ℭ𝔞𝔭𝔦𝔱𝔲𝔩𝔬 𝔛𝔛𝔛𝔙ℑℑ

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𝔎𝔞𝔭𝔦𝔱𝔢𝔩 𝔛𝔛𝔛𝔙ℑℑ: 𝔖𝔞𝔯𝔞𝔧𝔢𝔳𝔬

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—¿Está seguro que esto es una buena idea?

Le preguntó el Imperio Alemán, quien estaba recargado en el umbral de la puerta, admirando al pelirrojo que terminaba de alistarse frente al espejo de su recámara. 

Este alisó la cinta que cruzaba su pecho, la cual estaba dividida en tres franjas simbolizando la casa imperial austríaca; rojo, blanco y nuevamente rojo. 

El Alemán podía ver desde el reflejo del espejo la mirada seria y determinada de su amante. Él creía que era la única forma de mejorar las cosas. Lo había intentado todo, un último intento antes de hacerlo por las malas no haría daño. No deseaba más violencia, sabía que la responsabilidad caía sobre sus hombros, y permitir que sus oficiales continuaran las represiones ocasionaría más disturbios. Las cosas serían a su manera de ahora en adelante. 

—Todsicher. 

Reveló finalmente dándole la cara al menor. Le dedicó una sonrisa diminuta con sus labios para intentar apaciguar el nerviosismo del castaño. Caminó hacia él y tomó su mano con seguridad. 

—No se preocupe por mí. Yo sé lo que hago. 

Su imperio estaba entrando en una crisis más severa que todas las anteriores. Había revueltas de mayor magnitud, demandas peligrosas que exigían no sólo derechos y libertades... sino que incluso el anarquismo. Los conflictos entre todas las etnias de su imperio eran crecientes. Sus servidores estaban entrando en conflicto unos con otros hasta el punto de clausurar parlamentos. Unos estaban a favor de mantener la autoridad en el imperio, como Hungría, pero otros ya no querían estar bajo sus órdenes. 

Todos estos conflictos domésticos comenzaban a dar luz de aprobación para que otras potencias enemigas echaran los ojos hacia sus tierras y esperaran el momento de probarlas. Entre ellos, el Reino de Serbia. Él anhelaba que el imperio tronara para tomar todo lo que quisiera. 

Se encontraban en el territorio de Bosnia-Herzegovina, específicamente con Sarajevo de anfitriona, la ciudad capital. Era junio y el clima era ideal para la festividad que el emperador estaría llevando a cabo. Invitó a países de todo el continente a que se unieran a sus fiestas en los coloridos jardines, acompañando de desfiles militares y paseos por los vastos terrenos de hermosa flora y fauna. 

Pero esto no se trataba de una de sus miles fiestas de té. Era una misión política. Quería demostrar que él estaba en control. Reunió a todos sus servidores para hacerles convivir como antes solían hacerlo, quería hacerles ver que a sus ojos, todos eran del mismo rango. No importaba si era su madre, o su hija adoptiva, o servidora anexada, compartían el mismo cargo inferior al propio del emperador. 

—Al final del evento sorprenderé a todos con mis propias reformas políticas diseñadas para todos en el imperio sin excepciones. Nadie más que yo ha revisado estos escritos. Sé que mi madre pensará que esto es radical por erradicar los privilegios exclusivos entre austríacos y húngaros, pero es necesario para que el imperio multinacional prospere de nuevo. 

Explicó el pelirrojo revelando un pedazo de papel doblado que había oculto en la manga del saco que llevaba puesto. 

—Todo esto es magnífico, ¿pero por qué invitó al Reino de Serbia? Eso es lo que más me confunde. 

Cuestionó el Alemán. Cualquiera sabría que estos dos siempre que se encontraban, creaban un huracán intenso. El pelirrojo rió y explicó:

—Fue algo muy complicado de hacer. Intentaron asesinar a mi mensajero pero por suerte el jefe estaba en la frontera, aceptó la carta con sus propias manos. Todos estos años de conflictos sin fin con él me han dado severos dolores de cabeza. Yo también he cometido agravios contra él. Aunque Serbia es quien comete más ofensas en general. Siento que ya es hora de cerrar este capítulo, por el bien de todos. Los dos ya somos adultos con sus propias vidas, se supone que ya hemos madurado. Recuerde que en la cena de anoche brindé por la paz. 

Lieber Edelweiß | CountryhumansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora