ℭ𝔞𝔭𝔦𝔱𝔲𝔩𝔬 𝔏𝔛𝔛𝔛

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En el silencio que solo los Alpes en invierno podían proporcionar, en el Berghof que se alzaba en la montaña rodeada por un manto blanco y sereno. Las primeras luces del amanecer se filtraban tímidamente a través de las cortinas, iluminando suavemente la habitación donde dos almas compartían el refugio del frío. Los suaves ronquidos de la chimenea aún resonaban en el aire, marcando el pulso cálido de la estancia. La luz creciente delineaba los contornos de la habitación, revelando muebles de madera de exquisita calidad que relucían por su cuenta.

Despierto antes que el sol, envuelto en las sábanas y cobijas de lana con finos bordados, el hombre de cabellos oscuros con un llamativo mechón dorado que le colgaba del lado derecho de su rostro, se estiró y respiró profundamente, admirando con su mirada bicolor la estancia en la que estaba por un solo factor inigualable. Miró a su lado, encontrándose con quien compartía la cama espaciosa.

"Reich..."

Era inevitable verle con ternura en aquel estado. Solo así podía verle el rostro sin problema, cuando estaba profundamente dormido, con una respiración tan lenta y calma, con las facciones relajadas y su piel lisa como la porcelana. La paz del sueño daba a su rostro un matiz de serenidad, como si las preocupaciones del mundo hubieran quedado atrás, sepultadas bajo la capa de nieve que cubría el exterior.

La Unión Soviética no pudo evitar sonreír tranquilo al recordar la noche anterior en cuanto notó la marca oscurecida que apenas se asomaba por la prenda que vestía Reich, y su mano suavemente apartó los cabellos castaños claros que cubrían sutilmente el rostro perfecto de su amante. Si pudiera, trazaría cada facción de él; esa nariz perfectamente afilada, esa quijada pronunciada, mentón liso, pómulos suaves...

Como si no fuesen suficientes las veces en las que profesó las palabras, el soviético se puso por encima con apoyo de sus brazos a los costados de la cabeza del nazi, decidiendo emitir en el susurro más suave que pudo alguna vez hacer:

—Lyublyu tebya... Con toda mi alma.

Se inclinó más hacia su pareja sin perturbar el sueño en el que se encontraba.

"Nunca me dejes, nunca mires a alguien más, nunca pienses en alguien más... Si podría, te tendría solo para mí, ojalá fuera así."

Tenerlo enjaulado de aquella manera era tentador, recordar el deseo carnal que tuvieron hacía horas le daban ganas de más, Reich genuinamente tenía una belleza que no entendía cómo era posible si quiera existir. Tenía ganas de tocarle el rostro y robarle un beso de sorpresa.

"Si pudiera, mataría a todo quien desee tenerte, permíteme ese único deseo."

La chimenea, guardiana del calor y confidente de secretos, seguía lanzando destellos que parpadeaban como recuerdos fugaces.

"Ojalá este fuerte sea lo único de nuestro mundo, así te tendría solo para mí, y tú me tendrías de exclusivo, pero el destino siempre pone distancias entre nosotros. Si fuera capaz, destruiría los posibles puentes que nos unen para yo mismo jalar tu frontera hacia la mía."

Poco a poco se fue inclinando hasta entrecerrar los ojos y estar listo para besar bajo la oreja del Alemán. Sin embargo, se hizo para atrás al darse cuenta de aquellos inusuales pensamientos que se introdujeron a su mente.

"¿Qué estoy pensando?"

Se apartó lo suficiente para bajar de la cama y dirigirse al baño, en donde permaneció frente al lavamanos, enjuagándose la cara con el agua fría. Las gotas heladas caían de su rostro y pocos mechones mojados mientras miraba su propio reflejo fijamente.

Lieber Edelweiß | CountryhumansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora