POMPEYA
(CIUDAD ROMANA)
Puede que la suerte les hubiera favorecido durante toda la vida, eran ricos, demasiado en realidad y sus solas gens podían crear una revuelta con el poderío de la misma, pero por primera vez durante toda su vida, la suerte no les favoreció. Thiagus y Licinius permanecían atrapados en Pompeya, aquella enorme ciudad con grandes puertos del que pensaba salir rumbo a Egipto, sin embargo, las cosas no estaban saliendo como se lo habían rogado a los dioses. Al llegar a la ciudad luego de un largo viaje sin descanso, se habían percatado de que las mujeres ya no estaban allí, eso les tranquilizó, al menos estaban lejos de las garras de Aelius. Lamentablemente ellos no pudieron decir lo mismo. Aquella noche escucharon los pasos en el techo de la posada donde se estaban quedando, pasos fuertes y marcados. La voz del posadero resonaba afuera con fuerza haciendo que Licinius abriera los ojos. Su habitación estaba cercana a la puerta, con una ventana en esa dirección, pero con la puerta del lado contrario.
—Aquí no hay ningún Dominus con la gens Claudia, mi posada es demasiado humilde como para albergar a un patricio de tan alta estirpe—decía el hombre en la puerta cuando cerca de la llegada de la prima vigilia (hora de 12 de la noche a tres de la mañana) unos forasteros tocaron la puerta.
—No pareces estar diciéndo la verdad. Llevamos siguiendo el rastro de este señor, porque tenemos un mensaje.
—Pero él no está aquí, pueden registrar mi libro de notas y corroborar ustedes mismos.
Las voces resonaban por los pasillos y Licinius mantenía los ojos abiertos, pensando en qué momento se lanzarían sobre ellos. Su suegro se había registrado con otros nombres, llevaban huyendo desde hacía un par de días y estaban agotados, tenían dinero, pero las comodidades tenían que ser sacrificadas si deseaban llegar a Egipto a salvo. La respiración del senador se agitó cuando escuchó el alarido de dolor del posadero y de golpe se puso de pie. ¡Tenían que salir de allí! No eran pretorianos, pues el posadero no se había dirigido de la forma respetuosa como se suponía que debía hacerse con los guardaespaldas del imperio.
Licinius movió a uno de sus esclavos haciendo que se levantara de inmediato y le dijo que fuera por su suegro mientras que él despertaba a los demás y los preparaba para la huida inmediata. Tomó los papeles importantes de la gens que cargaba consigo y luego salieron tan rápido como sus pies se lo permitieron de aquella habitación. Se topó con Thiagus en el pasillo.
—¿Qué pasa?
—Creo que son mercenarios, tenemos que salir de aquí.
Los mercenarios eran mano de obra sucia que se contrataba para eliminar a ciertos enemigos políticos. Grandes sumas de dinero a cambio de la cabeza de alguien. Los pasillos de aquella posada eran extensos, así que presos de la oscuridad porque tomar una antorcha no era opción, intentaron tomar la salida trasera. Licinius iba a la cabeza, palpando las paredes y buscando puertas mientras que a la lejanía escuchaba el abrir de las puertas de madera siendo azotadas violentamente y luego el quejido de alguno de los inquilinos. Tenían lo necesario, monedas de oro y los documentos que necesitarían en su dado momento al llegar a Britania o al regresar a Roma, para reclamar propiedades en diversas partes del imperio y retornar a su antigua posición.
—Tenemos que salir, no sé cómo encontraremos una salida, pero lo haremos, no pienso morir aquí como un plebeyo. Soy un maldito patricio de una gens noble que no perece ser perseguido como un criminal porque no ha hecho nada.
Las palabras de Licinius eran casi susurros.
—Lamento haberte metido en esta situación.
—Tu no me metiste aquí pater, fue mi decisión seguirte y en caso de morir aquí será a causa de mi palabra mi muerte. No tengo problemas en morir, tengo problemas en hacerlo sin ver nacer a mi hijo y hacerlo de esta forma tan deshonrosa a manos de mercenarios. No me arrepiento de haber tomado esta decisión, me arrepiento de no haberte persuadido a evitar que Gia se casará con Aelius. Maldito bastardo infeliz, ojalá la diosa Némesis me de la oportunidad de tomar una venganza en su contra.
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ARTS AMATORIA (VOL III)
Historical FictionCuando el odio lleva a la venganza y los enemigos asechan todo se torna inestable, lo que se creyó posible se torna imposible y las personas en las que creíste fielmente te traicionan. Antes de obtener lo que desean Gia y Maximilian deberán aprender...