ℭ𝔞𝔭𝔦𝔱𝔲𝔩𝔬 𝔏𝔛𝔛ℑℑ

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𝔎𝔞𝔭𝔦𝔱𝔢𝔩 𝔏𝔛𝔛ℑℑ: 𝔇𝔢𝔲𝔱𝔰𝔠𝔥𝔢𝔰 ℜ𝔢𝔦𝔠𝔥

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"Algunos en el Reichstag me dicen tan a menudo:

 <<¡Tú eres sólo el baterista de los deseos de los plebeyos nacionales!>> 

¿Y qué importa si yo fuera sólo el baterista? Es un acto de mayor estadista inculcar una nueva fe en este pueblo alemán que desperdiciar lentamente la que tienen ahora.

Cuanto más se les haga conscientes de que son meros objetos de comercio, meros prisioneros de la política mundial, más se volverán exclusivamente hacia los intereses materiales, como cualquier prisionero."

El tic tac del reloj de la pared era lo único que llenaba la sala con el silencio afilado que mantenía a ambos presentes sin enloquecer por la tortura muda. Alemania le dio un sorbo a la taza de té y la colocó de nuevo en el pequeño plato, dejándola en la mesita de enfrente.

Tenía una pierna cruzada sobre la otra, sentado ampliamente en el sillón individual mientras observaba a la ciudad frente suyo. Tragó y asintió levemente con la cabeza mientras jugaba con el reloj en su muñeca antes de respirar profundo y hablar:

—Comprendo que tal vez prefieras la presencia de Weimar, yo tampoco estoy acostumbrado a hablar con tantos singulares, pero aquí estamos ahora.

Núremberg solo parecía estar juzgando disimuladamente a Alemania, haciendo que este cerrara los ojos en un intento de calmar su estrés.

—Preguntaré de nuevo, ¿necesitas algo? ¿Presupuesto? ¿Solicitud de tiempo en el Reichstag? ¿Nada?

La ciudad estiró la comisura de sus labios y contestó:

—No tengo que responder.

Alemania puso la cabeza gacha para intentar ocultar su mueca creciente al ver a alguien tan testarudo.

—Te aseguro que aquí no hay nada más que yo queriendo satisfacer las necesidades que consideras de gran importancia.

La ciudad miró hacia la ventana que mostraba su hermosa vista, un lugar que siempre había mantenido la cultura desde tiempos medievales.

—Bien, entonces si hay algo que deseo. Quiero que saques a los nazis de aquí.

Alemania miró de nuevo hacia Núremberg, esta vez un tanto más serio:

—Sabes que no puedo hacer eso.

—¿Por qué no? Se supone que eres nuestro Kanzler ahora.

Protestó la ciudad. Él era un completo opositor a semejantes ideas de ese partido loco y esa plaga estaba infestando su hermosa ciudad. Sin responder nada más, Alemania le dio un último trago a su té, se puso de pie, acomodó su traje negro y dijo:

—Nuestro tiempo se ha acabado, es una pena que no hubo resultados. Me retiro, tengo más pendientes.

No esperó a que la ciudad se pusiera de pie para acompañarlo. Le hizo un gesto para que no se molestara y se fue de la sala. El ayuntamiento de Núremberg era bastante grande y repleto de personas, logrando identificar a nazis por ahí. Todos al notar su presencia, le saludaban con educación, contemplando la postura de aquel nuevo gobernante.

Había una razón por la cual Alemania necesitaba de Núremberg, no porque lo consideraba alguien sabio o algo por el estilo, pero sí tenía otro tipo de importancia, y eso era la histórica y cultural. Esa ciudad existía desde los tiempos del Sacro Imperio Romano Germánico, la primera vez que se escribió su nombre fue en el año mil cincuenta. Fue clave renacentista, de los primeros protestantes, su castillo fue sede de muchos eventos reales de los imperios antiguos; era básicamente una de las ciudades más puras de esencia alemana. Pero había un problema, y ese era que estaba en contra del nacionalsocialismo.

Lieber Edelweiß | CountryhumansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora