PRÓLOGO

426 62 55
                                    

ROMA

CAPITAL DEL IMPERIO.

El leve crepitar de la madera inundaba toda la estancia, con ojos perdidos Adrianus miraba la leña consumirse poco a poco, los que alguna vez fueron gruesos leños ahora no eran más que carbón, un carbón débil y oscuro que con solo colocar el pie sobre él se convertía en polvo. Sus días cada día se hacían más cortos y la pesada cruz que llevaba encima amenazaba con aplastarlo, era un emperador débil, trastornado hasta la médula y con unos ojos casi traslúcidos, sin sentimientos.

Su salud se había ido deteriorando rápido, su paranoia era cada vez más complicada de manejar y tenía tantos enemigos que le era imposible contarlos, para su mala suerte el más grande rival que ahora tenía era el senado, aquellos ancianos deseaban quitarle el poder, no podían asesinarlo porque ante los ojos de la sociedad era la reencarnación de Marte en la tierra, aunque solo fuera de manera representativa, primero debían destituirlo pero aún gozaba de dinero y de poder, un poder que cada día se iba mermando como la madera ante el fuego.

—Cualquier hombre que espera paciente debe de tener algo muy importante que comunicar.

Bebió una copa de vino mirando por el rabillo del ojo a Aelius.

—He venido porque tengo algo importante que comunicar—dijo llamando la atención del Cesar, —me gustaría que me diera su aprobación para mi decisión y que mantenga en cuenta que la he tomado porque confió en que lo ayudara en sus planes futuros.

—¿Y qué puede ser eso?

—Una boda.

—¿Una boda? —preguntó con sorna, —mi madre ha muerto antes de seleccionar una mujer adecuada, no tengo intenciones de casarme por ahora, todo es inestable y si para terminar de arruinar mi reputación no puedo dar un heredero todo le iría a la basura.

—No hablo de su boda, habló de la mía.

Adrianus levantó las cejas.

—¿Has escogido a una mujer?

—Lo he hecho.

—¿Quién es?

—Gia, de la gens Julia.

—¡¿Qué?! —lanzó la copa de metal al suelo, su arrebato no intimidó al pretoriano, —¿Julia? No, no, no, esa mujer tiene que morir antes de que el sol del último día del año se ponga en el horizonte, ya sea la muerte física o la interna. La quiero muerta, es un peligro.

Aelius quien sabía perfectamente sus puntos débiles hizo uso de sus impudorosas habilidades de persuasión, habilidades que ya tenía perfectamente bien afiladas. Jugar con la mente de un hombre con tantas cosas en ella no era tarea complicada, lo confundía, le daba razones para confiar en él, pero sobre todo le transmitía seguridad, seguridad que era lo que Adrianus más anhelaba.

—Matarla no es una opción, se lo he dicho muchas veces, el senado está planeando revocarle el poder y usted ha decidido ponerse en contra del senado, Julia es actualmente la mujer más poderosa de Roma, el pueblo la alaba y además es sumamente rica, he escuchado comentarios de quienes la comparan con Aurelia o incluso con Livia, sin ser emperatriz algunos le han dado el apodo de Augusta, matarla no pasaría desapercibido y me temo que ante la furia del pueblo no podríamos hacer nada—explicó, —si me permite hacerlo me encargare de mantenerla controlada, es la única forma.

—¿Y cómo harás que se case contigo?

No iba a dejarle ver sus planes y que ya lo había arreglado todo ella.

ARTS AMATORIA (VOL III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora