó del banco con dolor y entre ruidosos llantos, agarró el banco y con nula fuerza lo lanzó hacia el tutor para correr hacia las puertas. Desesperado intentaba abrirlas sin haberse percatado que estaban cerradas con llave. 

—¡Maldito bastardo! ¡Ven acá!

El servidor jaló con fuerza al príncipe de la oreja para alejarlo de las puertas y darle su merecido. Alemania siguió luchando con el deseo de escapar de la tortura. Tomó un jarrón cercano y lo estrelló contra el humano, lastimándose él también con los pedazos de porcelana. 

Lieber Edelweiß | CountryhumansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora