ℭ𝔞𝔭𝔦𝔱𝔲𝔩𝔬 𝔛𝔛𝔛𝔙

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𝔎𝔞𝔭𝔦𝔱𝔢𝔩 𝔛𝔛𝔛𝔙: 𝔚𝔢𝔯 𝔦𝔰𝔱 𝔡𝔢𝔯 𝔊𝔯𝔬ß𝔳𝔞𝔱𝔢𝔯?

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Después de algunas tensiones, el Imperio Austro-Húngaro pareció manejar las cosas adecuadamente. Pero nunca se sabía lo que el Reino de Serbia tendría en sus planes, por lo que el austríaco nunca bajó la guardia ni un segundo. Por suerte, nuevos acontecimientos le fueron aliviando su estado de ánimo. 

—Meine Geliebte!

Gritó el Imperio Alemán emocionado por ver al pelirrojo llegar a su palacio de visita. La pareja se dio un abrazo, pero al ver que sus hijos llegaban a la recepción, se separaron de inmediato. 

—Estoy exhausto, espero que me reciban bien con una deliciosa taza de té. 

Comentó el Austro-Húngaro haciendo todo lo posible para no encorvar la espalda. El menor asintió con la cabeza y rodeó su brazo sobre sus hombros mientras que el otro le guió hacia el interior del hogar. 

—Acompáñeme. 

Antes de irse de la vista de los niños, el castaño se giró hacia sus hijos y les indicó:

—Inviten a Checoslovaquia al jardín a dar un paseo. Estaremos ocupados en pláticas de adultos. 

Normalmente permitían que sus hijos entraran y salieran de la sala en donde se sentaban a platicar, pero en algunas ocasiones de seriedad o de privacidad, se los prohibían. 

—Alemania, estaré afuera con Checoslovaquia. Si quieres unirte, estás invitado. 

Le dijo Weimar a su hermano menor. El chico de ojos azules miró hacia ambas direcciones en donde sus conocidos se dirigían. Al ver que su hermano y la chica de su edad salían hacia el jardín sin esperar por su respuesta, Alemania suspiró desanimado. 

Ellos eran amigos desde que... bueno, desde que eran bebés. Nadie podía negar el lazo cercano entre ambos jovencitos. Desafortunadamente, la llegada de un segundo príncipe alemán pareció poner las cosas extrañas. Muchos decían que Weimar y Checoslovaquia parecían una parejita, pero luego salió un niño siguiéndoles, esperando a recibir atención de su hermano mayor. 

—Esto no es divertido. 

Murmuró decidido a ir por otro camino. En aquel ala del palacio, los colores claros predominaban, los candelabros colgaban, y había ventanas de más de dos metros de alto. 

En algunas salas, los sirvientes se la pasaban puliendo los pisos y todo el oro que bañaba el lugar. A donde sea que pasaba, era respetado con una reverencia. A pesar de seguir siendo un niño, la deferencia hacia la familia alemana era inquebrantable; casi nadie les miraba siquiera a los ojos, a excepción de los nobles, y a quien más se le veneraba era al Káiser. 

Fue a la galería del palacio y comenzó a admirar las pinturas y fotografías que colgaban en las paredes con marcos tallados, hechos de oro y de plata. 

Aprovechando que no estaba siendo observado, se trepaba a los sillones con los zapatos puestos para echar un mejor vistazo de cerca a las obras de arte. 

Si no pasaba el tiempo en sus aposentos o con Weimar, lo hacía en esa sala. No sabía por qué, pero cada uno de los cuadros le llamaban la atención. 

Observó el retrato familiar y por un instante quiso tocarlo. Ahí fueron ilustrados en el castillo de verano. Los dos príncipes posaban en frente y detrás de ellos estaba el Imperio Alemán. La mano de su padre estaba puesta sobre el hombro de su heredero; al momento de pintarlos, Alemania nunca se dio cuenta de eso hasta que se les reveló el producto final. 

Lieber Edelweiß | CountryhumansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora