ℭ𝔞𝔭𝔦𝔱𝔲𝔩𝔬 𝔏𝔛𝔛𝔛ℑ

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𝔎𝔞𝔭𝔦𝔱𝔢𝔩 𝔏𝔛𝔛𝔛ℑ: 𝔖𝔲𝔡𝔢𝔱𝔢𝔫𝔨𝔯𝔦𝔰𝔢

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Bajo la tenue luz que se asomaba por los tragaluces, el Führer ascendió unos escalones que conducían a la cripta imperial. La atmósfera estaba impregnada de un silencio sepulcral, solo interrumpido por el eco de sus propios pasos sobre el mármol pulido que conformaba el frío suelo. A medida que avanzaba, las altas columnas esculpidas en oro se alzaban majestuosamente a ambos lados del corredor, sosteniendo la pesada carga de una bóveda decorada con intrincados frescos y esculturas que narraban las glorias del pasado imperial.

Se ahorró de explorar las salas, decidiendo ir directo a la bóveda que era su destino. Con los primeros pasos dentro, una sensación extraña recorrió su cuerpo. El sarcófago de mármol blanco, cincelado con precisión artística, se encontraba en completa solitud en medio del ala y solo quien se adentraba a su bóveda era testigo silencioso de la grandeza que yacía en el olvido. 

Sin dedicar reverencia de ningún estilo, Reich se adentró al mausoleo de opulencia a paso lento y se acercó al sarcófago hermoso. 

—Hace demasiado tiempo no sabía nada de tus restos...

Dijo en un tono de voz bajo y calmo, como si no fuera a perturbar el sueño eterno de quien yacía ahí, su mano titubeó por unos segundos, pero al final decidió alzarla y hacer contacto con él posándola sobre la estructura de mármol. 



Con el estruendo que despertó su instinto de supervivencia, el pequeño salió corriendo a toda velocidad con sus cortas piernas mientras las lágrimas se escapaban de sus ojos azules. Viendo lo que había provocado su inútil hijo, el Kaiser comenzó a gritar furioso:

—¡Mira lo que hiciste! ¡Vuelve acá mocoso!

El jarrón de colección exótica se había estrellado en el piso accidentalmente debido al tropiezo del joven príncipe y aquello dejó al borde de explotar al gobernante que siempre estaba harto de su propia sangre. 

—Vater, por favor déjelo en paz, solo fue un accidente. 

Intentó interferir el hermano mayor metiéndose en el camino de su propio Kaiser, éste sorprendentemente se contuvo de tomarlo de los hombros y empujarlo lejos de su camino e ir por el hijo fugitivo que apenas tenía diez años. 

—¡¿Y tú qué haces metiéndote en asuntos que no te incumben?! ¡Esto es algo entre tu hermano y yo, pareces un sucio perro guardián!

El príncipe heredero, de quince años, a pesar de temer a la imposición de su Vater, se atrevió a responder de manera tranquila en comparación al tono agresivo del contrario:

 —Soy su hermano mayor, Vater. Deutschland es muy sensible y siempre se siente intimidado ante usted, por favor, no sea tan errático con él, aunque sea un poco. 

Poniendo los ojos en blanco, el Kaiser carcajeó incrédulo y miró a su hijo sin poder creer lo que estaba haciendo, nunca dejaba de sorprenderle lo protector que siempre había sido Weimar con Alemania; tan fuerte era el vínculo entre los dos príncipes que llegaba a generar asco en el Kaiser, el mismo que le podía importarle menos lo que hicieran sus hijos, especialmente el menor. 

—Weimar, cierra la boca que dices puras idioteces. Por tu culpa, y conociendo lo poco que parece funcionar su raciocinio,  Deutschland es un inservible que solo se pone a llorar en cuanto alguien le dirige la palabra si no es con abrazos y cuentos de hadas. 

Lieber Edelweiß | CountryhumansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora