ℭ𝔞𝔭𝔦𝔱𝔲𝔩𝔬 𝔛𝔛𝔛ℑ𝔙

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Los bosques eran silenciosos y pacíficos. Los rayos del sol se escabullían entre el arbolaje e iluminaban tenuemente hasta las hojarascas que cubrían la tierra compactada de color intenso como el café antes de que se le cuele con agua hirviendo. 

Pero para las presas, a pesar de verse todo apacible, siempre se debía estar alerta al exponerse, cuidarse de los depredadores que acechaban silenciosamente y que solo se revelaban cuando estaban lo suficientemente cerca para atacarlos por la espalda. 

Han existido cuentos de antaño en los que un lobo se hace amigo de un conejo; o de alguna niña con caperuza escarlata adentrándose a las profundidades del bosque para visitar a su abuela, pero un lobo se atreve a engañarla...

Un niño castaño corría con el corazón acelerado, apartaba las ramas a toda prisa al salirse de los senderos despejados para ocultarse entre la fauna. 

"¡Necesito esconderme!"

Al saber que estaba en peligro y sin más tiempo para huir, se adentra a los arbustos; se ocultó detrás del tronco grueso, pegó las rodillas raspadas a su pecho palpitante, su mano cubrió su boca en un intento de silenciar sus exhalaciones llenas de poder y sus ojos abiertos observaban con detenimiento cada una de las hojas, como si pudiera ver lo que pasaba detrás de los arbustos de vuelta a los senderos. 

Las pisadas llegaron a su cercanía, por un momento se detuvieron y el castaño se inmovilizó. 

Ese cuento no tenía final feliz; no había hadas madrinas, ni caballeros, ni varitas mágicas... Sólo había moralejas.  La niña fue persuadida por el lobo a que se acercara a la cama, más cerca... más cerca... Lo suficientemente cerca para que el lobo la agarrara con sus cínicas garras, la niña se dio cuenta demasiado tarde de la verdadera apariencia del lobo. 

Termina siendo devorada por el animal al igual que su abuela. Siempre se les ha advertido a las jovencitas sobre ciertos tipos de personas... Uno nunca sabe quién será el lobo que te agarrará y te comerá. 

—¡Te tengo!

El cuerpo de un azabache se abalanzó hacia el castaño y este gritaba mientras que el mayor le hacía cosquillas antes de forcejear en una pelea de resistencia en los brazos.

—¡Eso tienes por rufián! 

Regañó Weimar cruzado de brazos. 

—¡Pero yo no hice nada!

Mintió el menor mientras jalaba aire. Su hermano frunció el ceño y le husmeó entre sus bolsillos. 

–¡¿Entonces por qué corriste?! ¿Y esto qué es? Griselda nos dejó claro que no debíamos tomar más de lo que comimos. 

Finalmente encontró la rebanada de torta y el frasco de manteca. El pan ya estaba aplastado y la ropa del castaño estaba llena de migajas.  Al ver que su hermano menor fue derrotado y en respuesta le dedicó una "cara tierna", Weimar rodó los ojos y se soltó a carcajadas. 

—¡Ya comételo! De todas maneras está todo deshecho. Debiste hacerlo debajo de la mesa o algo. 

Hizo una pausa y se puso de pie antes de acercar su mano para ayudarlo a ponerse de pie. 

—Alemania, ya debemos volver, Griselda nos va a regañar si llegamos después de que toque la campana del mediodía. 

El dúo se dio unos empujones mutuamente y comenzaron nuevamente las carreras para llegar primero de vuelta al castillo.

Lieber Edelweiß | CountryhumansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora