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Las calles frías de Przemyśl le daban una congoja al pelirrojo encapuchado. Los rusos habían comenzado a atacar a su imperio y ahora estaban en medio de un asedio peligroso que empeoraba mientras los días invernales se volvían más intensos.

Incluso vistiendo de un abrigo caliente, su cara estaba enrojecida y continuamente se cubría la nariz y boca con ambas manos para volver a su temperatura normal. 

A su lado, Austria lo acompañaba igualmente en incógnito. Le tomó la mano y le mostró los horrores que ocurrían debido al caos de la guerra. 

En las esquinas había personas pidiendo limosna, por un mísero pedazo de pan aunque estuviera duro. Los soldados tenían raciones disminuidas debido a las cantidades de comida que perecían rápidamente. Muchos ya estaban muriendo de hambre que de balas. 

Pero aquella ciudad era como un microcosmos de lo que era realmente el Imperio Austro-Húngaro. Consistía de un crisol de fricciones étnicas y las situaciones recientes no favorecían en ningún aspecto. 

—Si esta ciudad queda en manos del Imperio Ruso, el reino de mi madre podría caer... No puedo permitirlo. Debemos seguir luchando. 

Susurró el Imperio Austro-Húngaro después de pasar por unos niños empobrecidos, dándoles con discreción monedas y panes que escondía bajo su abrigo. 

—Pero está matando a cientos de personas, podrían llegar a ser miles para el próximo año si este asedio continúa.

Le comentó su hermana mayor mirando con angustia a todos los seres que estaban sufriendo. 

—Los rusos están esperando afuera, expuestos al mismo clima. Si siguen acampando, morirán de frío y hambre igualmente. Serán ellos o nosotros. 

El emperador no era alguien despiadado, intentaba hacer todo a su alcance para no empeorar las cosas, pero era demasiado complicado lidiar con tantos asuntos a la vez. Ninguno de sus servidores estaban dispuestos a trabajar como uno solo. Las disputas internas en que si él está cometiendo errores o no. En que si desean mejor separarse que luchar por él... Pero prefería que su enemigo sufriera y muriera a que su propia gente se lance a un campo de batalla sin experiencia, estaba intentando hacer tiempo. 

De pronto, ambos fueron atraídos por los gritos en un callejón bastante alarmantes:

—¡¿Eres leal al imperio?!

Exclamó alguien con intenciones maliciosas. 

—No lo creo, tiene cara de ruso. 

Le añadió otro. Todos tenían prendas sucias y se trataba de un grupo de vándalos amenazantes hacia un pobre viejo al que habían acorralado. 

—Debe ser un infiltrado... ¡¿Entiendes lo que digo?! ¡Saca la lengua si me entiendes!

Se burló uno de ellos, quien provocó carcajadas de hienas en el resto. El pobre viejo se inclinaba para intentar escuchar, y terminó señalando a un cartel que tenía diciendo en húngaro "Süket vagyok, segítséget kérek". 

—Es sordo... 

Susurró Austria-Hungría sintiendo temor por la vida del hombre. 

—¡Seguramente se lo robó a alguien que en verdad es uno de nosotros! 

—¡Es un espía!

—¡Mátenlo!

Ante esa palabra intensa, la princesa quiso interferir, pero el emperador le apretó la muñeca y antes de ser vistos, la pegó a la pared mientras él se asomaba para ver lo que ocurría. Entre fuertes gritos y risas, los hombres sacaron una cuerda con un nudo especial, agarraron al hombre escuálido y lo ahorcaron ahí mismo mientras ese pobre no tenía ni fuerzas para defenderse. Cuando acabaron con su vida, pateaban su cuerpo y se burlaban de él. 

Lieber Edelweiß | CountryhumansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora