ℭ𝔞𝔭𝔦𝔱𝔲𝔩𝔬 𝔏𝔛𝔙ℑℑℑ

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En uno de los hospitales más concurridos, Alemania estaba rodeado de pacientes que estaban pagando muy caro por la situación grave que sufría el país. La mayoría de los que esperaban a ser tratados eran obreros y trabajadores que habían perdido sus empleos y ahora luchaban por sobrevivir.

Estaba trabajando junto a otros médicos y enfermeros, pero eran demasiados para su equipo, le recordaba un poco a como fue la gripe española. Mientras iba de uno en uno, entre los pacientes, se encontró a una mujer joven y delgada, con el rostro demacrado y las manos temblorosas, se veía que estaba al borde de desmayarse. Había llegado al hospital con su hijo pequeño, que tosía con fuerza y no se veía nada mejor que ella. 

Cuando decidió sentir la frente del niño, su mano ardió por la fiebre alta que padecía el pequeño. Aquel niño ya ni tenía fuerzas para resistirse a las examinadas rápidas que daba Alemania. Se puso su estetoscopio y checó la respiración agitada del niño. Con tan solo confirmar unos factores, el castaño claro ya tenía un diagnóstico. Pero fue cuando el niño tuvo un ataque de tos violenta que dejó sus labios manchados de rojo cuando Alemania le dijo a la mujer:

—Tiene neumonía. 

La mujer se aferró a su niño y palideció del miedo. Desde la crisis, las enfermedades como la tuberculosis o la neumonía aumentaron rápidamente y la mortalidad infantil aumentó. 

—Siendo sincera, también me he sentido mal y apenas hemos comido en los últimos días.

Confesó la madre del niño sin color alguno. Pero Alemania con solo verla supo que las cosas le dolerían más a la mujer.

—Nein, solo tienes desnutrición, y como eres adulta, aguantas un poco más. Él, en cambio, es el que corre peligro.

Ella sabía perfectamente a lo que se refería el médico. Sus ojos se cristalizaron y estaba al borde del llanto:

—Ya no me queda dinero para comprar su medicamento... ¿Qué puedo hacer? No puede morir, mi pobre ángel...

Arrulló al niño cuya ropa le quedaba grande y sus cabellos eran tan delgados que parecía se volvería calvo, desafortunadamente ya estaba en una etapa avanzada, sus pulmones se escuchaban como si crujieran. Alemania no pudo sentir pena cuando la mujer lo miró a los ojos en súplica y cuestionó:

—¿Se puede curar? ¿Va a curarse...?

Su única reacción fue suspirar, ya había tenido demasiados casos así que ya no se le ocurrían cosas para confortar al paciente; tampoco era que le gustaba eso de charlar. 

—Señora, lo único que puedo decir es esto, puede quedarse aquí y arriesgarse a ser contagiada, o dejarlo al cuidado de las enfermeras y rezar para que salga vivo de esto.

La mujer lloraba mientras abrazaba a su niño enfermo. Alemania sabía que ese pequeño no tenía salvación, y con todo en escasez, no podía hacer nada al respecto. Le hizo una seña a una enfermera para que fuera a su lugar y lidiara con la situación. Él debía seguir con el trabajo. 

Mientras tanto, otros pacientes esperaban en la sala de espera, algunos con heridas y fracturas graves. Habían sufrido accidentes laborales y no habían podido recibir tratamiento adecuado debido a la falta de recursos. A medida que avanzaba el día, el hospital se llenaba cada vez más, y Alemania se esforzaba por mantener la calma y no ser tan honesto cuando todos esos ya no tenían esperanza. 

Lieber Edelweiß | CountryhumansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora