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—¡Preußen! ¿Preußen?

Una voz lejana llamaba por el pequeño Reino de Prusia, quien se había escapado del palacio hacia el campo. El niño siempre había detestado las formalidades y estilo que su madre le imponía. Siempre le trataba distinto a sus hermanos, y no siempre tenía el permiso de poder estar en contacto con ellos. 

El niño, cuyo cabello y alas de color negro contrastaban el verde del extenso prado. Sentado frente a un lago, veía su reflejo, había arrancado algunas flores y jugaba con ellas con sus manos llenas de tierra después de haber tocado la flauta.  

Escuchó las pisadas de su institutriz acercarse cansada mientras jalaba aire y hacía su mayor esfuerzo en mantener su postura elegante. 

—Su majestad, ¿qué le he dicho acerca de escabullirse y saltarse sus tareas? 

Regañó la mujer, pero el niño miró hacia el cielo creando una sombra para sus ojos verdes con la palma de su mano. 

—Gouvernante Hildemarie, yo... 

Comenzó a hablar el azabache, pero la mujer estricta le interrumpió:

—Sh, si comienza a excusarse siempre, ningún reino lo querrá de aliado. Póngase de pie antes de que llame refuerzos. El Sacro Imperio Romano Germánico ha solicitado su presencia en la cena, no tenemos tiempo que perder. 

El niño con una mirada desanimada se levantó, revelando su estado. La institutriz, al verle sucio y lleno de tierra, boqueó horrorizada. Sus manos huesudas le quitaron las flores y las tiraron de vuelta al césped. Lo agarró del brazo y comenzó a hacer fuerza para que el Reino de Prusia la siguiera de vuelta al castillo. 

—Mein Gott, su ropa está arruinada de tal barbaridad, parece un campesino. Nein, si su madre, la Römisch-deutscher Kaiser se enterara de esto... ¡estaría muerta!


Con ayuda de los sirvientes, bañaron al Reino de Prusia y lo arreglaron de nuevo. Esperando en el salón, su institutriz caminaba ansiosa dando vueltas por el mismo lugar. La ropa que llevaba puesta el Reino de Prusia era de las más elegantes que poseía, pero que jamás le agradaron. 

La mujer que lo educaba era su única figura materna, a pesar de que su madre fuese alguien tan poderosa como el Sacro Imperio Romano Germánico, el par no convivía en absoluto. A veces olvidaba su rostro. Su institutriz no siempre actuaba estricta, la mayoría de las veces le permitía vestir cómodamente, con tal de mantener su atención en clases. 

El asistente, cuyo nombre era Herman, avisó la llegada del carruaje. Hildemarie parecía estar rezando y fueron hacia el transporte. Dentro de este, su institutriz comenzaba a recitar el libro de etiqueta para que el Reino de Prusia volviese a memorizar aquello. 

—No le dirija la palabra si la emperatriz no lo solicita, no provoque escándalo, postura recta, no desvíe la mirada ni vacile por el lugar, nada de juegos, ni una mención de sus paseos por el campo, y mucho menos de las visitas al antiguo castillo.

Advirtió la mujer, sus manos parecían estar temblando. Prusia desde pequeño tuvo una vista aguda y comprendía las cosas fácilmente. 

—¿Le tiene miedo a mi madre?

Preguntó el niño con la cabeza gacha. Pero su institutriz le corrigió la postura y carraspeó antes de intentar reír. 

—Absolutamente incorrecto, ¿por qué le tendría miedo al Sacro Imperio Romano Germánico? 

Lieber Edelweiß | CountryhumansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora