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En los aposentos del Imperio Alemán, la pareja pasaba el tiempo a solas para relajarse y despejar la mente de todo el desastre que se desenvolvía en los campos de batalla. El Kaiser quería carcajearse, las naciones inútiles como el Reino Unido o Francia estaban sufriendo de ataque tras ataque y su enemigo ni siquiera estaba presente; en vez, había disfrutado de un hermoso día libre que se sentía como de vacaciones en alguno de sus palacios de verano. 

Los cabellos castaños del Kaiser oscurecían cada vez más rápido, era cuestión de que el oscurecimiento saliente de la raíz se esparciera por toda su longitud. Recargado en el umbral de aquella ventana larga, observaba el hermoso atardecer; la magia de esos colores lograron rozar el corazón inalcanzable del hombre corrupto. 

Acto seguido, giró la cabeza para ver a su amado, quien se encontraba sentado en un sillón con un caballete frente a él. 

—No se mueva... 

Le dijo el pelirrojo al darse cuenta que su esposo le miraba. El Alemán sonrió y se volvió a acomodar, preguntando:

—¿Me está retratando? 

Austria-Hungría mezclaba los colores en su paleta y con su pincel hacía trazos suaves para replicar la escena en un lienzo. 

—Se ve muy bien el día de hoy, era inevitable sentir inspiración para pintar. 

Ilustrar a aquel caballero elegante era la fascinación del emperador austríaco. Desde que se conocieron fue complicado negar el atractivo físico del Alemán, eso jugó un rol importante en por qué él, en aquel entonces príncipe, no pudo evitar sentirse cautivado por su fisonomía. 

—¿Hace cuánto no se sienta a pintar? Mejor aún, ¿cuándo fue la última vez que finalizó un cuadro?

El pelirrojo seguía pintando mientras respondía:

—Ya ha pasado mucho tiempo... Son dos años desde que comenzó la guerra. Pintar es lo que menos ha pasado por mi cabeza en estas fechas. 

El Alemán permaneció callado durante unos segundos, pensaba en muchos asuntos al mismo tiempo; tantas cosas qué decir pero al mismo tiempo se las resguardaba dentro de su ser. 

—¿Se arrepiente de esto? Ya sabe, de la guerra. 

Austria-Hungría se sorprendió ante semejante comentario, nunca le había cuestionado algo así; siempre insistía en que la guerra debía continuar y la victoria suya era inevitable. 

"¿Qué ronda por esa mente suya?" Se preguntó el mayor. No despegó su mirada de su obra y siguió trabajando. 

—Por supuesto que no. Era necesario. El Reino de Serbia y todos ellos se lo buscaron, ¿quién les manda a jugar con la paciencia de los demás? La tolerancia y el respeto se ganan con los buenos actos, no con disputas, reclamos y atentados. Uno no puede permitir semejantes insolencias tanto tiempo, la  conformidad tiene un fin. Ahora están sufriendo las consecuencias. 

—Tiene toda la razón. 

Respondió el de ojos verdes. Por supuesto que eran considerados como "los malos", ¿pero realmente lo eran? Ambos lados estaban corruptos, no había diferencia. Ambos lados quieren algo, ambos están furiosos, ambos tienen hombres muriendo a puños. ¿En qué se diferenciaban? 

Era mejor no pensar en eso. Se supone que estaba descansando de ese lío, para relajarse antes de mancharse de sangre nuevamente. 

Dejó de cruzar los brazos y se alejó del umbral. El Imperio Austro-Húngaro estuvo a punto de protestar pero al percatarse de que el menor se acercaba a él, bajó el pincel y observó sus movimientos con mucha atención. 

Lieber Edelweiß | CountryhumansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora